domingo, 28 de agosto de 2011

Domingo 22 del Tiempo Ordinario Ciclo "A" - 28 de Agosto de 2011

1ª Lectura (Jer 20, 7-9)

Lectura del libro del profeta Jeremías.
Me sedujiste, Señor, y me dejé seducir; fuiste más fuerte que yo y me venciste. He sido el hazmerreír de todos; día tras día se burlan de mí. Desde que comencé a hablar, he tenido que anunciar a gritos violencia y destrucción. Para anunciar la palabra del Señor, me he convertido en objeto de oprobio y de burla todo el día. He llegado a decirme: "Ya no me acordaré del Señor ni hablaré más en su nombre". Pero había en mí como un fuego ardiente encerrado en mis huesos; yo me esforzaba por contenerlo y no podía. Palabra de Dios. A. Te alabamos, Señor.

Salmo responsorial (62)

R. Señor, mi alma tiene sed de Tí.
L. Señor, tú eres mi Dios, a ti te busco; de ti sedienta está mi alma. Señor, todo mi ser te añora como el suelo reseco añora el agua. /R.
L. Para admirar tu gloria y tu poder, con este afán te busco en tu santuario. Pues mejor es tu amor que la existencia; siempre, Señor, te alabarán mis labios. /R.
L. Podré así bendecirte mientras viva y levantar en oración mis manos. De lo mejor se saciará mi alma; te alabaré con jubilosos labios. /R.
L. Porque fuiste mi auxilio a tu sombra, Señor, canto con gozo. A ti se adhiere mi alma y tu diestra me da seguro apoyo. /R.

2ª Lectura (Rom 12, 1-2)

Lectura de la Carta del apóstol San Pablo a los romanos

Hermanos: Por la misericordia que Dios les ha manifestado los exhorto a que se ofrezcan ustedes mismos como una ofrenda viva, santa y agradable a Dios, porque en esto consiste el verdadero culto. No se dejen transformar por los criterios de este mundo, sino dejen que una nueva manera de pensar los transforme internamente, para que sepan distinguir cuál es la voluntad de Dios, es decir, lo que es bueno, lo que le agrada, lo perfecto. Palabra de Dios. A. Te alabamos, Señor.

Aclamación antes del Evangelio (Ef 1, 17-18)

R. Aleluya, aleluya.- Que el Padre de nuestro Señor Jesucristo ilumine nuestras mentes para que podamos comprender cuál es la esperanza que nos da su llamamiento. R. Aleluya.

Evangelio (Mt 16, 21-27)

Lectura del santo Evangelio según san Mateo

A. Gloria a ti, Señor.
En aquel tiempo, comenzó Jesús a anunciar a sus discípulos que tenía que ir a Jerusalén para padecer allí mucho de parte de los ancianos, de los sumos sacerdotes y de los escribas; que tenía que ser condenado a muerte y resucitar al tercer día. Pedro se lo llevó aparte y trató de disuadirlo, diciéndole: "No lo permita Dios, Señor. Eso no te puede suceder a ti". Pero Jesús se volvió a Pedro y le dijo: "¡Apártate de mí, Satanás, y no intentes hacerme tropezar en mi camino, porque tu modo de pensar no es el de Dios, sino el de los hombres!" Luego Jesús dijo a sus discípulos: "El que quiera venir conmigo, que renuncie a sí mismo, que tome su cruz, y me siga. Pues el que quiera salvar su vida, la perderá; pero el que pierda su vida por mí, la encontrará. ¿De qué le sirve a uno ganar el mundo entero, si pierde su vida? ¿Y qué podrá dar uno a cambio para recobrarla? Porque el Hijo del hombre ha de venir rodeado de la gloria de su Padre, en compañía de sus ángeles, y entonces le dará a cada uno lo que merecen sus obras". Palabra del Señor. A. Gloria a ti Señor Jesús.

