domingo, 29 de junio de 2014

Santos Pedro y Pablo, Solemnidad - 29 de Junio de 2014

Primera Lectura: Hechos 12,1-11

"Era verdad: el Señor me ha librado de las manos de Herodes"
En aquellos días, el rey Herodes se puso a perseguir a algunos miembros de la Iglesia. Hizo pasar a cuchillo a Santiago, hermano de Juan. Al ver que esto agradaba a los judíos, decidió detener a Pedro. Era la semana de Pascua. Mandó prenderlo y meterlo en la cárcel, encargando su custodia a cuatro piquetes de cuatro soldados cada uno; tenía intención de presentarlo al pueblo pasadas las fiestas de Pascua. Mientras Pedro estaba en la cárcel bien custodiado, la Iglesia oraba insistentemente a Dios por él. La noche antes de que lo sacara Herodes, estaba Pedro durmiendo entre dos soldados, atado con cadenas. Los centinelas hacían guardia a la puerta de la cárcel. De repente, se presentó el ángel del Señor, y se iluminó la celda. Tocó a Pedro en el hombro, lo despertó y le dijo: "Date prisa, levántate." Las cadenas se le cayeron de las manos, y el ángel añadió: "Ponte el cinturón y las sandalias." Obedeció, y el ángel le dijo: "Échate el manto y sígueme. "Pedro salió detrás, creyendo que lo que hacía el ángel era una visión y no realidad. Atravesaron la primera y la segunda guardia, llegaron al portón de hierro que daba a la calle, y se abrió solo. Salieron, y al final de la calle se marchó el ángel. Pedro recapacitó y dijo: "Pues era verdad: el Señor ha enviado a su ángel para librarme de las manos de Herodes y de la expectación de los judíos."

Salmo Responsorial: 33

"El Señor me libró de todas mis ansias."
Bendigo al Señor en todo momento, su alabanza está siempre en mi boca; mi alma se gloría en el Señor: que los humildes lo escuchen y se alegren. R. El Señor me libró de todas mis ansias.
Proclamad conmigo la grandeza del Señor, ensalcemos juntos su nombre. Yo consulté al Señor, y me respondió, me libró de todas mis ansias. R. El Señor me libró de todas mis ansias.
Contempladlo, y quedaréis radiantes, vuestro rostro no se avergonzará. Si el afligido invoca al Señor, él lo escucha y lo salva de sus angustias. R. El Señor me libró de todas mis ansias.
El ángel del Señor acampa en torno a sus fieles y los protege. Gustad y ved qué bueno es el Señor, dichoso el que se acoge a él. R. El Señor me libró de todas mis ansias.

Segunda Lectura: II Timoteo 4,6-8.17-18

"Ahora me aguarda la corona merecida"
Querido hermano: Yo estoy a punto de ser sacrificado, y el momento de mi partida es inminente. He combatido bien mi combate, he corrido hasta la meta, he mantenido la fe. Ahora me aguarda la corona merecida, con la que el Señor, juez justo, me premiará en aquel día; y no sólo a mí, sino a todos los que tienen amor a su venida. El Señor me ayudó y me dio fuerzas para anunciar íntegro el mensaje, de modo que lo oyeran todos los gentiles. Él me libró de la boca del león. El Señor seguirá librándome de todo mal, me salvará y me llevará a su reino del cielo. A él la gloria por los siglos de los siglos. Amén.

Evangelio: Mateo 16,13-19

"Tú eres Pedro, y te daré las llaves del Reino de los cielos"
En aquel tiempo, al llegar a la región de Cesarea de Filipo Jesús preguntó a sus discípulos: "¿Quién dice la gente que es el Hijo del hombre?" Ellos contestaron: "Unos que Juan Bautista, otros que Elías, otros que Jeremías o uno de los profetas." Él les preguntó: "Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?" Simón Pedro tomó la palabra y dijo: "Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo." Jesús le respondió: "¡Dichoso tú, Simón, hijo de Jonás!, porque eso no te lo ha revelado nadie de carne y hueso, sino mi Padre que está en el cielo. Ahora te digo yo: Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y el poder del infierno no la derrotará. Te daré las llaves del reino de los cielos; lo que ates en la tierra quedará atado en el cielo, y lo que desates en la tierra quedará desatado en el cielo."


