domingo, 24 de febrero de 2013

Liturgia de las Horas: 2da. Semana del Salterio

Primera Lectura: Génesis 15, 5-12. 17-18

"Dios hace alianza con Abrán, el creyente"
En aquellos días, Dios sacó afuera a Abrán y le dijo: "Mira al cielo; cuenta las estrellas, si puedes." Y añadió: "Así será tu descendencia." Abrán creyó al Señor, y se le contó en su haber. El Señor le dijo: "Yo soy el Señor, que te sacó de Ur de los Caldeos, para darte en posesión esta tierra." Él replicó: "Señor Dios, ¿cómo sabré yo que voy a poseerla?" Respondió el Señor: "Tráeme una ternera de tres años, una cabra de tres años, un carnero de tres años, una tórtola y un pichón." Abrán los trajo y los cortó por el medio, colocando cada mitad frente a la otra, pero no descuartizó las aves. Los buitres bajaban a los cadáveres, y Abrán los espantaba. Cuando iba a ponerse el sol, un sueño profundo invadió a Abrán, y un terror intenso y oscuro cayó sobre él. El sol se puso, y vino la oscuridad; una humareda de horno y una antorcha ardiendo pasaban entre los miembros descuartizados. Aquel día el Señor hizo alianza con Abrán en estos términos: "A tus descendientes les daré esta tierra, desde el río de Egipto al Gran Río Éufrates."

Salmo Responsorial: 26

"El Señor es mi luz y mi salvación."
El Señor es mi luz y mi salvación, ¿a quién temeré?
El Señor es la defensa de mi vida, ¿quién me hará temblar? R.
Escúchame, Señor, que te llamo; ten piedad, respóndeme. Oigo en mi corazón: "Buscad mi rostro." R.
Tu rostro buscaré, Señor, no me escondas tu rostro. No rechaces con ira a tu siervo, que tú eres mi auxilio. R.
Espero gozar de la dicha del Señor en el país de la vida. Espera en el Señor, sé valiente, ten ánimo, espera en el Señor. R.

Segunda Lectura: Filipenses 3, 20-4, 1

"Cristo nos transformará, según el modelo de su cuerpo glorioso"
Hermanos: Nosotros somos ciudadanos del cielo, de donde aguardamos un Salvador: el Señor Jesucristo. Él transformará nuestro cuerpo humilde, según el modelo de su cuerpo glorioso, con esa energía que posee para sometérselo todo. Así, pues, hermanos míos queridos y añorados, mi alegría y mi corona, manteneos así, en el Señor, queridos.

Evangelio: Lucas 9, 28b-36

"Mientras oraba, el aspecto de su rostro cambió"
En aquel tiempo, Jesús cogió a Pedro, a Juan y a Santiago y subió a lo alto de la montaña, para orar. Y, mientras oraba, el aspecto de su rostro cambió, sus vestidos brillaban de blancos. De repente, dos hombres conversaban con él: eran Moisés y Elías, que, apareciendo con gloria, hablaban de su muerte, que iba a consumar en Jerusalén. Pedro y sus compañeros se caían de sueño; y, espabilándose, vieron su gloria y a los dos hombres que estaban con él. Mientras éstos se alejaban, dijo Pedro a Jesús: "Maestro, qué bien se está aquí. Haremos tres tiendas: una para ti, otra para Moisés y otra para Elías." No sabía lo que decía. Todavía estaba hablando, cuando llegó una nube que los cubrió. Se asustaron al entrar en la nube. Una voz desde la nube decía: "Éste es mi Hijo, el escogido, escuchadle." Cuando sonó la voz, se encontró Jesús solo. Ellos guardaron silencio y, por el momento, no contaron a nadie nada de lo que habían visto.


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La fe no es un discurso teórico - Febrero 24 de 2013

Texto: Jorge Humberto Peláez Piedrahita, S.J.

Después de haber escuchado las lecturas que la liturgia propone a nuestra consideración, quedamos impactados por la solemnidad del relato de la Transfiguración: la figura de Jesús es transformada; junto a Él aparecen dos grandes líderes espirituales de Israel, Moisés y Elías; la nube que los envuelve, y la voz que afirma su identidad. Esta escena recapitula los elementos característicos del género literario de las teofanías, que eran manifestaciones particularmente solemnes de Dios, y que encontramos en diversos momentos del Antiguo y del Nuevo Testamento.

Teniendo como telón de fondo la Transfiguración del Señor, los invito a que leamos los tres textos bíblicos de hoy – Génesis, carta a los Filipenses y Lucas – en lo que tienen de común en cuanto experiencias de Dios. El domingo anterior, primer domingo de Cuaresma, meditamos sobre la fe como experiencia de Dios; sigamos avanzando en este mismo tema, pues nos ofrece una veta de enorme riqueza espiritual.