El Mensaje del Domingo, por Gabriel Jaime Pérez, S.J., XXII Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo A - Agosto 28 de 2011

 + 1.- Empezó a explicarles que tenía que ir a Jerusalén y padecer allí mucho (…), que iba a ser ejecutado y que resucitaría al tercer día

En el Evangelio del domingo pasado, inmediatamente después de la confesión de Pedro, quien inspirado por Dios había reconocido a Jesús como el Mesías -el Cristo-, Hijo de Dios, Jesús mismo les recomendaba a sus discípulos que no le dijeran esto a nadie por el momento, para contrarrestar los malentendidos de un falso mesianismo. En el pasaje de este domingo, Jesús les anuncia su pasión con el fin de mostrarles lo que implica para Él ser el Ungido por Dios, su Padre, a fin de realizar la salvación de la humanidad. Y al mismo discípulo a quien poco antes había llamado Pedro (Piedra) para indicar la misión que le encomendaría de ser el fundamento visible de su Iglesia, ahora lo llama Satanás (nombre hebreo que significa Adversario, Opositor, Enemigo, y es traducido al griego como Diábolos -en español “Diablo”-) porque su intención de disuadirlo de la pasión y muerte de cruz ya no era inspirada por Dios.

Ahora bien, Jesús no sólo anuncia que va a padecer y ser ejecutado (por parte de los ancianos, sumos sacerdotes y escribas: las autoridades religiosas que lo entregarían al gobernante romano para que ordenara su muerte de cruz),  sino también que resucitará al tercer día. De esta forma se refiere a su misterio pascual, que comprende tres momentos: (1) su pasión que culminará en la muerte de cruz, (2) su sepultura en el lugar de los muertos, y (3) su resurrección, que es el paso a la vida nueva de su humanidad glorificada.

Lo que nos enseña Jesús es que conocerlo a Él como verdaderamente es, implica reconocer el sentido de ese misterio pascual, porque quien pretenda un Jesús sin cruz, corre el peligro de quedarse con una cruz sin Jesús. Creer de verdad en Jesús es reconocerlo en su pasión, muerte y resurrección, con todo lo que esto significa. Y Él mismo nos lo dice:

 + 2.- “Si alguno quiere ser mi discípulo, olvídese de sí, cargue con su cruz y sígame”

La primera exigencia de ser discípulo de Jesús es renunciar a toda forma de egoísmo y a todo apego o afecto desordenado, para orientar la vida en función de su voluntad, que es voluntad de amor en el servicio a los necesitados. Esta exigencia conlleva la segunda: cargar con la propia cruz, o sea asumir todo lo que implica esa orientación de servicio en términos de una disposición a dar la vida misma. Y la tercera exigencia es seguirlo: adherirse a Él identificarse con sus enseñanzas hasta las últimas consecuencias.

La cruz, que hoy es para nosotros la señal de nuestra identidad como seguidores de Jesús, era hace veinte siglos el patíbulo en el cual el imperio romano hacía morir a los esclavos y a quienes se sublevaban contra su poder. Jesús iba a ser condenado a este patíbulo como consecuencia de haberse puesto de parte y al servicio de los oprimidos, los marginados y excluidos, siendo así una persona incómoda para quienes explotaban a los demás en función de sus intereses egoístas.

El profeta Jeremías es presentado en la primera lectura (Jeremías 20, 7-9) como una prefiguración de Jesucristo. Unos seis siglos antes, aquel profeta había tenido que padecer por cumplir su misión de proclamar la palabra de Dios, que, como él mismo dice, lo había “seducido”. También nosotros, si queremos ser fieles a esta misma palabra, y más concretamente a la Palabra de Dios hecha carne que es nuestro Señor Jesucristo, tenemos que disponernos a todas las consecuencias que implica la decisión de ser sus discípulos.

 + 3.- “¿De qué le sirve al hombre ganar el mundo entero, si arruina su vida?”

La vida eterna es el ideal supremo que debe orientar todas nuestras decisiones. Jesús nos propone revisar nuestras actitudes, de modo que no perdamos el sentido último de nuestra existencia. Otras traducciones dicen “si pierde su alma”, o “si se pierde a sí mismo”. Se trata, en definitiva, de aquello que constituye nuestro ser sustancial, en comparación con lo cual todo lo demás es secundario. ¡Cuántas personas, dejándose llevar por el afán de riquezas, de prestigio y de poder, pierden el sentido de su vida reduciéndola a lo caduco de este mundo y cerrándose así a la posibilidad de ser eternamente felices!

