domingo, 26 de enero de 2014

Domingo 3 del Tiempo Ordinario Ciclo "A"

1ª Lectura (Is 8, 23 – 9, 3)

Lectura del libro del profeta Isaías
En otro tiempo el Señor humilló el país de Zabulón y el país de Neftalí; pero en el futuro llenará de gloria el camino del mar, más allá del Jordán, en la región de los paganos. El pueblo que caminaba en tinieblas vio una gran luz. Sobre los que vivían en tierra de sombras, una luz resplandeció. Engrandeciste a tu pueblo e hiciste grande su alegría. Se gozan en tu presencia como gozan al cosechar, como se alegran al repartirse el botín. Porque tú quebrantaste su pesado yugo, la barra que oprimía sus hombros, y el cetro de su tirano, como en el día de Madián. Palabra de Dios. A. Te alabamos, Señor.

Salmo responsorial (26)

R. El Señor es mi luz y mi salvación.
L. El Señor es mi luz y mi salvación, ¿a quién voy a tenerle miedo? El Señor es la defensa de mi vida, ¿quién podrá hacerme temblar?. /R.
L. Lo único que pido, lo único que busco es vivir en la casa del Señor toda mi vida, para disfrutar las bondades del Señor y estar continuamente en su presencia. /R.
L. La bondad del Señor espero ver en esta misma vida. Ármate de valor y fortaleza y en el Señor confía. /R.

2ª Lectura (1ª Co 1, 10-3.17)

Lectura de la Primera Carta del apóstol San Pablo a los corintios
Hermanos: Los exhorto, en nombre de nuestro Señor Jesucristo, a que todos vivan en concordia y no haya divisiones entre ustedes, a que estén perfectamente unidos en un mismo sentir y en un mismo pensar. Me he enterado, hermanos, por algunos servidores de Cloe, de que hay discordia entre ustedes. Les digo esto, porque cada uno de ustedes ha tomado partido, diciendo: “Yo soy de Pablo”, “Yo soy de Apolo”, “Yo soy de Pedro”, “Yo soy de Cristo”. Acaso Cristo está dividido? ¿Es que Pablo fue crucificado por ustedes? ¿O han sido bautizados ustedes en nombre de Pablo? Por lo demás, no me envió Cristo a bautizar, sino a predicar el Evangelio, y eso, no con sabiduría de palabras, para no hacer ineficaz la cruz de Cristo. Palabra de Dios. A. Te alabamos, Señor.

Aclamación antes del Evangelio (Mateo 4, 23)

R. Aleluya, aleluya.- Jesús predicaba la buena nueva del Reino y curaba las enfermedades y dolencias del pueblo. R. Aleluya.

Evangelio (Mt 4, 12-23)

Lectura del santo Evangelio según san Mateo
A. Gloria a ti, Señor.
Al enterarse Jesús de que Juan había sido arrestado, se retiró a Galilea, y dejando el pueblo de Nazaret, se fue a vivir a Cafarnaúm, junto al lago, en territorio de Zabulón y Neftalí, para que así se cumpliera lo que había anunciado el profeta Isaías: tierra de Zabulón y Neftalí, camino del mar, al otro lado del Jordán, Galilea de los paganos. El pueblo que caminaba en tinieblas vio una gran luz. Sobre los que vivían en tierra de sombras una luz resplandeció.  Desde entonces comenzó Jesús a predicar, diciendo: “Conviértanse, porque ya está cerca el Reino de los cielos”. Una vez que Jesús caminaba por la ribera del mar de Galilea, vio a los hermanos, Simón, llamado después Pedro, y Andrés, los cuales estaban echando las redes al mar, porque eran pescadores.  Jesús les dijo: “Síganme y los haré pescadores de hombres”. Ellos inmediatamente dejaron las redes y lo siguieron. Pasando más adelante vio a otros dos hermanos, Santiago y Juan, hijos de Zebedeo, que estaban con su padre en la barca, remendando las redes, y los llamó también. Ellos dejando enseguida la barca y a su padre, lo siguieron. Andaba por toda Galilea enseñando en las sinagogas y proclamando la buena nueva del Reino de Dios y curando a la gente de toda enfermedad y dolencia. Palabra del Señor. A. Gloria a ti Señor Jesús.