Teniendo como hilo conductor la experiencia de Dios, vayamos a la primera lectura, tomada del libro del Génesis. El gran protagonista es Abraham (nombre que tendrá después de llamarse Abrán); este pastor nómada será escogido como tronco que dará origen a los pueblos semitas; árabes y judíos lo reconocen como su ancestro común; y los cristianos hablamos de Abraham como nuestro padre en la fe.

Por esos designios cuya lógica se nos escapa, Dios puso sus ojos en este hombre sencillo que se convirtió en gran protagonista de la historia religiosa y política de la humanidad. En este texto del libro del Génesis, nos sorprende la informalidad del estilo literario; Dios se dirige a este pastor nómada en términos coloquiales; parecería la conversación de dos viejos amigos que tienen una agradable tertulia al atardecer.

El resultado de esta conversación es algo inimaginable. Dios manifiesta su voluntad de establecer una relación especialísima con Abraham y sus descendientes, la cual cambió la historia de las religiones. Volvamos a leer el texto: “De esta manera hizo el Señor aquel día, una alianza con Abraham diciendo: A tus descendientes doy esta tierra, desde el río de Egipto hasta el gran río Éufrates”.

Ahora bien, lo significativo de esta manifestación de Dios no es su sentido geográfico ni su impacto en cuanto a la propiedad de la tierra – tema bastante complicado -, sino su dimensión religiosa: Dios se hace presente en la historia de un pueblo, e irá descubriendo su plan de salvación a esta comunidad que tiene como tronco a Abraham; esta auto manifestación de Dios llegará a su plenitud en Jesucristo, que es la Palabra eterna del Padre que se hace hombre. Queremos subrayar que el punto de partida de la Alianza es la profunda experiencia de Dios que vive el viejo Abraham; impresiona ver ese encuentro maravilloso entre el Dios infinito y trascendente que comparte con este pastor analfabeta.

Decíamos al comienzo de esta meditación que los tres textos litúrgicos de hoy tienen como común denominador la experiencia de Dios: experiencia de intimidad con el Padre en la escena de la Transfiguración; una experiencia de diálogo sencillo y profundísimo de Abraham con Yahvé; este patriarca pasó de la religiosidad politeísta de sus mayores al descubrimiento de un Dios personal y trascendente que se quiere comunicar a través de los acontecimientos de una comunidad.

Teniendo como clave de lectura la experiencia de Dios, ¿qué elementos nos ofrece el texto de san Pablo que hemos escuchado? Él dice a los habitantes de la ciudad de Filipo que acoger la persona y el mensaje de Jesucristo conduce a la transformación de la conducta:
- La fe en Jesucristo no es un discurso teórico, como el que comparten los seguidores de una determinada escuela política o movimiento filosófico. La fe en Jesucristo no es ideología sino una opción de vida.
- Por eso san Pablo se refiere a los que viven, de manera incoherente, la fe; y se expresa con dolor: “Como muchas veces se lo he dicho a ustedes, y ahora se lo repito llorando, hay muchos que viven como enemigos de la cruz de Cristo. Esos tales acabarán en la perdición, porque su dios es el vientre, se enorgullecen de lo que deberían avergonzarse y sólo piensan en cosas de la tierra”.

Dios tocó el corazón de Abraham y lo llamó a colaborar en su plan de salvación; la respuesta de este pastor nómada fue incondicional. San Pablo exhorta a la comunidad de Filipo a que viva su vida de manera coherente con los valores del Evangelio. Así pues, la liturgia de este segundo domingo de Cuaresma, que tiene como texto central el relato de la Transfiguración del Señor, nos invita a reflexionar sobre la fe como una experiencia de Dios; experiencia que viviremos a través de la lectura meditada de la Biblia, a través de los sacramentos de la Iglesia y a través del servicio a los hermanos.


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domingo, 17 de febrero de 2013

Domingo 1 de Cuaresma Ciclo "C" - 17 de Febrero de 2013 -

1ª Lectura (Dt 26, 4-10)

Lectura del libro del Deuteronomio
En aquel tiempo, dijo Moisés al pueblo: "Cuando presentes las primicias de tus cosechas, el sacerdote tomará el cesto de tus manos y lo pondrá ante el altar del Señor, tu Dios. Entonces tú dirás estas palabras ante el Señor, tu Dios: `Mi padre fue arameo errante, que bajó a Egipto y se estableció allí con muy pocas personas; pero luego creció hasta convertirse en una gran nación, potente y numerosa. Los egipcios nos maltrataron, nos oprimieron y nos impusieron una dura esclavitud. Entonces clamamos al Señor, Dios de nuestros padres, y el Señor escuchó nuestra voz, miró nuestra humillación, nuestros trabajos y nuestra angustia. El Señor nos sacó de Egipto con mano poderosa y brazo protector, con un terror muy grande, entre señales y portentos; nos trajo a este país y nos dio esta tierra, que mana leche y miel. Por eso ahora yo traigo aquí las primicias de la tierra que Tú, Señor, me has dado'. Una vez que hayas dejado tus primicias ante el Señor, te postrarás ante Él para adorarlo". Palabra de Dios. A. Te alabamos, Señor.