En la segunda lectura (Romanos 12, 1-2), san Pablo les escribe a los primeros cristianos de la comunidad  de Roma: “no se ajusten a este mundo, sino transfórmense por la renovación de la mente, para que sepan discernir lo que es la voluntad de Dios, lo bueno, lo que le agrada, lo perfecto”.  Este “discernir” significa distinguir lo que Dios quiere de lo que pretende el “mundo”, que en el lenguaje bíblico es todo cuanto se opone a la voluntad divina.  Y al final del Evangelio Jesús anuncia que “el Hijo del hombre vendrá entre sus ángeles con la gloria de su Padre, y entonces pagará a cada uno según su conducta”.

Pidámosle entonces al Señor que nos disponga para el discernimiento espiritual, mediante el examen cotidiano de nuestra conciencia y de nuestra conducta, de modo que podamos ajustarla cada día más y mejor a lo que él quiere de nosotros para nuestra vida eterna, y procuremos estar preparados para el encuentro definitivo con Cristo resucitado después de nuestra existencia terrena, cumpliendo como Él la voluntad de Dios Padre, de modo que podamos lograr la verdadera felicidad desde ahora mismo y para siempre.-
gperezsj@gmail.com

domingo, 21 de agosto de 2011

Domingo 21 del Tiempo Ordinario Ciclo "A" - 21 de Agosto de 2011

1ª Lectura (Is 22,19-23)

Lectura del libro del profeta Isaías
Esto dice el Señor a Sebná, mayordomo de palacio: "Te echaré de tu puesto y te destituiré de tu cargo. Aquel mismo día llamaré a mi siervo, a Eleacín, el hijo de Elcías; le vestiré tu túnica, le ceñiré tu banda y le traspasaré tus poderes. Será un padre para los habitantes de Jerusalén y para la casa de Judá. Pondré la llave del palacio de David sobre su hombro. Lo que é1 abra, nadie lo cerrará; lo que é1 cierre, nadie lo abrirá. Lo fijaré como un clavo en muro firme y será un trono de gloria para la casa de su padre". Palabra de Dios. A. Te alabamos, Señor.

Salmo responsorial (Sal. 137)


R. Señor, tu amor perdura eternamente. Aleluya.
L. De todo corazón te damos, gracias, Señor, porque escuchaste nuestros ruegos. Te cantaremos delante de tus ángeles, te adoraremos en tu Templo. /R.
L. Señor, te damos gracias por tu lealtad y por tu amor; siempre que te invocamos, nos oíste y nos llenaste de valor. /R.
L. Se complace el Señor en los humildes y rechaza al engreído. Señor, tu amor perdura eternamente; obra tuya soy, no me abandones. /R.

2ª Lectura (Rom. 11, 33-36)

Lectura de la Carta del apóstol San Pablo a los romanos
¡Qué inmensa y rica es la sabiduría y la ciencia de Dios! ¡Qué impenetrables son sus designios e incomprensibles sus caminos! ¿Quién ha conocido jamás el pensamiento del Señor o ha llegado a ser su consejero? ¿Quién ha podido darle algo primero, para que Dios se lo tenga que pagar? En efecto, todo proviene de Dios, todo ha sido hecho por El y todo está orientado hacia El. A El la gloria por los siglos de los siglos. Palabra de Dios. A. Te alabamos, Señor.

Aclamación antes del Evangelio (Mt. 16,18)

R. Aleluya, aleluya.-
Tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia; y los poderes del infierno no prevalecerán sobre ella, dice el Señor. R. Aleluya.

Evangelio (Mt. 16,13-20)


Lectura del santo Evangelio según san Mateo
A. Gloria a ti, Señor.
En aquel tiempo, cuando llegó Jesús a la región de Cesarea de Filipo, hizo esta pregunta a sus discípulos: “¿Quién dice la gente que es el Hijo del hombre?” Ellos le respondieron: "Unos dicen que eres Juan, el Bautista; otros, que Elías; otros, que Jeremías o alguno de los profetas". Luego les preguntó: "Y ustedes, ¿quién dicen que soy yo?" Simón Pedro tomó la palabra y le dijo: "Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo". Jesús le dijo entonces: “¡Dichoso tú, Simón, hijo de Juan, porque esto no te lo ha revelado ningún hombre, sino mi Padre, que está en los cielos! Y Yo te digo a ti que tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia. Los poderes del infierno no prevalecerán sobre ella. Yo te daré las llaves del Reino de los cielos; todo lo que ates en la tierra, quedará atado en el cielo, y todo lo que desates en la tierra, quedará desatado en el cielo". Y les ordenó a sus discípulos que no dijeran a nadie que El era el Mesías. Palabra del Señor. A. Gloria a ti Señor Jesús.