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El mensaje del domingo - III Domingo del Tiempo Ordinario – Ciclo A

El Evangelio de este domingo (Mateo 4, 12-23) nos sitúa en la región llamada Galilea, al norte de Israel, donde se habían establecido las tribus hebreas de Zabulón y Neftalí cuyos nombres corresponden a dos de los doce hijos del patriarca Jacob, nieto de Abraham, y que como lo indica la primera lectura (Isaías 8, 23b - 9,3) era habitada también por “gentiles” o “paganos”, gentes de raza diferente que no profesaban la religión judía. El lago de Galilea, denominado asimismo Tiberíades o de Genesaret, era llamado también “mar” por su profundidad (48 metros) y su extensión (21 kilómetros). La pesca era y sigue siendo la principal actividad en las ciudades de sus orillas, la mayor de las cuales en tiempos de Jesús era Cafarnaúm -hoy en ruinas-, donde él se estableció al iniciar su vida pública.

 + 1.- “Conviértanse, porque el reino de los cielos está cerca”

La primera palabra de Jesús al iniciar su predicación es una invitación a cambiar. Convertirse, de acuerdo con el sentido original del verbo en griego, significa cambiar de mentalidad, es decir, pensar, sentir y actuar de modo distinto del que uno está acostumbrado. Se trata de un cambio que suele compararse con el paso de la oscuridad a la luz. En este sentido es significativo el texto del profeta Isaías en la primera lectura, citado en el Evangelio: “el pueblo que caminaba en tinieblas vio una luz grande, habitaban en tierras de sombras y una luz les brilló”. La cita profética habla de “sombras de muerte”, o sea que se trata del paso a una nueva vida. Convertirnos, entonces, es disponernos a que Dios actúe de tal manera en nosotros, que su luz disipe nuestras sombras y su energía renovadora nos resucite espiritualmente.

Jesús agrega el porqué de su invitación a la conversión: “porque el reino de los cielos está cerca”. “Reino de los cielos” significa lo mismo que reino de Dios. Es una forma de referirse al ser supremo propia del Evangelio según San Mateo, dirigido originariamente a los cristianos provenientes del judaísmo, en el que se evitaba por respeto pronunciar el nombre de Dios. Cuando Jesús habla de este reino se refiere no a un territorio ni a un dominio político, sino al poder salvador de Dios que quiere establecer en la humanidad un porvenir nuevo de justicia, de amor y de paz que había sido anunciado por los profetas. Y cuando dice que el reino de Dios está cerca, nos manifiesta que Dios en persona - presente en Jesús mismo como Dios hecho hombre- ha venido para hacerlo realidad.

Esta presencia salvadora y liberadora se muestra en los hechos de sanación realizados por Jesús, tal como nos los narran los Evangelios. Y por eso mismo su mensaje central es precisamente una buena noticia, que es lo que significa la palabra evangelio en griego, el idioma en el que se escribieron los textos del Nuevo Testamento reconocidos por la Iglesia Católica como inspirados por Dios. Esta buena noticia no se queda en meras palabras, sino que se manifiesta en los milagros obrados por Jesús, los cuales en definitiva significan que en cada una de las personas que Él sana comienza una nueva creación.

 + 2.- “Síganme”... Al momento dejaron sus redes y se fueron con él

Para establecer el Reino de Dios, Jesús comienza llamando a sus primeros discípulos, unos pobres y humildes pescadores que luego formarán parte de sus doce apóstoles o enviados a colaborar en la misma misión que Dios Padre le ha confiado a Él. Y les hace una invitación directa: Síganme. La respuesta de aquellos pescadores es inmediata: Al momento dejaron sus redes y se fueron con él.

También a cada uno de nosotros nos invita Jesús a seguirlo. Nuestra vocación cristiana es un llamamiento a colaborar con Él en el establecimiento del reino de Dios. Cada cual de una manera particular y específica, pero con una finalidad común. ¿Cómo podemos responder a ese llamado que Jesús nos renueva aquí y ahora? La respuesta a esta pregunta depende de nuestra disposición radical a dejar las redes, es decir, a des-en-redarnos de todo lo que nos impide seguirlo de verdad: inclinaciones egoístas, apegos serviles, afectos desordenados.