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El mensaje del domingo - Fiesta de San Pedro y San Pablo Apóstoles - Ciclo A, Domingo 29 de junio de 2014

 + 1. Hoy conmemora la Iglesia Católica a los santos apóstoles Pedro y Pablo

Pedro, cuyo nombre anterior era Simón, un sencillo pescador de Betsaida, Galilea, fue uno de los primeros discípulos de Jesús. Su nuevo nombre, Pedro -“piedra”-, expresa la misión que su Maestro le confió de representarlo como fundamento de su Iglesia (Mateo16, 13-19), y que le confirmó al aparecerse resucitado a sus discípulos y preguntarle por tres veces si lo amaba, después de haberlo negado tres veces (Juan 21, 15-19). Desde el inicio de su labor apostólica, Pedro sintió el llamado de llevar el Evangelio también a los no judíos, como lo cuenta el libro de los Hechos de los Apóstoles (10,1-48). Orígenes, uno de los primeros teólogos cristianos, escribió que “Pedro fue crucificado en Roma con su cabeza hacia abajo” -por petición suya y en señal de humildad- durante la persecución de Nerón contra los cristianos hacia el año 67, en la colina del Vaticano donde actualmente se venera su tumba, sobre la cual se edificó la Basílica dedicada a su nombre.

Pablo, nacido en Tarso de Cilicia -en la actual Turquía-, judío, ciudadano romano instruido en la secta de los fariseos e inicialmente perseguidor de los discípulos de Jesús, se convirtió en uno de ellos a partir de la experiencia narrada en los Hechos de los Apóstoles (9, 1-19), evocada también en uno de sus discursos (Hechos 26, 4-20) y en sus cartas (1ª Corintios 15, 8-9; Gálatas 1, 13-16), en la que Cristo resucitado le dijo: “Saulo, ¿por qué me persigues?” Cambió este nombre hebreo por el de Paulus, que en latín significa “pequeño”, expresando su humildad: “Yo soy menos que el más pequeño de todos los que pertenecen al pueblo santo; pero Él (Dios) me ha concedido este privilegio de anunciar a los no judíos la buena noticia de las incontables riquezas de Cristo.” (Efesios 3, 8). Fue decapitado en Roma entre los años 58 y 67, también por orden de Nerón, y sus restos mortales se veneran en la Basílica de San Pablo Extramuros -en las afueras de la ciudad-.

 + 2.- “Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo”

La pregunta de Jesús a sus primeros discípulos -¿Y ustedes quién dicen que soy yo? también se dirige a nosotros. Hoy también se dicen muchas cosas acerca de Jesús de Nazaret: que fue uno de los más grandes personajes de la historia, una “superestrella”, un líder revolucionario, afirman unos; otros replican que fue un simple hombre magnificado por sus discípulos; y no faltan quienes arguyen que nunca existió y que su figura es una invención de quienes iniciaron el cristianismo. De todos modos, la cuestión sobre Jesucristo sigue vigente después de veinte siglos y nos interpela a nosotros, como sucedió con sus primeros discípulos. San Ignacio de Loyola, en el texto de sus Ejercicios Espirituales, propone pedir conocimiento interno del Señor, para más y amarlo y seguirlo. Este conocimiento interno consiste en una vivencia profunda de la persona de Jesús. Se trata de asimilar lo que Él significa para mí, de modo que vaya asemejándome cada día más y mejor a Él.

Las profesiones de fe de san Pedro -Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo (Mateo 16, 16)- y de san Pablo -Es Cristo quien vive en mí, y la vida que ahora vivo en el cuerpo la vivo por mi fe en el Hijo de Dios, que me amó y se entregó a la muerte por mí (Gálatas 2, 20)-, constituye la base del Credo cristiano: reconocer en Jesús al Hijo de Dios, a Dios hecho hombre, al Ungido (que es lo que significa en hebreo “Mesías” y en griego “Cristo”) para realizar la misión de liberar al ser humano de cuanto le impide ser feliz, y hacer presente en la tierra el Reino de Dios, un reino universal de justicia, de amor y de paz. Un detalle muy significativo es el adjetivo que sigue al título Hijo de Dios. Es el Dios viviente, a diferencia de los ídolos, que son inertes. Tal afirmación alcanzaría su plena realización cuando Jesús, después de su muerte en la cruz y en virtud de su resurrección, fuera reconocido por sus discípulos como el Cristo -el Mesías- presente en su Iglesia con una vida nueva por la acción del Espíritu Santo.