Encuentros con la Palabra, por Hermann Rodríguez Osorio, S.J., Domingo XXI Ordinario – Ciclo A (Mateo 16, 13-20) – 21 de agosto de 2011

“¿Quién dicen que soy?”

Llaman al teléfono a una casa de familia y contesta una vocecita de unos cinco años... – Por favor, ¿está tu mamá? – No, señor, no está. – ¿Y tu papá? – Tampoco. – ¿Estás sola? – No, señor, estoy con mi hermano. El interlocutor, con la esperanza de poder hablar con algún mayor le pide que le pase a su hermano. La niña, después de unos minutos de silencio, vuelve a tomar el teléfono y dice que no puede pasar a su hermano... – ¿Por qué no me puedes pasar a tu hermano? Pregunta el hombre, ya un poco impacientado. – Es que no pude sacarlo de la cuna. – Lo siento, dice la niña...

Al nacer, los seres humanos somos las criaturas más indefensas de la naturaleza. No podemos nada, no sabemos nada, no somos capaces de valernos por nosotros mismos para sobrevivir ni un solo día. Nuestra dependencia es total. Necesitamos del cuidado de nuestros padres o de otras personas que suplen las limitaciones y carencias que nos acompañan al nacer. Otros escogen lo que debemos vestir, cómo debemos alimentarnos, a dónde podemos ir... Alguien escoge por nosotros la fe en la que iremos creciendo, el colegio en el que aprenderemos las primeras letras, el barrio en el que viviremos... Todo nos llega, en cierto modo, hecho o decidido y el campo de nuestra elección está casi totalmente cerrado. Solamente, poco a poco, y muy lentamente, vamos ganando en autonomía y libertad.

Tienen que pasar muchos años para que seamos capaces de elegir cómo queremos transitar nuestro camino. Este proceso, que comenzó en la indefensión más absoluta, tiene su término, que a su vez vuelve a ser un nuevo nacimiento, cuando declaramos nuestra independencia frente a nuestros progenitores. Muchas veces este proceso es más demorado o incluso no llega nunca a darse plenamente. Podemos seguir la vida entera queriendo, haciendo, diciendo, actuando y creyendo lo que otros determinan. Este camino hacia la libertad es lo más típicamente humano, tanto en el ámbito personal, como social.

La fe no escapa a esta realidad. Jesús era consciente de ello cuando pregunta primero a sus discípulos “¿Quién dice la gente que es el Hijo del hombre?” Es, como hemos visto, una etapa necesaria e inevitable de nuestra evolución como personas creyentes. Por allí comienza nuestra primera profesión de fe: “Algunos dicen que Juan el Bautista; otros dicen que Elías, y otros dicen...”

Pero no podemos quedarnos allí. No podemos detener nuestro camino en la afirmación de lo que otros dicen. Es indispensable llegar a afrontar, más tarde o más temprano, la pregunta que hace el Señor a los discípulos: “Y ustedes, ¿quién dicen que soy?” Aquí ya no valen las respuestas prestadas por nuestros padres, amigos, maestros, compañeros... Cada uno, desde su libertad y autonomía, tiene que responder, directamente, esta pregunta. Pedro tiene la lucidez de decir: “Tu eres el Mesías, e Hijo de Dios viviente”. Pero cada uno deberá responder, desde su propia experiencia y sin repetir fórmulas vacías, lo que sabe de Jesús. Ya no es un conocimiento adquirido “por medios humanos”, sino la revelación que el Padre que está en el cielo nos regala por su bondad.

La pregunta que debe quedar flotando en nuestro interior este domingo es si todavía seguimos repitiendo lo que ‘otros’ dicen de Jesús o, efectivamente, podemos responder a la pregunta del Señor desde nuestra propia experiencia de encuentro con aquél que es la Palabra y el sentido último de nuestra vida. Mejor dicho, la pregunta es si somos capaces de pasar al teléfono cuando él nos llama o si todavía dependemos de alguien para responder a su llamada...

domingo, 14 de agosto de 2011

Domingo 20 del Tiempo Ordinario Ciclo "A" - 14 de Agosto de 2011

1ª Lectura (Is 56, 1.6-7)

Lectura del libro del profeta Isaías.
Esto dice el Señor: "Velen por los derechos de los demás, practiquen la justicia, porque mi salvación está a punto de llegar y mi justicia a punto de manifestarse. A los extranjeros que se han adherido al Señor para servirlo, amarlo y darle culto, a los que guardan el sábado sin profanarlo y se mantienen fieles a mi alianza, los conduciré a mi monte santo y los llenaré de alegría en mi casa de oración. Sus holocaustos y sacrificios serán gratos en mi altar, porque mi casa será casa de oración para todos los pueblos". Palabra de Dios. A. Te alabamos, Señor.