 + 3.- Bien unidos, con un mismo pensar y sentir

Finalmente, para que nuestra colaboración en el establecimiento del Reino de Dios sea efectiva tenemos que disponernos a trabajar en unidad. Jesús formó una primera comunidad que fue la base de lo que sería la Iglesia. Pero muy pronto vinieron las discordias y divisiones, como las que señala el apóstol san Pablo en la segunda lectura, tomada de una de sus cartas dirigidas a los cristianos de la ciudad griega de Corinto (1a Corintios 1, 10-13.17).

Este problema ha seguido existiendo a todo lo largo de la historia del cristianismo, y hoy, en lugar de estar bien unidos con un mismo pensar y sentir, los creyentes en Cristo nos encontramos enfrentados. Pidamos por la unión de quienes creemos en Jesucristo y estamos llamados a seguirlo como nuestro Maestro y Salvador, respetando la pluralidad y la diversidad, pero formando una verdadera comunidad.-


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domingo, 19 de enero de 2014

Domingo 2 del Tiempo Ordinario Ciclo "A"

1ª Lectura (Is 49, 3.5-6)

Lectura del libro del profeta Isaías
El Señor me dijo: “Tú eres mi siervo, Israel; en ti manifestaré mi gloria”. Ahora habla el Señor, el que me formó desde el seno materno, para que fuera su servidor, para hacer que Jacob volviera a Él y congregar a Israel en torno suyo -tanto  así me honró el Señor y mi Dios fue mi fuerza-. Ahora, pues, dice el Señor: “Es poco que seas mi siervo sólo para restablecer a las tribus de Jacob y reunir a los sobrevivientes de Israel; te voy a convertir en luz de las naciones, para que mi salvación llegue hasta los últimos rincones de la tierra”. Palabra de Dios. A. Te alabamos, Señor.

Salmo responsorial (39)

R. Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad.
L. Esperé en el Señor con gran confianza, Él se inclinó hacia mí y escuchó mis plegarias. Él me puso en la boca un canto nuevo, un himno a nuestro Dios. /R.
L. Sacrificios y ofrendas, no quisiste, abriste, en cambio, mis oídos a tu voz. No exigiste holocaustos por la culpa, así que dije: “Aquí estoy”. /R.
L. En tus libros se me ordena hacer tu voluntad; esto es, Señor, lo que deseo: tu ley en medio de mi corazón. /R.
L. He anunciado tu justicia en la gran asamblea; no he cerrado mis labios, tú lo sabes, Señor. /R.

2ª Lectura (1ª Co 1, 1-3)

Lectura de la primera carta del apóstol san Pablo a los corintios
Yo, Pablo, apóstol de Jesucristo por voluntad de Dios, y Sóstenes, mi colaborador, saludamos a la comunidad cristiana que está en Corinto. A todos ustedes, a quienes Dios santificó en Cristo Jesús y que son su pueblo santo, así como a todos aquellos que en cualquier lugar invocan el nombre de Cristo Jesús, Señor nuestro y Señor de ellos, les deseo la gracia y la paz de parte de Dios, nuestro Padre, y de Cristo Jesús, el Señor. Palabra de Dios. A. Te alabamos, Señor.

Aclamación antes del Evangelio (Jn 1, 14-12)

R. Aleluya, aleluya.- Aquel que es la Palabra se hizo hombre y habitó entre nosotros. A todos los que lo recibieron les concedió poder llegar a ser hijos de Dios. R. Aleluya.