 + 3.- “Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia”

La palabra griega Ekklesía aparece 115 veces en el Nuevo Testamento, y la primera en los Evangelios corresponde al pasaje de hoy. Proviene del verbo ek-kalein -convocar- y designa a la comunidad de los creyentes en Jesucristo. La ciudad de Cesarea de Filipo, donde se ubica la escena, estaba sobre una roca. Jesucristo es reconocido como la “piedra angular” por el propio Pedro en uno de sus discursos (Hechos 4, 11), de modo que, si Jesús llama a Simón con el nombre de Pedro (en arameo Cefas, en griego Petros = piedra o roca), lo que le está diciendo es que su misión es la de ser su máximo representante como fundamento de la Iglesia.

Renovemos hoy nuestra profesión de fe en Jesucristo, que nos reúne en la comunidad de fe que Él mismo llamó su Iglesia, y nuestra adhesión a su vicario en la tierra, actualmente el Papa Francisco, pidiéndole al Señor que lo ilumine y lo ayude con la sabiduría necesaria para continuar la tarea que le encomendó a Pedro, y desde él a todos los que serían sus sucesores. Y a la luz del ejemplo de los apóstoles Pedro y Pablo, hagamos de esta profesión de fe en Jesucristo la razón principal de nuestra existencia, reconociendo al mismo tiempo la universalidad y la pluralidad cultural en la Iglesia como ellos mismos lo hicieron movidos por el Espíritu Santo (Hechos 15, 1-21).


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domingo, 22 de junio de 2014

Solemnidad del CUERPO Y SANGRE DE CRISTO, Tiempo Ordinario Ciclo "A"

1ª Lectura (Dt 8, 2-3. 14-16)

Lectura del libro del Deuteronomio
En aquel tiempo, habló Moisés al pueblo y le dijo: “Recuerda el camino que el Señor, tu Dios, te ha hecho recorrer estos cuarenta años por el desierto, para afligirte, para ponerte a prueba y conocer si ibas a guardar sus mandamientos o no. Él te afligió, haciéndote pasar hambre, y después te alimentó con el maná, que ni tú ni tus padres conocían, para enseñarte que no sólo de pan vive el hombre, sino también de toda palabra que sale de la boca de Dios. No sea que te olvides del Señor, tu Dios, que te sacó de Egipto y de la esclavitud; que te hizo recorrer aquel desierto inmenso y terrible, lleno de serpientes y alacranes; que en una tierra árida hizo brotar para ti agua de la roca más dura, y te alimentó en el desierto con un maná que no conocían tus padres”. Palabra de Dios. A. Te alabamos, Señor.

Salmo responsorial (147)

R. Bendito sea el Señor.
L. Glorifica al Señor Jerusalén, a Dios ríndele honores, Israel. Él refuerza el cerrojo de tus puertas y bendice a tus hijos en tu casa. /R.
L. Él mantiene la paz en tus fronteras, con su trigo mejor sacia tu hambre. Él envía a la tierra su mensaje y su palabra corre velozmente. /R.
L. Le muestra a Jacob, sus pensamientos, sus normas y designios a Israel. No ha hecho nada igual con ningún pueblo ni le ha confiado a otro sus proyectos. /R.

2ª Lectura (1Cor 10, 16-17)

Lectura de la Carta del apóstol San Pablo a los Corintios
Hermanos: El cáliz de la bendición con el que damos gracias, ¿no nos une a Cristo por medio de su sangre? Y el pan que partimos, ¿no nos une a Cristo por medio de su cuerpo? El pan es uno, y así nosotros, aunque somos muchos, formamos un solo cuerpo, porque todos comemos del mismo pan. Palabra de Dios. A. Te alabamos, Señor.

Secuencia

Al Salvador alabemos,
que es nuestro Pastor y guía.
Alabémoslo con himnos
y canciones de alegría.

Alabémoslo sin límites
y con nuestras fuerzas todas;
pues tan grande es el Señor,
que nuestra alabanza es poca.

Gustosos hoy aclamemos a Cristo,
que Él es nuestro pan,
pues Él es el Pan de  Vida,
que nos da Vida inmortal.