Salmo responsorial (66)

R. Que te alaben, Señor, todos los pueblos.
Aleluya.

L. Ten piedad de nosotros y bendícenos; vuelve, Señor, tus ojos a nosotros. Que conozca la tierra tu bondad y los pueblos tu obra salvadora. /R.
L. Las naciones con júbilo te canten porque juzgas al mundo con justicia; con equidad Tú juzgas a los pueblos y riges en la tierra a las naciones. /R.
L. Que te alaben, Señor, todos los pueblos, que los pueblos te aclamen todos juntos. Que nos bendiga Dios y que le rinda honor el mundo entero. /R.

2ª Lectura (Rom 11, 13-15.29-32)

Lectura de la Carta del apóstol San Pablo a los romanos

Hermanos: Tengo algo que decirles a ustedes, los que no son judíos, y trato de desempeñar lo mejor posible este ministerio. Pero esto lo hago también para ver si provoco los celos de los de mi raza y logro salvar a algunos de ellos. Pues, si su rechazo ha sido reconciliación para el mundo, ¿qué no será su reintegración, sino resurrección de entre los muertos? Porque Dios no se arrepiente de sus dones ni de su elección. Así como ustedes antes eran rebeldes contra Dios y ahora han alcanzado su misericordia con ocasión de la rebeldía de los judíos, en la misma forma, los judíos, que ahora son los rebeldes que fueron la ocasión de que ustedes alcanzaran la misericordia de Dios, también ellos la alcanzarán. En efecto, Dios ha permitido que todos cayéramos en la rebeldía, para manifestarnos a todos su misericordia. Palabra de Dios. A. Te alabamos, Señor.

Aclamación antes del Evangelio (Mateo 4,23)

R. Aleluya, aleluya.- Jesús predicaba el Evangelio del Reino y curaba las enfermedades y dolencias del pueblo. R. Aleluya.

Evangelio (Mateo 15, 21-28)

Lectura del santo Evangelio según san Mateo
A. Gloria a ti, Señor.
En aquel tiempo, Jesús se retiro a la comarca de Tiro y Sidón. Entonces una mujer cananea le salió al encuentro y se puso a gritar: “Señor, hijo de David, ten compasión de mí. Mi hija está terriblemente atormentada por un demonio". Jesús no le contestó una sola palabra; pero los discípulos se acercaron y le rogaban: "Atiéndela, porque viene gritando detrás de nosotros". El les contestó: "Yo no he sido enviado sino a las ovejas descarriadas de la casa de Israel". Ella se acercó entonces a Jesús, y postrada ante El le dijo: "¡Señor, ayúdame!" Él le respondió: "No está bien quitarles el pan a los hijos para echárselo a los perritos". Pero ella replicó: "Es cierto, Señor; pero también los perritos se comen las migajas que caen de la mesa de sus amos". Entonces Jesús le respondió: "Mujer, ¡qué grande es tu fe! Que se cumpla lo que deseas". Y en aquel mismo instante quedó curada su hija. Palabra del Señor. A. Gloria a ti Señor Jesús

Pistas para la Homilía, por Jorge Humberto Peláez S.J., TIEMPO ORDINARIO – DOMINGO XX A (14-agosto-2011)

 + 1. Lecturas:
  - a. Profeta Isaías 56, 1. 6-7
  - b. Carta de san Pablo a los Romanos 11, 13-15. 29-32
  - c. Mateo 15, 21-28

 + 2. El mensaje teológico que nos transmiten las lecturas de este domingo manifiesta la universalidad del mensaje de salvación:
  - a. Ciertamente, Dios estableció una alianza particularísima con el pueblo de Israel (“Yo seré tu Dios y tú serás mi pueblo”); y a este pueblo Dios le fue comunicando su plan de salvación a través de los acontecimientos de la vida diaria; y le prometió el Mesías, quien instauraría un orden nuevo.
  - b. Aunque la automanifestación de Dios tuvo a Israel como destinatario privilegiado, no se trataba de una relación excluyente.
  - c. En la primera lectura que hemos escuchado, el profeta Isaías anuncia la apertura de la revelación de Dios: “Mi casa será casa de oración para todos los pueblos”.