Evangelio (Jn 1, 29-34)

Lectura del santo Evangelio según san Juan
A. Gloria a ti, Señor.
En aquel tiempo, vio Juan el Bautista a Jesús, que venía hacia él, y exclamó: “Este es el Cordero de Dios, el que quita el pecado del mundo. Éste es aquel de quien yo he dicho: 'El que viene después de mí, tiene precedencia sobre mí, porque ya existía antes que yo'. Yo no lo conocía, pero he venido a bautizar con agua, para que Él sea dado a conocer a Israel”. Entonces Juan dio este testimonio: “Vi al Espíritu descender del cielo en forma de paloma y posarse sobre Él. Yo no le conocía, pero el que me envió a bautizar con agua me dijo: 'Aquel sobre quien veas que baja y se posa el Espíritu Santo, Ese es el que ha de bautizar con el Espíritu Santo'. Pues bien, yo lo ví  y doy testimonio de que éste es el Hijo de Dios.” Palabra del Señor. A. Gloria a ti Señor Jesús.


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El mensaje del domingo - II Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo A

El Evangelio de hoy nos invita a contemplar la manifestación de Jesús en el inicio de su vida pública a partir de la presentación que hace de Él, Juan Bautista como “el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo”. Por eso vamos a centrarnos en lo que significa este título con el cual también nosotros nos dirigimos al Señor varias veces en la celebración de la Eucaristía:

  - En el himno Gloria a Dios en el cielo le decimos a Jesús: “Cordero de Dios, Hijo del Padre, tú que quitas el pecado del mundo, ten piedad de nosotros”..., “atiende nuestra súplica”.
  - Después del Padre Nuestro volvemos a decirle: “Cordero de Dios, que quitas el pecado del mundo, ten piedad de nosotros”..., “danos la paz”.
  - E inmediatamente antes de la comunión, mostrando el Santísimo Sacramento, el sacerdote repite las palabras del Bautista: “Éste es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo, dichosos los invitados a la cena del Señor”.

 + 1.- Este es el Cordero de Dios

La imagen del cordero, símbolo de mansedumbre y de la inocencia del justo -es decir, de quien vive y obra rectamente-, aparece en varios pasajes del Antiguo Testamento entre los cuales resaltan tres:

  - El sacrificio de Abraham en el libro del Génesis, cuando le ofrece a Dios un cordero (Génesis 22, 12- 13).
  - El cordero de la cena pascual que relata el libro del Éxodo como memorial de la liberación de los hebreos de la esclavitud y de su puesta en camino hacia la tierra prometida (Ex 12, 2-11).
  - La profecía del “servidor de Yahvé” o “siervo del Señor”, descrito en el libro de Isaías “como cordero llevado al matadero” (Is 53, 1-12), un anuncio de lo que sería seis siglos después la Pasión de Cristo.

 + 2.- Que quita el pecado del mundo

La frase original en griego correspondiente al texto del Evangelio y que suele interpretarse como “que quita el pecado del mundo”, fue traducida al latín como “qui tollit peccata mundi”. El verbo tollere, de donde proviene la palabra tolerancia, significa soportar, llevar sobre sí una carga, y por eso el sentido de quitar el pecado del mundo es el que nos muestra el texto profético antes mencionado: “el Señor cargó sobre él la maldad de todos nosotros”; “el justo siervo del Señor liberará a muchos, pues cargará con la maldad de ellos”; “cargó con los pecados de muchos e intercedió por los pecadores”.

Así dice el cuarto y último de los poemas del “Servidor de Yahvé” contenidos en el libro de Isaías, de los cuales la primera lectura nos recuerda el segundo, en el que Dios reafirma la misión universal del Mesías: “Es poco que seas mi siervo sólo para restablecer las tribus de Jacob y hacer volver a los sobrevivientes de Israel; yo haré que seas luz de las naciones, para que lleves mi salvación a las partes más lejanas de la tierra” (Isaías 49, 5-6).

 + 3.- Dichosos los invitados a la cena del Señor

Al celebrar la Eucaristía, tengamos presente la invitación que el Señor nos hace a participar en la cena pascual del Cordero de Dios que quita el pecado del mundo. Se trata de una invitación a estar en comunión con Él, acogiéndolo en nuestra vida para que nos transforme a imagen suya, como transformó a los primeros discípulos que recibieron su Espíritu. Entre éstos está el apóstol Juan, uno de los que oyeron a Juan Bautista presentándoles a Jesús y que fue autor tanto del cuarto Evangelio como del libro del Apocalipsis, en el cual no sólo leemos que “el Cordero sacrificado es digno de recibir el poder, el honor y la gloria” (Apocalipsis 5, 12), sino también esta exclamación que expresa nuestra esperanza de participar con Él en el banquete de la vida eterna: “Felices los invitados a la fiesta de bodas del Cordero” (Apocalipsis 19, 9).