Doce eran los que cenaban
y les dio pan a los doce.
Doce entonces lo comieron,
después, todos los hombres.

Sea plena la alabanza
y llena de alegres cantos;
que nuestra alma se desborde
en todo un concierto santo.

Hoy celebramos con gozo
la gloriosa institución
de este banquete divino,
el banquete del Señor.

Esta es la nueva Pascua,
Pascua del Unico Rey,
que termina con la alianza
tan pesada de la ley.

Esto nuevo, siempre nuevo,
es la luz de la verdad,
que sustituye a lo viejo
con reciente claridad.

En aquella última cena
Cristo hizo la maravilla
de dejar a sus amigos
el memorial de su vida.

Enseñados por la Iglesia,
consagramos pan y vino,
que a los hombres nos redimen,
y dan fuerza en el camino.

Es un dogma del cristiano
que el pan se convierte en carne,
y lo que antes era vino
queda convertido en sangre.

Hay cosas que no entendemos,
pues no alcanza la razón;
mas si las vemos con fe,
entrarán al corazón.

Bajo símbolos diversos
y en diferentes figuras,
se esconden ciertas verdades
maravillosas, profundas.

Su sangre es nuestra bebida;
su carne, nuestro alimento;
pero en el pan o en el vino
Cristo está todo completo.

Quien lo come, no lo rompe,
no lo parte ni divide;
Él es el todo y la parte;
vivo está en quien lo recibe.

Puede ser tan sólo uno
el que se acerca al altar,
o pueden ser multitudes:
Cristo no se acabará.

Lo comen buenos y malos,
con provecho diferente;
no es lo mismo tener vida
que ser condenado a muerte.

A los malos les da muerte
y a los buenos les da vida.
¡Qué efecto tan diferente
tiene la misma comida!

Si lo parten, no te apures;
sólo parten lo exterior;
en el mínimo fragmento
entero late el Señor.

Cuando parten lo exterior,
sólo parten lo que has visto;
no es una disminución
de la persona de Cristo.

El pan que del cielo baja
es comida de viajeros,
es un pan para los hijos.
¡No hay que tirarlo a los perros!

Isaac, el inocente,
es figura de este pan,
con el cordero de Pascua
y el misterioso maná.

Ten compasión de nosotros,
buen pastor, pan verdadero.
Apaciéntanos y cuídanos
y condúcenos al cielo.

Todo lo puedes y sabes,
pastor de ovejas, divino.
Concédenos en el cielo
gozar la herencia contigo.

Amén.

Aclamación antes del Evangelio (Juan 6, 51)

R. Aleluya, aleluya.- Yo soy el Pan vivo que ha bajado del cielo, dice el Señor; el que coma de este Pan vivirá para siempre. R. Aleluya.

Evangelio (Jn 6, 51-58)

Lectura del santo Evangelio según san Juan
A. Gloria a ti, Señor.
En aquel tiempo, Jesús dijo a los judíos: “Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo; el que coma de este pan vivirá para siempre. Y el pan que Yo les voy a dar es mi carne para que el mundo tenga vida”. Entonces los judíos se pusieron a discutir entre sí: “¿Cómo puede éste darnos a comer su carne?” Jesús les dijo: “Yo les aseguro: Si no comen la carne del Hijo del hombre y no beben su sangre, no podrán tener vida en ustedes. El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna y Yo lo resucitaré el último día. Mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre, permanece en Mí y Yo en él. Como el Padre, que me ha enviado, posee la vida y Yo vivo por Él, así también el que me come vivirá por Mí. Este es el pan que ha bajado del cielo; no es como el maná que comieron sus padres, pues murieron. El que come de este pan vivirá para siempre”. Palabra del Señor. A. Gloria a ti Señor Jesús.