Salmo responsorial (90)

R. Tú eres mi Dios y en Ti confío.
L. Tú, que vives al amparo del Altísimo y descansas a la sombra del Todopoderoso, dile al Señor: "Tú eres mi refugio y fortaleza; Tú eres mi Dios y en Ti confío". /R.
L. No te sucederá desgracia alguna, ninguna calamidad caerá sobre tu casa, pues el Señor ha dado a sus ángeles la orden de protegerte a donde quiera que vayas. /R.
L. Los ángeles de Dios te llevarán en brazos, para que no te tropieces con las piedras, podrás pisar los escorpiones y las víboras y dominar las fieras. /R.
L. "Puesto que tú me conoces y me amas, dice el Señor, Yo te libraré y te pondré a salvo. Cuando tú me invoques, Yo te escucharé, y en tus angustias estaré contigo, te libraré de ellas y te colmaré de honores". /R.

2ª Lectura (Rm 10, 8-13)

Lectura de la Carta del apóstol San Pablo a los romanos
Hermanos: La Escritura afirma: Muy a tu alcance, en tu boca y en tu corazón, se encuentra la salvación, esto es, el asunto de la fe que predicamos. Porque basta que cada uno declare con su boca que Jesús es el Señor y que crea en su corazón que Dios lo resucitó de entre los muertos, para que pueda salvarse. En efecto, hay que creer con el corazón para alcanzar la santidad y declarar con la boca para alcanzar la salvación. Por eso dice la Escritura: Ninguno que crea en Él quedará defraudado, porque no existe diferencia entre judío y no judío, ya que Uno mismo es el Señor de todos, espléndido con todos los que lo invocan, pues todo el que invoque al Señor como a su Dios, será salvado por Él. Palabra de Dios. A. Te alabamos, Señor.

Aclamación antes del Evangelio (Mateo 4, 4)

R. Aleluya, aleluya.- No sólo de pan vive el hombre, sino también de toda palabra que sale de la boca de Dios. R. Aleluya.

Evangelio (Lc 4, 1-13)

Lectura del santo Evangelio según san Lucas
A. Gloria a ti, Señor.
En aquel tiempo, Jesús lleno del Espíritu Santo, regresó del Jordán y conducido por el mismo Espíritu se internó en el desierto donde permaneció durante cuarenta días y fue tentado por el demonio. No comió nada en aquellos días, y cuando se completaron, sintió hambre. Entonces el diablo le dijo: "Si eres el Hijo de Dios, dile a esta piedra que se convierta en pan". Jesús le contestó: "Está escrito: No sólo de pan vive el hombre". Después lo llevó el diablo a un monte elevado y en un instante le hizo ver todos los reinos de la tierra y le dijo: "A mí me ha sido entregado todo el poder y la gloria de estos reinos, y yo los doy a quien quiero. Todo esto será tuyo, si te arrodillas y me adoras". Jesús le respondió: "Está escrito: Adorarás al Señor, tu Dios y a Él sólo servirás". Entonces lo llevó a Jerusalén, lo puso en la parte más alta del templo y le dijo: "Si eres el Hijo de Dios, arrójate desde aquí, porque está escrito: Los ángeles del Señor tienen órdenes de cuidarte y de sostenerte en sus manos, para que tus pies no tropiecen con las piedras". Pero Jesús le respondió: "También está escrito: No tentarás al Señor, tu Dios". Concluidas las tentaciones, el diablo se retiró de Él, hasta que llegara la hora. Palabra del Señor. A. Gloria a ti Señor Jesús.


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El Mensaje del Domingo - Febrero 17 de 2013

Texto: Gabriel Jaime Pérez Montoya, S.J.

Desde el miércoles pasado ha comenzado la Cuaresma, los 40 días de preparación para la Semana Santa. Junto con la señal de la cruz que nos identifica como seguidores de Jesús, marcada en nuestra frente con ceniza bendita, hemos recibido la invitación que Él mismo nos hace: “conviértete y cree en el Evangelio”. Convertirse es cambiar la mentalidad egoísta por una disposición al amor verdadero, reorientándose uno hacia Dios, que es Amor. Y creer en el Evangelio es acoger la Buena Noticia de Dios proclamada por el mismo Jesús, una noticia de liberación de todo cuanto encadena al ser humano impidiéndole ser verdaderamente feliz. Hoy, continuando como trasfondo esta misma invitación, los textos bíblicos nos exhortan a renovar nuestra fe en Dios, a vencer las tentaciones siguiendo el ejemplo de Jesús con la fuerza del Espíritu Santo, y a reafirmar nuestra confianza en su poder de salvación.