Por último, con base en la segunda lectura, tomada del comienzo de la primera carta de san Pablo a los cristianos de la ciudad griega de Corinto (1 Corintios 1, 1-3), tengamos presente que cada uno de nosotros está incluido entre “los que en cualquier lugar invocan el nombre de nuestro Señor Jesucristo”.

Al invocarlo como el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo, dispongámonos con su ayuda a ser tolerantes: si Él llevó sobre sí nuestros pecados para salvarnos, nuestra comunión auténtica con Él debe llevarnos a realizar aquella obra de misericordia que consiste en “soportar con paciencia las debilidades y flaquezas de nuestros prójimos”.


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domingo, 12 de enero de 2014

Solemnidad del Bautismo del Señor Ciclo "A"

1ª Lectura (Is 42, 1-4.9-7)

Lectura del libro del profeta Isaías
Esto dice el Señor: "Miren a mi siervo, a quien sostengo, a mi elegido, en quien tengo mis complacencias. En Él he puesto mi espíritu para que haga brillar la justicia sobre las naciones. No gritará, no clamará, no hará oír su voz por las calles; no romperá la caña resquebrajada, ni apagará la mecha que aún humea. Promoverá con firmeza la justicia, no titubeará ni se doblegará hasta haber establecido el derecho sobre la tierra y hasta que las islas escuchen su enseñanza. Yo, el Señor, fiel a mi designio de salvación, te llamé, te tomé de la mano, te he formado y te he constituido alianza de un pueblo, luz de las naciones, para que abras los ojos de los ciegos, saques a los cautivos de la prisión y de la mazmorra a los que habitan en tinieblas". Palabra de Dios. A. Te alabamos, Señor.

Salmo responsorial (28)

R. Te alabamos Señor.
L. Hijos de Dios, glorifiquen al Señor, denle la gloria que merece. Postrados en su templo santo, alabemos al Señor. /R.
L. La voz del Señor se deja oír sobre las aguas torrenciales. La voz del Señor es poderosa, la voz del Señor es imponente. /R.
L. El Dios de majestad hizo sonar el trueno de su voz. El Señor se manifestó sobre las aguas desde su trono eterno. /R.

2ª Lectura (Hech 10, 34-38)

Lectura del libro de los Hechos de los Apóstoles
En aquellos días, Pedro se dirigió a Cornelio y a los que estaban en su casa, con estas palabras: "Ahora caigo en la cuenta de que Dios no hace distinción de personas, sino que acepta al que lo teme y practica la justicia, sea de la nación que fuere. Él envió su palabra a los hijos de Israel, para anunciarles la paz por medio de Jesucristo, Señor de todos. Ya saben ustedes lo sucedido en toda Judea, que tuvo principio en Galilea, después del bautismo predicado por Juan: cómo Dios ungió con el poder del Espíritu Santo a Jesús de Nazaret y cómo éste pasó haciendo el bien, sanando a todos los oprimidos por el diablo, porque Dios estaba en Él". Palabra de Dios. A. Te alabamos, Señor.

Aclamación antes del Evangelio (Mc 9, 7)

R. Aleluya, aleluya.- Se abrió el cielo y resonó la voz del Padre, que decía: "Este es mi Hijo amado; escúchenlo". R. Aleluya.

Evangelio (Mt 3, 13-17)

Lectura del santo Evangelio según san Mateo
A. Gloria a ti, Señor.
En aquel tiempo, fue Jesús de Galilea al Jordán y se presentó a Juan para que lo bautizara. Pero Juan intentaba disuadirlo diciéndole: "Soy yo el que necesito que tú me bautices, ¿y tú acudes a mí?" Jesús le contestó: "Déjalo ahora. Está bien que cumplamos así lo que Dios quiere." Entonces Juan se lo permitió. Apenas se bautizó Jesús, salió del agua; se abrió el cielo y vio que el Espíritu de Dios bajaba como una paloma y se posaba sobre Él. Y vino una voz del cielo que decía: "Este es mi hijo, el amado, mi predilecto." Palabra del Señor. A. Gloria a ti Señor Jesús.