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Encuentros con la palabra, Domingo XII - Ciclo A

 “Yo soy el pan vivo” - (Juan 6, 51-58) 

Había una vez un pan malo que, tan pronto salió del horno, fue colocado, contra su voluntad, en la vitrina de la panadería junto a otros muchos panes. Poco a poco los clientes se fueron llevando todos los panes y sólo quedó el pan malo que siempre que trataban de agarrarlo, gritaba y protestaba para que no lo tocaran. De pronto, llegó una señora a comprar pan y, como no encontró más, se llevó el pan malo que refunfuñó disgustado: – “¿A dónde cree que me lleva?” La señora le dijo: –“Pues te llevo a mi casa, donde hay cuatro niños que te esperan para poder ir a la escuela a estudiar todo el día”. El pan malo no tuvo más remedio que dejarse llevar, pero siguió refunfuñando para sus adentros... Tan pronto estuvo en medio de la mesa del comedor de la familia y se sintió amenazado por los cuatro niños, comenzó a gritar: –“¡No tienen derecho a hacerme daño! ¡Yo no quiero que me partan, ni estoy dispuesto a que me coman! ¡No lo voy a aceptar de ninguna manera!”.

Los niños, estupefactos, se contentaron esa mañana con el café con leche y algunas galletas que había del día anterior... Dejaron el pan malo sobre la mesa y se fueron a la escuela sin discutir más con el... Pasaron los días y la señora terminó tirando el pan malo a la basura, porque se puso tieso y nadie se lo quería comer...

Había, en cambio, otro pan bueno que tan pronto salió del horno, crujiente y tierno, se sintió feliz de que se lo llevaran de primero para la casa de una familia numerosa. Cuando lo colocaron sobre la mesa, sabiendo que lo iban a partir y que se lo iban a comer, agradeció a Dios porque podía darle vida a los niños que iban a estudiar a la escuela. Tuvo miedo y le dolió cada uno de los embates del cuchillo que lo fue rebanando poco a poco; luego, cuando sentía cada mordisco, sufría, pero sabía que los niños lo necesitaban para jugar, para estudiar, para reír toda la mañana. Así que se ofreció con generosidad hasta el final, sin dejar sentir el dolor que lo embargaba.

Esta historia la suelo contar a los niños y niñas cuando hacen su primera comunión; a partir de este sencillo cuento, converso con ellos sobre el valor de la entrega, del sacrificio por los demás, de la entrega generosa de Dios a través de su Hijo en la Eucaristía. Los niños, como los que escuchaban al Señor, se preguntan aterrados: ¿cómo puede este darnos a comer su propio cuerpo?

Leyendo a santo Tomás de Aquino, podemos entender un poco mejor el sentido de la fiesta de hoy y de los textos bíblicos que nos propone la Iglesia para la celebración de la Solemnidad del Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo: “El Hijo único de Dios, queriendo hacernos partícipes de su divinidad, tomó nuestra naturaleza, a fin de que, hecho hombre, divinizase a los hombres (...) Por eso, para que la inmensidad de este amor se imprimiese más profundamente en el corazón de los fieles, en la última cena, cuando, después de celebrar la Pascua con sus discípulos, iba a pasar de este mundo al Padre, Cristo instituyó este sacramento como el memorial perenne de su pasión (...)”.

Participar de la vida del Señor, por haber comido su carne y haber bebido su sangre, es participar de su vida divina, que no es otra cosa que una vida entregada, por amor, hasta la muerte. Por eso, “el que come de este pan, vivirá para siempre”, porque es una vida que no termina, sino que se transforma en vida para el mundo, como el pan generoso que se hizo risa y alegría en los niños del cuento.


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domingo, 15 de junio de 2014

Domingo 11 del Tiempo Ordinario Ciclo - "A" Solemnidad de LA SANTISIMA TRINIDAD

1ª Lectura (Ex 34, 4-6. 8-9)

Lectura del libro del Exodo
En aquellos días, Moisés subió de madrugada al monte Sinaí, llevando en la mano las dos tablas de piedra como le había mandado el Señor. El Señor descendió en una nube y se le hizo presente. Moisés pronunció entonces el nombre del Señor, y el Señor pasando delante de él, proclamó: ”Yo soy el Señor. El Señor Dios, compasivo y clemente, paciente, misericordioso y fiel.”
Al instante Moisés se postró en tierra y lo adoró diciendo: “Si de veras he hallado gracia ante tus ojos, dígnate venir ahora con nosotros, aunque este pueblo sea de cabeza dura; perdona nuestras iniquidades y pecados, y tómanos como cosa tuya”. Palabra de Dios. A. Te alabamos, Señor.