 + 1. El Espíritu lo fue llevando por el desierto, mientras era tentado por el diablo

Marcos, Mateo y Lucas, los tres evangelistas que narran el retiro de Jesús al desierto de Judea inmediatamente después de su bautismo, indican que lo hizo conducido por el Espíritu. Lucas lo llama Espíritu Santo para indicar más explícitamente que Jesús era movido por el aliento vital de Dios, al que reconocemos en el Credo como la tercera persona de la santísima Trinidad. Y es precisamente con el poder del Espíritu Santo como Jesús vence las tentaciones provenientes del diablo (en griego diábolos, traducción del hebreo satán o satanás), palabra que significa adversario y con la que es denominado en los textos bíblicos el poder del mal que se opone al Reino de Dios.

Los apetitos desordenados básicos de todo ser humano son el ansia de poseer, el ansia de dominar y el ansia de aparentar. En otras palabras, el hambre del dinero fácil, la ambición de poder sobre los demás para someterlos a los propios caprichos y la inclinación a la vanagloria. Esta es la triple tentación original, la de los inicios de la humanidad y la de siempre, que corresponde al deseo de “ser como Dios” (Génesis 3, 5), pero no en el sentido de identificarse con lo que Él es realmente (Dios es Amor -1 Juan 4, 8.16-), sino en el de una concepción distorsionada de la divinidad, según la cual ser “dios” es tenerlo todo, someter o esclavizar a los demás y hacerse adorar.

 + 2. Entonces el diablo le dijo: “Si eres Hijo de Dios…”

Jesús quiso ser sometido a las tentaciones para enseñarnos a vencerlas con la fuerza del Espíritu Santo. Dios Padre lo acababa de proclamar Hijo de Dios en el momento de su bautismo, y ahora lo vemos en un retiro de 40 días, al final de los cuales el tentador le dice: “si eres Hijo de Dios”…

El relato de las tentaciones a las que se sometió Jesús es interpretado por los estudiosos de los textos bíblicos como una contraposición entre lo que muchos esperaban que fuera el Mesías prometido -un superhéroe que resolvería los problemas humanos por artes de magia, en forma poderosa y espectacular-, y la verdadera misión que Dios Padre le había dado a su Hijo Jesús: hacer presente el Reino de Dios por la acción de su Espíritu, que es Espíritu de Amor, llevando hasta las últimas consecuencias el amor auténtico al entregar su propia vida en la cruz por la salvación de toda la humanidad. Las tres respuestas de Jesús son, paradójicamente, expresiones de su condición de Hijo de Dios, cumplidor cabal de la voluntad de su Padre.

El evangelista termina el relato diciendo que el diablo se marchó hasta otra ocasión. En efecto, Jesús no sólo fue tentado en el marco de aquellos 40 días. Las tentaciones continuaron en toda su vida pública, como por ejemplo cuando la gente quiso proclamarlo rey después de la multiplicación de los panes y peces; o cuando los doctores de la ley le exigían una señal espectacular para creer en Él; o cuando, después de anunciar su pasión, Simón Pedro -a quien le respondería “apártate de mí Satanás”- trató de disuadirlo para que no se sometiera a ella; o finalmente, cuando en el Calvario le gritaban que bajara de la cruz para demostrarles que era el “Hijo de Dios”.

 + 3. “Tú que habitas al amparo del Altísimo, di al Señor: confío en ti” (Salmo 91)

La primera lectura (Deuteronomio 26, 4-10) nos presenta la profesión de fe de los israelitas, que rememoran su pasado como una historia de salvación anunciada a los patriarcas desde hacía unos 20 siglos (Abraham, Isaac, Jacob y sus 12 hijos, que darían origen a las 12 tribus de Israel), realizada unos 7 siglos después en la liberación de la esclavitud de Egipto, y que sigue sucediendo gracias al poder liberador de Dios. Este poder se canta en el Salmo 91 (90), propuesto para este domingo como salmo responsorial, no en la forma tergiversada en que lo cita el tentador, sino en el sentido de una confianza humilde en Dios que nos salva en medio de las tribulaciones o situaciones difíciles, porque, como dice el apóstol Pablo en la segunda lectura (1 Romanos 10, 8-13), “quien confía en Él no quedará defraudado”.

Por eso, en todo momento pero de modo especial durante el tiempo de la Cuaresma, Dios mismo nos invita a renovar nuestra confianza en su amor infinito manifestado en nuestro Salvador Jesucristo, disponiéndonos a una sincera conversión e invocando la fuerza del Espíritu Santo para luchar victoriosamente contra todos los poderes del mal, tal como nos enseñó Jesús a pedir en el Padre Nuestro: “no nos dejes caer en la tentación y líbranos del mal”.-


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domingo, 10 de febrero de 2013

Domingo 5 del Tiempo Ordinario Ciclo "C" - 10 de Febrero de 2013 -

1ª Lectura (Is 6, 1-2. 3-8)