 + 3. El nacimiento de Jesucristo, que es el Hijo eterno del Padre que se hace hombre en las entrañas de María, es la realización de la promesa de salvación para la cual se había preparado el pueblo de Israel durante siglos. Aunque Jesús era descendiente de la casa de David y nace en un remoto pueblo de Palestina, su encarnación tiene un significado universal, desbordando las fronteras políticas y culturales.

 + 4.
Hay que leer en esta perspectiva el capítulo segundo del evangelio de san Mateo, que nos narra la visita de los sabios de Oriente; en el calendario litúrgico nos referimos a este acontecimiento como la Epifanía o fiesta de los Reyes Magos. Este frágil niño, que ha nacido en una pesebrera, atrae a los depositarios de saberes ancestrales; Jesús es punto de encuentro de las más diversas tradiciones; su presencia en medio de nosotros es símbolo de unidad para la familia humana.

 + 5. Jesús resucitado ratifica la universalidad de su anuncio en la misión que confía a sus discípulos: “Vayan, pues, a las gentes de todas las naciones, y háganlas mis discípulos; bautícenlas en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo”.

 + 6. En el evangelio de hoy, la universalidad del mensaje de salvación tiene como protagonista principal a una mujer extranjera, originaria de Canaán; por lo tanto, no pertenecía al pueblo de la alianza. Esta mujer se acerca a Jesús para que cure a su hija de los terribles sufrimientos que padecía. Aparentemente, Jesús la trata con displicencia. Sin embargo, ella no se desanima, y en tres ocasiones expresa su petición al Señor quien, gratamente impresionado, dice: “Mujer, ¡qué grande es tu fe! Que se cumpla lo que deseas”.

 + 7. En sus dos mil años de existencia, la Iglesia ha anunciado la buena noticia de Jesús resucitado a todos los pueblos. Ciertamente, la historia de la evangelización contiene innumerables capítulos luminosos sobre el compromiso sin límites de mujeres y hombres que dedicaron sus vidas a la propagación del Reino de Dios.

 + 8. Así como reconocemos las luces de la evangelización, también debemos reconocer sus sombras. La alianza entre la Cruz y la Espada, es decir, la propagación de la fe, vinculada a la fuerza militar y a los intereses económicos de las potencias coloniales, ha dejado heridas muy hondas, pues ha proyectado la imagen del Cristianismo como una imposición más de los dominadores…

 + 9.
El Concilio Vaticano II, a finales de los años 60, trajo un cambio radical en las relaciones entre la Iglesia y la sociedad; la afirmación de la autonomía de las realidades terrenas, el reconocimiento de la libertad religiosa, la defensa contundente de la dignidad humana y el llamado a establecer un diálogo respetuoso y constructivo con los diversos colectivos dentro de una sociedad pluralista, modificaron sustancialmente el talante de la evangelización:
  - a. El anuncio de Jesús resucitado es una invitación y no una imposición; es un llamado a compartir, y no la carga agobiante de una cultura que se considera superior. Es el encuentro entre la fe en Jesús y las diversas culturas, reconociendo sus valores.
  - b. Por eso la acción evangelizadora de la Iglesia exige que sus promotores – sacerdotes, catequistas, educadores, etc. – tengan una sólida formación en Ciencias Sociales para así comprender la complejidad de las tradiciones, de los símbolos, de los ritos.

 + 10. Cuando nos referimos al encuentro entre la fe y las culturas, nuestra imaginación no se transporta a las exóticas tierras de los pigmeos en el África o a los esquimales o a las selvas del Amazonas. Nuestra preocupación prioritaria es la evangelización de las diversas culturas que coexisten en nuestro país, principalmente en las grandes ciudades:
  - a. ¿Cómo anunciar la buena noticia de Jesús a jóvenes cuyos gustos y lenguajes están muy lejos de nosotros, los adultos? ¿Cómo compartir estos valores con quienes aman el “reggaetón” y se pasan horas “chateando”?
  - b. ¿Cómo tocar el corazón de tantas mujeres maltratadas, niños abusados y familias desplazadas?
  - c. ¿Cómo mostrar el potencial liberador y sanador de Jesús a quienes están esclavizados por alguna forma de adicción?