Salmo responsorial (Dn 3)

R. Bendito seas Señor para siempre.
L. Bendito seas Señor, Dios de nuestros padres. Bendito sea tu nombre santo y glorioso. /R.
L. Bendito seas en el templo santo y glorioso. Bendito seas en el trono de tu reino. /R.
L. Bendito eres Tú, Señor, que penetras con tu mirada los abismos y te sientas en un trono rodeado de querubines. Bendito seas, Señor, en la bóveda del cielo. /R.

2ª Lectura (2 Cor 13, 11-13)

Lectura de la Segunda Carta del apóstol San Pablo a los Corintios
Hermanos: Estén alegres, trabajen para su perfección, anímense mutuamente, vivan en paz y armonía. Y el Dios del amor y de la paz estará con ustedes. Salúdense los unos a los otros con el saludo de la paz. Los saludan todos los fieles. La gracia de nuestro Señor Jesucristo, el amor del Padre y la comunión del Espíritu Santo estén siempre con ustedes. Palabra de Dios. A. Te alabamos, Señor.

Aclamación antes del Evangelio (Ap 1, 8)

R. Aleluya, aleluya.- Gloria al Padre  y al Hijo y al Espíritu Santo. Al Dios que es, que era y que vendrá. R.  Aleluya.

Evangelio (Jn 3, 16-18)

Lectura del santo Evangelio según san Juan
A. Gloria a ti, Señor.
“Tanto amó Dios al mundo, que le entregó a su Hijo único, para que todo el que crea en Él no perezca, sino que tenga vida eterna. Porque Dios no envío a su Hijo para condenar al mundo, sino para qué el mundo se salvara por Él. El que cree en Él no será condenado; pero el que no cree ya está condenado, por no haber creído en el Hijo único de Dios”. Palabra del Señor. A. Gloria a ti Señor Jesús.


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Encuentros con la palabra - Fiesta de la Santísima Trinidad

“Acertijo o Misterio” - (Juan 3, 16-18)

Hace ya muchos años, viajé con algunos compañeros jesuitas a una zona rural del municipio de Marulanda, Caldas, para tener una misión entre los campesinos de la zona. Para los que no conocen, Caldas está en la región central de Colombia, pero con una orografía muy cerrada. Hay muchos pueblos, pero la comunicación entre ellos no es fácil, porque las montañas son monumentales... Pasar de una cima a la otra, atravesando las hondas quebradas, es una proeza digna de titanes.

Llegamos a la escuelita de la vereda y nos encontramos con un grupo de niños que no tenían ninguna instrucción religiosa y que no conocían nada, más allá de lo que dejan ver estas colosales montañas que los rodean por todas partes. Nos tocaba prepararlos para la primera comunión, que tendríamos el último día de la misión. Cuando me senté con uno de mis compañeros a pensar sobre la mejor forma de llegar a los niños, nos pareció que debíamos comenzar por lo más sencillo: enseñarles a darse la bendición, pues ni siquiera esto sabían. Ustedes no alcanzan a imaginarse el enredo que se nos formó cuando tratamos de explicarles que Dios era Padre, Hijo y Espíritu Santo... Los niños nos miraban con una cara de admiración, como quien se asoma a un abismo insondable, como los que teníamos a nuestro alrededor.

Es un lugar común decir que es muy difícil predicar sobre la Santísima Trinidad; pero yo creo que la dificultad no está sólo en el que predica, sino también en el feligrés que se sienta en la banca a escuchar un acertijo que no acaba de entender nunca... “Tres personas divinas y un solo Dios verdadero”, decían nuestros abuelos... La mejor explicación de este misterio de la Santísima Trinidad la leí en san Agustín, que solía decir: "Aquí tenemos tres cosas: el Amante, el Amado y el Amor"; un Padre Amante, un Hijo Amado y el vínculo que mantiene unidos a los dos, el Espíritu Amor.

En último término, de lo que se trata es del misterio del amor en el cual estamos insertos: “Pues Dios amó tanto al mundo, que dio a su Hijo único, para que todo aquel que cree en él no muera, sino que tenga vida eterna”. El amor de Dios, como el nuestro, no puede entenderse sino como entrega generosa y despojo de sí mismo. El amor supone un éxodo del amante hacia el amado, y de éste hacia aquél. San Ignacio de Loyola lo expresa muy bien en su famosa Contemplación para alcanzar amor: “El amor consiste en comunicación de las dos partes, es a saber, en dar y comunicar el amante al amado lo que tiene, o de lo que tiene o puede, y así, por el contrario, el amado al amante; de manera que si el uno tiene ciencia, dar al que no la tiene, si honores, si riquezas, y así el otro al otro” (EE 231).