Lectura del libro del profeta Isaías
El año de la muerte del rey Ozías, vi al Señor, sentado sobre un trono muy alto y magnifico. La orla de su manto llenaba el templo. Había dos serafines junto a Él, con seis alas cada uno, que gritaban el uno al otro: “Santo, santo, santo, es el Señor, Dios de los ejércitos; su gloria llena toda la tierra”. Temblaban las puertas al clamor de su voz y al tiempo se llenaba de humo. Entonces exclamé: “¡Ay de mí, estoy perdido, porque soy un hombre de labios impuros, que habito en medio de un pueblo de labios impuros, porque he visto con mis ojos al Rey y Señor de los Ejércitos”. Después voló hacia mí uno de los serafines. Llevaba en la mano una brasa, que había tomado del altar con unas tenazas. Con las brazas me tocó la boca, diciéndome: “Mira: Esto ha tocado tus labios. Tu iniquidad ha sido quitada y tus pecados están perdonados”. Escuché entonces la voz del Señor que decía: “¿A quién enviaré?” “¿Quién irá de parte mía?” Yo le respondí “Aquí estoy, Señor, envíame”. Palabra de Dios. A. Te alabamos, Señor.

Salmo responsorial (137)

R. Cuando te invocamos, Señor, nos escuchaste.
L. De todo corazón te damos gracias, Señor, porque escuchaste nuestros ruegos. Te cantaremos delante de tus ángeles, te adoraremos en tu templo. /R.
L. Señor, te damos gracias por tu lealtad y por tu amor; siempre que te invocamos nos oíste y nos llenaste de valor. /R.
L. Que todos los reyes de la tierra te reconozcan, al escuchar tus prodigios. Que alaben tus caminos, porque tu gloria es inmensa. /R.
L. Tu mano, Señor, nos pondrá a salvo, y así concluirá en nosotros tu obra. Señor, tu amor perdura eternamente; obra tuya soy, no me abandones. /R.

2ª Lectura (1ª Cor 15, 1-11)

Lectura de la Primera Carta del apóstol San Pablo a los corintios
Hermanos: Les recuerdo el Evangelio que yo les prediqué y que ustedes aceptaron y en el cual están firmes. Este Evangelio los salvará, si lo cumplen  tal y como yo lo prediqué. De otro modo, habrán creído en vano. Les transmití, ante todo, lo que yo mismo recibí: que Cristo murió por nuestros pecados, como dicen las Escrituras; que fue sepultado y que resucitó al tercer día, según estaba escrito; que se le apareció a Pedro y luego a los Doce; después se apareció a más de quinientos hermanos reunidos, la mayoría de los cuales viven aún y otros ya murieron. Más tarde se le apareció a Santiago y luego a todos los apóstoles. Finalmente, se me apareció también a mí que soy como  un aborto. Porque yo perseguí a la Iglesia de Dios y por eso soy el último de los apóstoles e indigno de llamarme apóstol. Sin embargo, por la gracia de Dios soy lo que soy, y su gracia no ha sido estéril en mí; al contrario, he trabajado más que todos ellos, aunque no he sido yo, sino la gracia de Dios, que está conmigo. De cualquier manera, sea yo, sean ellos, esto es lo que nosotros predicamos y esto mismo lo que ustedes han creído. Palabra de Dios. A. Te alabamos, Señor.

Aclamación antes del Evangelio (Mateo 4, 19)

R. Aleluya, aleluya.- Síganme, dice el Señor, y  yo los haré pescadores de hombres. R. Aleluya.

Evangelio (Lc 5, 1 -11)

Lectura del santo Evangelio según san Marcos
A. Gloria a ti, Señor.
En aquel tiempo, Jesús estaba a orillas del lago de Genesaret y la gente se agolpaba en torno suyo para oír la palabra de Dios. Jesús vio dos barcas que estaban junto a la orilla. Los pescadores habían desembarcado y estaban lavando las redes. Subió Jesús a una de las barcas, la de Simón, le pidió que la alejara un poco de tierra, y sentado en la barca, enseñaba a la multitud. Cuando acabó de hablar, dijo a Simón: “Lleva la barca mar adentro y echen sus redes para pescar”.  Simón replicó: “Maestro, hemos trabajado toda la noche y no hemos pescado nada; pero confiado en tu palabra, echaré las redes”. Así lo hizo y cogieron tal cantidad de pescado, que las redes se rompían. Entonces hicieron señas a sus compañeros, que estaban en la otra barca, para que vinieran a ayudarlos. Vinieron ellos y llenaron tanto las dos barcas, que casi se hundían. Al ver esto, Simón Pedro se arrojó a los pies de Jesús y le dijo: “¡Apártate de mí, Señor, que soy un pecador!”. Porque tanto él como sus compañeros estaban llenos de asombro al ver la pesca que habían conseguido. Lo mismo les pasaba  a Santiago y Juan, hijos de Zebedeo, que eran compañeros de Simón. Entonces Jesús le dijo a Simón: “No temas; desde ahora serás pescador de hombres”. Luego llevaron las barcas a tierra y dejándolo todo, lo siguieron. Palabra del Señor. A. Gloria a ti Señor Jesús.


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“Lleva la barca a la parte honda del lago (...)” - domingo Febrero 10 de 2013

Texto: Hermann Rodríguez Osorio, S.J.