 + 11. La liturgia de hoy tiene como tema central la universalidad del anuncio de la salvación; se trata de una invitación y no de una imposición. Por lo tanto, debemos conocer el horizonte cultural de los destinatarios de este mensaje para expresar la buena noticia de Jesús en su lenguaje, en sus ritos y en su música.

domingo, 7 de agosto de 2011

Domingo 19 del Tiempo Ordinario Ciclo "A" - 7 de Agosto de 2011

1ª Lectura (1R 19, 9a.11-13a)

Lectura del Primer Libro de los Reyes.
Al llegar al monte de Dios, el Horeb, el profeta Elías entró en una cueva y permaneció allí. El Señor le dijo: "Sal de la cueva y quédate en el monte para ver al Señor, porque el Señor va a pasar". Así lo hizo Elías, y al acercarse el Señor, vino primero un viento huracanado, que partía las montañas y resquebrajaba las rocas; pero el Señor no estaba en el viento. Se produjo después un terremoto; pero el Señor no estaba en el terremoto. Luego vino un fuego; pero el Señor no estaba en el fuego. Después del fuego se escuchó el murmullo de una brisa suave. Al oírlo, Elías se cubrió el rostro con el manto y salió a la entrada de la cueva. Palabra de Dios. A. Te alabamos, Señor.

Salmo responsorial (Sal  84)

R.Muéstranos, Señor, tu misericordia.
L. Escucharé las palabras del Señor, palabras de paz para su pueblo santo. Está ya cerca nuestra salvación y la gloria del Señor habitará en la tierra. /R.
L. La misericordia y la verdad se encontraron, la justicia y la paz se besaron, la fidelidad brotó en la tierra y la justicia vino del cielo. /R.
L. Cuando el Señor nos muestre su bondad nuestra tierra producirá su fruto. La justicia le abrirá camino al Señor e irá siguiendo sus pisadas. /R.

2ª Lectura (Rm 9, 1-5)

Lectura de la Carta del apóstol San Pablo a los romanos
Hermanos: Les hablo con toda verdad en Cristo; no miento. Mi conciencia me atestigua, con la luz del Espíritu Santo, que tengo una infinita tristeza y un dolor incesante tortura mi corazón. Hasta aceptaría verme separado de Cristo, sí esto fuera para bien de mis hermanos, los de mi raza y de mi sangre, los israelitas, a quienes pertenecen la adopción, la gloria, la Alianza, la Ley, el culto y las promesas. Ellos son descendientes de los Patriarcas; y de su raza, según la carne, nació Cristo, el cual está por encima de todo y es Dios bendito por los siglos de los siglos. Palabra de Dios. A. Te alabamos, Señor.

Aclamación antes del Evangelio (Salmo 129, 5)

R. Aleluya, aleluya.- Confío en el Señor, mi alma espera y confía en su palabra. R. Aleluya.

Evangelio (Mt  14, 22-33)

Lectura del santo Evangelio según san Mateo
A. Gloria a ti, Señor.
En aquel tiempo, inmediatamente después de la multiplicación de los panes, Jesús hizo que sus discípulos subieran a la barca y se dirigieran a la otra orilla, mientras el despedía a la gente. Después de despedirla, subió al monte a solas para orar. Llegada la noche, estaba El solo allí. Entretanto, la barca iba ya muy lejos de la costa y las olas la sacudían, porque el viento era contrario. A la madrugada, Jesús fue hacia ellos, caminando sobre el agua. Los discípulos, al verlo andar sobre el agua, se espantaron y decían: "¡Es un fantasma!" Y daban gritos de terror. Pero Jesús les dijo enseguida: “Tranquilícense y no teman. Soy Yo". Entonces le dijo Pedro: "Señor, si eres Tú, mándame ir a ti caminando sobre el agua". Jesús le contestó: "Ven". Pedro bajó de la barca y comenzó a caminar sobre el agua hacia Jesús; pero al sentir la fuerza del viento, le entró miedo, comenzó a hundirse y gritó: “¡Sálvame, Señor!" Inmediatamente Jesús le tendió la mano, lo sostuvo y le dijo: "Hombre de poca fe, ¿por qué dudaste?” En cuanto subieron a la barca, el viento se calmó. Los que estaban en la barca se postraron ante Jesús, diciendo: "Verdaderamente Tú eres el Hijo de Dios". Palabra del Señor. A. Gloria a ti Señor Jesús.