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¿DIOS BAUTIZADO?

Bautismo del Jesús

San Juan Bautista bautizaba en el Jordán. El Bautismo que Juan impartía no era igual que el Sacramento del Bautismo que nosotros hemos recibido. El de Juan significaba la aceptación de la conversión de aquéllos que deseaban arrepentirse. Siendo esto así, ¿qué hace Jesús, el Hijo de Dios en la ribera del Jordán, como cualquier otro de los que se estaban convirtiendo, pidiéndole a Juan, su primo y precursor, que le bautizara? El mismo Bautista, que venía predicando insistentemente que detrás de él vendría “uno que es más que yo, y yo no merezco ni agacharme para desatarle las sandalias” (Mc. 1, 7), se queda impresionado de la petición del Señor.

Y vemos en el Evangelio que San Juan Bautista le discute: “Soy yo quien debe ser bautizado por Ti, ¿y Tú vienes a que yo te bautice?” (Mt. 3, 14).

Hace pocos días celebramos el Nacimiento del Hijo de Dios. Y enseguida nos llega esta Fiesta de su Bautismo. Pero ¿cómo puede ser esto de un Dios bautizado? Pues bien, el objeto de su Bautismo es el mismo que el de su Nacimiento: identificarse con la humanidad pecadora.

No nos parece adecuado que Dios sea bautizado, pero en realidad esto calza con el propósito de su venida a la tierra. Jesús no estaba en el Jordán a título personal, sino que nos estaba representando a todos y cada uno de nosotros, a la humanidad pecadora.

En Él no había pecado alguno: por esto la objeción de San Juan Bautista. Pero si Jesús se iba a identificar con la humanidad a tal punto como para llamarse “Hijo del Hombre”, tenía entonces que compartir nuestra culpa. Por eso es que vemos a Dios bautizado.

Cierto entonces que Jesucristo, el Dios Vivo, no tenía necesidad de bautismo.  Pero en el Jordán quiso presentarle al Padre los pecados del mundo y asumirlos Él  ¡Todo un Dios, en Quien no puede haber pecado alguno, se pone en lugar de la humanidad pecadora, haciéndose bautizar!

Y esos pecados, los pecados del mundo, Él los toma sobre sí en la Cruz y nos redime de ellos. Es por ello que desde el Jordán, San Juan Bautista, al ver a Jesús acercarse, lo reconoce como el nuevo Cordero que sustituiría al cordero que se sacrificaba en cada cena de Pascua, y dice esto de Él: “Ahí viene el Cordero de Dios, el que carga con el pecado del mundo” (Jn. 1, 29).

En el Jordán Jesús desea mostrarnos el sentido y la necesidad del arrepentimiento. En eso consistía el Bautismo de Juan: arrepentirse de los pecados primero. Luego el agua venía a confirmar ese arrepentimiento.

Y la significación del Bautismo de Cristo no queda allí: al entrar Dios a las aguas del Jordán, le dio significación especial al agua. De allí que el agua sea la materia del Sacramento del Bautismo. Los que acudían al Jordán se arrepentían y luego se sumergían en el agua. El Sacramento del Bautismo no es igual al Bautismo del Jordán. Es mucho más. Juan ya lo dijo:  “Yo los bautizo con agua, pero ya viene el que es más poderoso que yo... Él los bautizará con el Espíritu Santo” (Lc. 3, 16).

En el Bautismo, por obra del Espíritu Santo -del Espíritu de Dios- el ser humano, nacido en el pecado heredado de nuestros primeros progenitores, recibe la vida de Dios que es la Gracia, la cual borra el pecado original. Además, por medio del Bautismo Sacramento, somos hechos -nada menos- que hijos de Dios y pasamos a formar parte de la Iglesia que Cristo estableció.

La Fiesta del Bautismo del Señor nos invita, entonces, a reconocernos pecadores, a arrepentirnos y a renovar esa vida de Dios que un día recibimos en nuestro Bautismo. Que así sea.