“En una ocasión, estando Jesús a orillas del Lago de Genesaret, se sentía apretujado por la multitud que quería oír el mensaje de Dios”. Nos reunimos hoy para celebrar la eucaristía y para orar juntos en un mundo en el que hay hambre de la Palabra de Dios. La gente quiere escuchar una palabra de esperanza, de consuelo, de ánimo. Los creyentes somos responsables de anunciar una palabra que ayude a nuestro pueblo a recuperar la confianza en ellos mismos, en los hermanos y en Dios. Hay salidas y hay luces que no podemos ocultar a la gente que se agolpa para escuchar la Palabra.

“Jesús vio dos barcas en la playa. Los pescadores habían bajado de ellas a lavar sus redes. Jesús subió a una de las barcas, que era de Simón, y le pidió que la alejara un poco de la orilla. Luego se sentó en la barca, y desde allí comenzó a enseñar a la gente”. El Señor nos pide que nos alejemos un poco de la orilla. Venimos aquí para encontrarnos con el Señor y con otros hermanos y hermanas. Necesitamos de estos momentos de silencio, de profunda oración y de encuentro fraterno para descubrir el paso de Dios por nuestra historia personal y por la historia de nuestras gentes.

“Cuando terminó de hablar, le dijo a Simón: –Lleva la barca a la parte honda del lago, y echen allí sus redes para pescar”. Aparece aquí la invitación a ir a la parte más honda de nuestra interioridad para echar allí nuestras redes. Necesitamos descubrir en la profundidad de nuestra historia los caminos de Dios. Allí tenemos que echar nuestras redes. El Señor nos invita a ir al fondo de nuestras vidas.

“Simón le contestó: –Maestro, hemos estado trabajando toda la noche sin pescar nada; pero, ya que tú lo mandas, voy a echar las redes”. La disculpa surge inmediatamente de los labios de Pedro y de nuestros propios labios. Venimos cansados; hemos estado bregando toda la noche sin pescar nada. Muchas veces, nuestra oración se hace árida y sentimos que nuestro pozo se seca. No estamos seguros de que valga la pena seguir intentando construir un mundo como el que Dios quiere. Sin embargo, Pedro se anima y confiado en la palabra del Señor, se decide. Solamente confiados en la palabra del Señor nos atrevemos a echar nuestras redes para recibir el regalo de su gracia.

“Cuando lo hicieron, recogieron tanto pescado que las redes se rompían. Entonces, hicieron señas a sus compañeros de la otra barca, para que fueran a ayudarlos. Ellos fueron, y llenaron tanto las dos barcas que les faltaba poco para hundirse”. Este texto nos revela la generosidad del Señor para con los que son generosos con Él. La pesca, que parecía un fracaso se convierte en abundancia. El pozo seco de nuestra vida espiritual, se convierte en manantial de agua viva que brota hasta vida eterna. Los esfuerzos por construir la justicia, la fraternidad y la paz, son compensados con brotes germinales del Reino, que necesitamos reconocer en medio de las sombras y las contradicciones.

“Al ver esto, Simón Pedro se puso de rodillas delante de Jesús y le dijo: –¡Apártate de mí, Señor, porque soy un pecador! Es que Simón y todo los demás estaban asustados por aquella gran pesca que habían hecho. También lo estaban Santiago y Juan, hijos de Zebedeo, que eran compañeros de Simón”. Ante la generosidad del Señor, que nos regala su gracia abundantemente y nos concede una pesca copiosa, sólo podemos reaccionar como Pedro, cayendo de rodillas ante Él, para reconocernos pecadores. Llevamos este tesoro en vasijas de barro. Es precisamente allí, en el reconocimiento de nuestra debilidad, donde aparece más claramente la fuerza de Dios.

“Pero Jesús le dijo a Simón: –No tengas miedo; desde ahora vas a pescar hombres. Entonces llevaron las barcas a tierra, lo dejaron todo y se fueron con Jesús”. El resultado final de todo este proceso, tiene que concretarse, por nuestra parte, en un gesto generoso de dejarlo todo para seguir al Señor a donde él nos quiera llevar. Acoger nuestra propia misión con la misma generosidad que nos ha mostrado el Señor a través de esta pesca abundante.


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domingo, 3 de febrero de 2013

Domingo 4 del Tiempo Ordinario Ciclo "C" - 3 de febrero de 2013 -

1ª Lectura (Jr 1, 4-5. 17.19)

Lectura del libro del profeta Jeremías
En tiempo de Josías, el Señor me dirigió estas palabras: "Desde antes de formarte en el seno materno, te conozco; desde antes de que nacieras, te consagré como profeta para las naciones. Cíñete y prepárate; ponte en pie y diles lo que Yo te mando. No temas, no titubees delante de ellos, para que Yo no te quebrante. Mira: hoy te hago ciudad fortificada, columna de hierro y muralla de bronce, frente a toda esta tierra, así se trate de los reyes de Judá, como de sus jefes, de sus sacerdotes o de la gente del campo. Te harán la guerra, pero no podrán contigo, porque Yo estoy a tu lado para salvarte". Palabra de Dios. A. Te alabamos, Señor.