Encuentros con la Palabra, por Hermann Rodríguez Osorio, S.J., Domingo XIX Ordinario – Ciclo A (Mateo 14, 22-33) – 7 de agosto de 2011

“¡Tengan valor, soy yo, no tengan miedo!”

Es frecuente que sólo nos acordemos de Dios en tiempos de crisis y dificultad. Cuando navegamos por aguas tranquilas y nuestra vida transcurre sin particulares sobresaltos, podemos ir perdiendo la referencia fundamental al Señor. Podríamos decir, utilizando el lenguaje de san Ignacio de Loyola para referirse a los estados del alma, que en tiempos de desolación buscamos con más insistencia a Dios; y que en tiempos de consolación nos olvidamos de él, como la fuente de toda gracia.

Juan Casiano (ca. 360-435), uno de los padres de la Iglesia, cuyos escritos marcaron definitivamente el monaquismo de Occidente, nos presenta, en una de sus obras, algunas causas por las cuales las personas vivimos momentos de desolación. En primer lugar, dice Casiano, "de nuestro descuido procede, cuando andando nosotros indiferentes, tibios y empleados en pensamientos inútiles y vanos, nos dejamos llevar de la pereza, y con esto somos ocasión de que la tierra de nuestro corazón produzca abrojos y espinas, y creciendo éstas, claro está que habemos de hallarnos estériles, indevotos, sin oración y sin frutos espirituales" (Conlationes IV,3).

La segunda causa por la cual Dios permite que tengamos estas experiencias de abandono, según Casiano, es “para que desamparados un poco de la mano del Señor (...) comprendamos que aquello fue don de Dios, y que la quietud, que puestos en esta tribulación le pedimos, únicamente la podemos esperar de su divina gracia, por cuyo medio habíamos alcanzado aquel primer estado de paz, de que ahora nos sentimos privados” (Conlationes IV,4).

Ignacio de Loyola, en el siglo XVI, explicará esto mismo diciendo que Dios permite que vivamos momentos de desolación “por darnos vera noticia y conocimiento para que internamente sintamos que no es de nosotros traer o tener devoción crecida, amor intenso, lágrimas ni otra alguna consolación espiritual, mas que todo es don y gracia de Dios nuestro Señor; y porque en cosa ajena no pongamos nido, alzando nuestro entendimiento en alguna soberbia o gloria vana, atribuyendo a nosotros la devoción o las otras partes de la espiritual consolación” (EE, 322).

Pedro, junto con los demás discípulos, vive un momento de crisis profunda, cuando en medio de la noche, y sintiendo que “las olas azotaban la barca, porque tenían el viento en contra”, ve a Jesús caminando sobre las aguas; dice san Mateo que los discípulos “se asustaron, y gritaron llenos de miedo: – ¡Es un fantasma!”. La respuesta de Jesús los tranquilizó: “– ¡Tengan valor, soy yo, no tengan miedo!”

Pedro, entonces, con la seguridad que le daban estas palabras, dice: “– Señor, si eres tú, ordena que yo vaya hasta ti sobre el agua”. A lo que Jesús, ni corto ni perezoso, le respondió: “­– Ven”. Entonces, “Pedro bajó de la barca y comenzó a caminar sobre el agua en dirección a Jesús. Pero al notar la fuerza del viento, tuvo miedo; y como comenzaba a hundirse, gritó: – ¡Sálvame, Señor! Al momento, Jesús lo tomó de la mano y le dijo: – ¡Qué poca fe tienes! ¿Por qué dudaste?”

Como Pedro, cuando caminamos sobre aguas tranquilas guiados y conducidos por el Señor, tenemos la tentación de sentirnos dueños de lo que hacemos y nos olvidamos de aquel que hace posible nuestra existencia. De manera que, “para que en cosa ajena no pongamos nido”, es precisamente en las crisis y en los momentos de turbulencia, cuando reconocemos la verdadera fuente de nuestra seguridad y, como los discípulos, después de la tormenta, nos postramos en tierra para decirle al Señor: “–¡En verdad tú eres el Hijo de Dios!”