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domingo, 5 de enero de 2014

Solemnidad de la EPIFANIA DEL SEÑOR - Tiempo de Navidad - Ciclo "A"

1ª Lectura (Is 60, 1-6)

Lectura del libro del profeta Isaías
Levántate y resplandece, Jerusalén, porque ha llegado tu luz y la gloria del Señor alborea sobre ti. Mira: las tinieblas cubren la tierra y espesa niebla envuelve a los pueblos; pero sobre ti resplandece el Señor y en ti, se manifiesta su gloria. Caminarán los pueblos a tu luz y los reyes, al resplandor de tu aurora. Levanta los ojos y mira alrededor: todos se reúnen y vienen a ti; tus hijos llegan de lejos, a tus hijas las traen en brazos. Entonces verás esto radiante de alegría; tu corazón se alegrará, y se ensanchará, cuando se vuelquen sobre ti los tesoros del mar y te traigan las riquezas de los pueblos. Te inundará una multitud de camellos y dromedarios, procedentes de Madián y de Efá. Vendrán todos los de Sabá trayendo incienso y oro y proclamando las alabanzas del Señor. Palabra de Dios. A. Te alabamos, Señor.

Salmo responsorial (71)

R. Que te adoren, Señor, todos los pueblos.
L. Comunica, Señor, al rey tu juicio y tu justicia, al que es hijo de reyes; así tu siervo saldrá en defensa de tus pobres y regirá a tu pueblo justamente. /R.
L. Florecerá en sus días la justicia y reinará la paz, era tras era. De mar a mar se extenderá su reino y de un extremo al otro de la tierra. /R.
L. Los reyes de occidente y de las islas le ofrecerán sus dones. Ante Él se postrarán todos los reyes y todas las naciones. /R.
L. Al débil librará del poderoso y ayudará al que se encuentra sin amparo; se apiadará del desvalido y pobre y salvará la vida al desdichado. /R.

2ª Lectura (Ef 3, 2-3. 5-6)

Lectura de la Carta del apóstol San Pablo a los a los Efesios
Hermanos: Han oído hablar de la distribución de la gracia de Dios, que se me ha confiado en favor de ustedes. Por revelación se me dio a conocer este misterio, que no había sido manifestado a los hombres en otros tiempos, pero que ha sido revelado ahora por el Espíritu a sus santos apóstoles y profetas: es decir, que por el Evangelio, también los paganos son coherederos de la misma herencia, miembros del mismo cuerpo y partícipes de la misma promesa en Jesucristo. Palabra de Dios. A. Te alabamos, Señor.

Aclamación antes del Evangelio (Mateo 2, 2)

R. Aleluya, aleluya. -Hemos visto su estrella en el Oriente y hemos venido a adorar al Señor. R. Aleluya.

Evangelio (Mt 2, 1-12)

Lectura del santo Evangelio según san Mateo
A. Gloria a ti, Señor.
Jesús nació en Belén de Judá, en tiempos del rey Herodes. Unos magos de Oriente llegaron entonces a Jerusalén y preguntaron: "¿Dónde está el rey de los judíos que acaba de nacer? Porque vimos surgir su estrella y hemos venido a adorarlo". Al enterarse de esto, el rey Herodes se sobresaltó y toda Jerusalén con él. Convocó entonces a los sumos sacerdotes y a los escribas del pueblo y les preguntó dónde tenía que nacer el Mesías. Ellos le contestaron: "En Belén de Judá, porque así lo ha escrito el profeta: Y tú, Belén, tierra de Judá, no eres en manera alguna la menor entre las ciudades ilustres de Judá, pues de ti saldrá un jefe, que será el pastor de mi pueblo, Israel". Entonces Herodes llamó en secreto a los magos, para que le precisaran el tiempo en que se les había aparecido la estrella y los mandó a Belén, diciéndoles: "Vayan a averiguar cuidadosamente qué hay de ese niño, y cuando lo encuentren, avísenme para que yo también vaya a adorarlo". Después de oír al rey, los magos se pusieron en camino, y de pronto la estrella que habían visto surgir, comenzó a guiarlos, hasta que se detuvo encima de donde estaba el Niño. Al ver de nuevo la estrella, se llenaron de inmensa alegría. Entraron en la casa y vieron al Niño con Maria, su madre, y postrándose, lo adoraron. Después, abriendo sus cofres, le ofrecieron regalos: oro, incienso y mirra. Advertidos durante el sueño de que no volvieran a Herodes, regresaron a su tierra por otro camino. Palabra del Señor. A. Gloria a ti Señor Jesús.


http://www.homilia.org/lecturasEpif.html

¿COMO ADORAR A DIOS?