Tal vez a los niños de aquella lejana vereda de Marulanda lo único que les quedó claro fue que Dios nos había enviado hasta allí para acompañarlos en su crecimiento en la fe y para expresarles su amor hacia ellos. Y esto mismo los pudo impulsar a amar un poco más a este Dios misterioso y a sus hermanos y hermanas, en quienes se quedó viviendo para siempre.


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domingo, 8 de junio de 2014

Solemnidad de PENTECOSTÉS - Ciclo "A"

1ª Lectura (Hech 2, 1-11)

Lectura del libro de los Hechos de los Apóstoles
El día de Pentecostés, todos los discípulos estaban reunidos en un mismo lugar. De repente se oyó un gran ruido que venía del cielo, como cuando sopla un viento fuerte, que resonó por toda la casa donde se encontraban. Entonces aparecieron lenguas de fuego, que se distribuyeron y se posaron sobre ellos; se llenaron todos del Espíritu Santo y empezaron a hablar en otros idiomas, según el Espíritu los inducía a expresarse. En esos días había en Jerusalén judíos devotos, venidos de todas partes del mundo. Al oír el ruido, acudieron en masa y quedaron desconcertados, porque cada uno los oía hablar en su propio idioma. Atónitos y llenos de admiración, preguntaban: "¿No son galileos todos estos que están hablando? ¿Cómo, pues, los oímos hablar en nuestra lengua nativa? Entre nosotros hay medos, partos y elamitas; otros vivimos en Mesopotamia, Judea, Capadocia, en el Ponto y en Asia, en Frigia y en Panfilia, en Egipto o en la zona de Libia que limita con Cirene. Algunos somos visitantes, venidos de Roma, judíos y prosélitos; también hay cretenses y árabes. Y sin embargo, cada quien los oye hablar de las maravillas de Dios en su propia lengua". Palabra de Dios. A. Te alabamos, Señor.

Salmo responsorial (103)

R. Envía, Señor, tu Espíritu a renovar la tierra.
L. Bendice al Señor, alma mía; Señor y Dios mío, inmensa es tu grandeza; ¡Qué numerosas son tus obras, Señor! La tierra llena está de tus creaturas. /R.
L. Si retiras tu aliento, toda creatura muere y vuelve al polvo. Pero envías tu Espíritu, que da vida, y renuevas el aspecto de la tierra. /R.
L. Que Dios sea glorificado para siempre, y se goce en sus creaturas. Ojalá que le agraden mis palabras, y yo me alegraré en el Señor. /R.

2ª Lectura (1ª Cor. 12, 3-7. 12-13)

Lectura de la Carta del apóstol San Pablo a los Corintios
Hermanos: Nadie puede llamar a Jesús "Señor", si no es bajo la acción del Espíritu Santo. Hay diferentes dones, pero el Espíritu es el mismo. Hay diferentes servicios, pero el Señor es el mismo. Hay diferentes actividades, pero Dios, que hace todo en todos, es el mismo. En cada uno se manifiesta el Espíritu para el bien común. Porque así como el cuerpo es uno y tiene muchos miembros y todos ellos, a pesar de ser muchos, forman un solo cuerpo, así también es Cristo. Porque todos nosotros, seamos judíos o no judíos, esclavos o libres, hemos sido bautizados en un mismo Espíritu para formar un solo cuerpo, y a todos se nos ha dado a beber del mismo Espíritu. Palabra de Dios. A. Te alabamos, Señor.

Secuencia

Ven, Espíritu divino,
manda tu luz desde el cielo.
Padre amoroso del pobre;
don en tus dones espléndido;
luz que penetra las almas;
fuente del mayor consuelo.

Ven, dulce huésped del alma,
descanso de nuestro esfuerzo,
tregua en el duro trabajo,
brisa en las horas de fuego,
gozo que enjuga las lágrimas
y reconforta en los duelos.

Entra hasta el fondo del alma,
divina luz, y enriquécenos.
Mira el vacío del hombre,
si Tú le faltas por dentro;
mira el poder del pecado,
cuando no envías tu aliento.