Salmo responsorial (70)

R. Señor, Tú eres mi esperanza.
L. Señor, Tú eres mi esperanza, que no quede yo jamás defraudado. Tú, que eres justo, ayúdame y defiéndeme; escucha mi oración y ponme a salvo. /R.
L. Sé para mí un refugio, ciudad fortificada en que me salves. Y pues eres mi auxilio y mi defensa, líbrame, Señor, de los malvados. /R.
L. Señor, Tú eres mi esperanza; desde mi juventud en ti confío. Desde que estaba en el seno de mi madre, yo me apoyaba en ti y Tú me sostenías. /R.
L. Yo proclamaré siempre tu justicia y a todas horas, tu misericordia. Me enseñaste a alabarte desde niño y seguir alabándote es mi orgullo. /R.

2ª Lectura (1ªCo 12, 31-13, 13)

Lectura de la Primera Carta del apóstol San Pablo a los corintios
Hermanos: Aspiren a los dones de Dios más excelentes. Voy a mostrarles el camino mejor de todos. Aunque yo hablara las lenguas de los hombres y de los ángeles, si no tengo amor, no soy más que una campana que resuena o unos platillos que aturden. Aunque yo tuviera el don de profecía y penetrara todos los misterios, aunque yo poseyera en grado sublime el don de ciencia y mi fe fuera tan grande como para cambiar de sitio las montañas, si no tengo amor, nada soy. Aunque yo repartiera en limosna todos mis bienes y aunque me dejara quemar vivo, si no tengo amor, de nada me sirve. El amor es comprensivo, el amor es servicial y no tiene envidia; el amor no es presumido ni se envanece; no es grosero ni egoísta; no se irrita ni guarda rencor; no se alegra con la injusticia, sino que goza con la verdad. El amor disculpa sin límites, confía sin límites, espera sin límites, soporta sin límites. El amor dura por siempre; en cambio, el don de profecía se acabará; el don de lenguas desaparecerá y el don de ciencia dejará de existir, porque nuestros dones de ciencia y de profecía son imperfectos. Pero cuando llegue la consumación, todo lo imperfecto desaparecerá. Cuando yo era niño, hablaba como niño, sentía como niño y pensaba como niño; pero cuando llegué a ser hombre, hice a un lado las cosas de niño. Ahora vemos como en un espejo y oscuramente, pero después será cara a cara. Ahora sólo conozco de una manera imperfecta, pero entonces conoceré a Dios como Él me conoce a mí. Ahora tenemos estas tres virtudes: la fe, la esperanza y el amor; pero el amor es la mayor de las tres. Palabra de Dios. A. Te alabamos, Señor.

Aclamación antes del Evangelio (Lucas  4, 18)

R. Aleluya, aleluya.- El Señor me ha enviado para anunciar a los pobres la buena nueva y proclamar la liberación a los cautivos. R. Aleluya.

Evangelio (Lc 4, 21-30)

Lectura del santo Evangelio según san Lucas
A. Gloria a ti, Señor.
En aquel tiempo, después de que Jesús leyó en la sinagoga un pasaje del libro de Isaías, dijo: "Hoy mismo se ha cumplido este pasaje de la Escritura que ustedes acaban de oír". Todos le daban su aprobación y admiraban la sabiduría de las palabras que salían de sus labios, y se preguntaban: "¿No es éste el hijo de José?". Jesús les dijo: "Seguramente me dirán aquel refrán: 'Médico, cúrate a ti mismo' y haz aquí, en tu propia tierra, todos esos prodigios que hemos oído que has hecho en Cafarnaum". Y añadió: "Yo les aseguro que nadie es profeta en su tierra. Había ciertamente en Israel muchas viudas en los tiempos de Elías, cuando faltó la lluvia durante tres años y medio, y hubo un hambre terrible en todo el país; sin embargo, a ninguna de ellas fue enviado Elías, sino a una viuda que vivía en Sarepta, ciudad de Sidón. Había muchos leprosos en Israel, en tiempos del profeta Eliseo; sin embargo, ninguno de ellos fue curado sino Naamán, que era de Siria". Al oír esto, todos los que estaban en la sinagoga se llenaron de ira, y levantándose, lo sacaron de la ciudad y lo llevaron hasta un barranco del monte, sobre el que estaba construida la ciudad, para despeñarlo. Pero Él, pasando por en medio de ellos, se alejó de ahí. Palabra del Señor. A. Gloria a ti Señor Jesús.


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El Mensaje del Domingo - Febrero 03 de 2013

Texto: Gabriel Jaime Pérez Montoya, S.J.