¡Qué pintoresca y atractiva es la historia de los Reyes que vienen de oriente para “adorar” al Rey de Israel!  Es lo que celebramos en “Epifanía”. Significa esta palabra griega: “manifestación de Dios”.  En efecto, de manera misteriosa -por medio de una estrella milagrosa- Dios se manifiesta a tres reyes, los cuales llegan a Belén para adorar al Rey de reyes, Jesucristo.

El viaje no fue fácil. El inicio tampoco. Debían haber tenido una gran fe y también mucha humildad. Ellos eran también reyes, pero buscaban a un “Rey” que era mucho más que ellos. Esta supremacía del recién-nacido “Rey” deben haberla conocido por revelación divina. Deben haber sabido que el Reino de este Rey que nacía era mucho más importante y grande que sus respectivos reinos. De otra manera ¿cómo podrían estarlo buscando con tanto ahínco? Y lo buscaban, no para un simple saludo o sólo para brindarle presentes, sino -sobre todo- para adorarlo.

El Profeta Isaías (Is. 60, 1-6) ya anunciaba esta inusitada visita y nos da detalles que completan el escenario descrito en el Evangelio: “Te inundará una multitud de camellos y dromedarios procedentes de Madián y de Efá. Vendrán todos los de Sabá trayendo incienso y oro, y proclamando las grandezas del Señor”.

Esta visita pomposa en la cueva de Belén, en la que sin duda contrasta la fastuosidad de los reyes con la humilde presencia de los pastores, nos indica que Dios se revela a todos: ricos y pobres, poderosos y humildes, judíos y no judíos.  Eso sí: está de nuestra parte responder a la revelación que Dios hace a cada raza, pueblo y nación... y a cada uno de nosotros.

Y Dios se revela en su Hijo Jesucristo, que se hace Hombre, y nace y vive en nuestro mundo en un momento dado de nuestra historia. Sí. Jesucristo es la respuesta de Dios a nuestra búsqueda de Él.  Todos los seres humanos de una manera u otra, en un momento u otro, buscamos el camino hacia Dios. Y ¿cómo nos responde Dios?  Mostrándonos a su Hijo Jesucristo, quien es el Camino, la Verdad y la Vida para llegar a Él.

Los Reyes supieron buscarlo y lo encontraron. Respondieron con prontitud, obediencia, humildad y diligencia. No les importó que fuera Rey de otro país. No les importó el viaje largo y molesto que les tocó hacer. No les importó que la estrella se les desapareciera por un tiempo. No les importó encontrar a ese “Rey de reyes” en el mayor anonimato y en medio de una rigurosa pobreza. Ellos sabían que ése era el “Rey” que venían a adorar. Y eso era lo que importaba.

Esta breve historia de la Sagrada Escritura sobre los Reyes de Oriente (Mt. 2, 1-12) nos muestra cómo Dios llama a cada persona de diferentes maneras, sea cual fuere su origen o su raza, su pueblo o su nación, su creencia o convicción. Él toca nuestros corazones y se nos revela en Jesucristo, Dios Vivo y Verdadero ante Quien no podemos más que postrarnos y adorarlo.

Como a los Tres Reyes, Dios nos llama, nos inspira para que le busquemos, se revela a nosotros en Jesucristo. A veces, inclusive, parece esconderse -como se ocultó la estrella. Y nuestra respuesta no puede ser otra que la de los Reyes:  buscarlo, seguir Su Camino -sin importar dificultades y obstáculos- postrarnos y adorarlo, ofreciéndole también nuestros presentes: nuestra entrega a Él y nuestra adoración.


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