El relato que nos trae el Evangelio de hoy es continuación del que leímos el domingo pasado, en el cual, al leer en la sinagoga de Nazaret un texto del libro profético de Isaías, Jesús se presentaba como el Mesías, el ungido o consagrado y enviado por Dios para darles una “buena noticia” de liberación a los pobres y oprimidos (Lucas 4, 14-21). Ahora el mismo Evangelio según san Lucas nos narra el conflicto que esta autopresentación de Jesús ocasionó entre Él y sus oyentes. Veamos cómo podemos aplicar a nuestra situación actual lo que nos dice hoy la Palabra de Dios.

 + 1. Y decían: “¿No es éste el hijo de José?”

Esta pregunta de los paisanos de Jesús, que aparece varias veces en los Evangelios, corresponde a la incredulidad de quienes lo habían visto crecer en Nazaret como “el hijo del carpintero”, un ser humano común y corriente que había mantenido entre sus vecinos lo que hoy llamamos “un bajo perfil” y ahora se presentaba nada menos que como el Mesías prometido. Es curioso el contraste entre la actitud inicial y el comportamiento final de quienes escuchaban a Jesús. Primero, “todos le expresaban su aprobación y se admiraban de las palabras de gracia que salían de sus labios”, y después reaccionan ante lo que Jesús les dice: “Al oír esto, todos en la sinagoga se pusieron furiosos y, levantándose, lo empujaron fuera hasta un barranco del monte en donde se alzaba su pueblo, con intención de despeñarlo”.

La razón de este contraste parece ser la exigencia que le hacían sus oyentes de señales prodigiosas para creer, cuando el orden debido es al revés: es la disposición de fe la que hace posible experimentar la acción milagrosa del Señor. Algo parecido puede suceder entre nosotros. Podemos aceptar intelectualmente la palabra de Dios que encontramos en las Sagradas Escrituras, pero esto no basta. Necesitamos una disposición de fe para ponernos confiadamente en las manos de Dios sin exigirle que demuestre su poder.

 + 2. Les aseguro, ningún profeta es bien mirado en su tierra.

Esta aseveración de Jesús se ha convertido en un refrán precisamente porque expresa una realidad verificable con mucha frecuencia en la vida cotidiana. No resulta fácil para quienes han visto crecer a alguien desde su infancia y han conocido su familia, todavía menos si es pobre y humilde, reconocer después en esa persona algo más de lo que se supone que debería ser por su origen. No pueden ver más allá de las apariencias y prejuicios, y por eso se resisten a creerle.

Jesús, presentándose a sí mismo como un profeta, es decir, como quien habla en nombre de Dios (que es lo que significa este término), evoca a dos profetas del Antiguo Testamento, conocidos por lo que se cuenta de ellos en los libros I y II de los Reyes. Se trata de Elías y su discípulo Eliseo, quienes vivieron en el siglo VIII antes de Cristo y fueron rechazados por sus coterráneos porque su mensaje les resultaba incómodo. Elías y Eliseo se habían opuesto a la idolatría que pretendía poner la divinidad al servicio de intereses egoístas de poder terrenal, lo cual llevaba inevitablemente a situaciones de injusticia social. En este sentido, aquellos dos profetas habían invitado a los habitantes de Israel a creer en el Dios único creador de todo el universo, que no abandona a sus hijos que confían en él y ajustan su comportamiento a las exigencias de justicia y de opción por los oprimidos que exige esa misma fe. Sin embargo, mientras sus propios paisanos los rechazaban, los extranjeros acogían sus enseñanzas al reconocerse necesitados de salvación, y por eso pudieron experimentar en sus vidas la acción transformadora de Dios.

Y la primera lectura de este domingo, tomada del libro de Jeremías (1, 4-5-17-19), nos presenta la vocación o llamamiento que recibió este otro profeta de parte de Dios para cumplir con una misión que ciertamente no seria fácil de realizar, sino que encontraría resistencias, incomprensiones y hostilidades, y en este sentido tanto Jeremías como los demás profetas del Antiguo Testamento son prefiguraciones de lo que le iba a suceder a Jesús.

 + 3. Jesús se abrió paso entre ellos y se alejó

Este desenlace del relato del Evangelio nos muestra la autoridad de Jesús, distinta del falso poder de los milagreros o magos obradores de prodigios espectaculares. Una de las características de Jesús es su libertad frente a quienes lo criticaban, concretamente los líderes religiosos de aquel tiempo, los engreídos doctores de la Ley, que seguramente fueron quienes azuzaron al pueblo para llevarlo al despeñadero. Jesús iba a entregar más tarde su vida como consecuencia del rechazo de quienes se oponían a sus enseñanzas, pero lo iba a hacer con plena libertad, en el momento en que él lo decidiera.

Con este ejemplo de libertad, Jesús nos invita a no dejarnos llevar por la búsqueda de una aceptación de los demás renunciando a nuestros principios y convicciones, a nuestros deberes morales y a las implicaciones de confrontación que muchas veces nos exige la misión que cada uno y cada una de nosotros tiene que cumplir en la vida. Pidámosle entonces al Señor que nos dé siempre la energía del Espíritu Santo para asumir nuestros deberes con valentía hasta las últimas consecuencias.-


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