Riega la tierra en sequía,
sana el corazón enfermo,
lava las manchas, e infunde
calor de vida en el hielo,
doma el espíritu indómito,
guía al que tuerce el sendero

Reparte todos tus dones,
según la fe de tus siervos;
por tu bondad y tu gracia,
dale al esfuerzo su mérito;
salva al que busca salvarse
y danos tu gozo eterno.

Aclamación antes del Evangelio

R. Aleluya, aleluya.- Ven, Espíritu Santo, llena los corazones de tus fieles y enciende en ellos el fuego de tu amor. R. Aleluya.

Evangelio (Jn. 20, 19-23)

Lectura del santo Evangelio según san Juan
A. Gloria a ti, Señor.
Al anochecer del día de la resurrección, estando cerradas las puertas de la casa donde se hallaban los discípulos, por miedo a los judíos, se presentó Jesús en medio de ellos y les dijo: "La paz esté con ustedes". Dicho esto, les mostró las manos y el costado. Cuando los discípulos vieron al Señor, se llenaron de alegría. De nuevo les dijo Jesús: "La paz esté con ustedes. Como el Padre me ha enviado, así también los envío Yo". Después de decir esto, sopló sobre ellos y les dijo: "Reciban al Espíritu Santo. A los que les perdonen los pecados, les quedarán perdonados; y a los que no se los perdonen, les quedarán sin perdonar". Palabra del Señor. A. Gloria a ti Señor Jesús.


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Encuentros con la palabra - Domingo de Pentecostés, Ciclo A

“Paz a ustedes” (Juan 20, 19-23)

Fray Timothy Radcliffe, antiguo Maestro General de la Orden de Predicadores, comentaba hace algún tiempo el texto bíblico que nos propone la liturgia del domingo de Pentecostés. En su libro, El oso y la monja (Salamanca, San Esteban, 2000, 89-92), llamaba la atención sobre el abismo que existe en entre la paz que buscamos nosotros, y la paz que el Señor nos regala. Cuando los once discípulos estaban encerrados en una casa por miedo a los que habían matado al Profeta de Galilea, el Resucitado vino hasta ellos y les dijo: “¡La paz sea con ustedes!” y ellos “se alegraron de ver al Señor”. Pero la paz que les traía los iba a sacar de la paz del encierro y la soledad... En seguida les dijo: “Como el Padre me envió, también yo los envío”. El Resucitado los desinstala, los saca de su escondite, de su búsqueda egoísta de seguridad. La paz que el Señor nos trae, no siempre se parece a la nuestra...

Casi siempre buscamos la paz encerrándonos en nosotros mismos y evitando todos los riesgos de la construcción colectiva de nuestras comunidades y de nuestra sociedad. En esto nos parecemos a los discípulos. Tenemos miedo a ser heridos y salir lastimados... Hay que reconocer que este miedo no es puro invento. Efectivamente, tenemos experiencia de haber sido heridos muchas veces en nuestras relaciones con los demás y procuramos evitar el dolor y el sufrimiento que produce este choque. Pero también sabemos que cuando nos encerramos y nos aislamos de los demás y del mundo, gozamos apenas de una paz a medias; es una paz frágil que en cualquier momento se desvanece en nuestras manos.

Nos encerramos en una paz frágil porque tenemos miedo al cambio, miedo a los demás, miedo a ser sacados de nuestro nido. El miedo nos paraliza, nos bloquea, nos confunde. Hemos desarrollado una serie de tácticas para cerrar nuestras vidas a ese Dios que quiere sacarnos de nuestro encierro. Echamos llave, literalmente, a nuestros conventos, a nuestras casas, a nuestra habitación, de modo que nadie pueda acercarse a perturbar nuestras vidas con sus insistencias, con sus invitaciones, con sus interpelaciones. Podemos encerrarnos también en el exceso de trabajo... Paradójicamente, llegamos incluso a utilizar la oración para mantener a Dios fuera. Podemos dedicar horas y horas a la oración, recitando palabras y repitiendo frases, sin ofrecer a Dios un momento de silencio porque cabe la posibilidad de que nos diga algo que altere nuestra aparente paz y nuestra tranquilidad acomodada.

Pero el Señor se las arregla para irrumpir en nuestro interior con el soplo de su Espíritu y, aún teniendo las puertas cerradas, como los discípulos en el cenáculo, El viene a inquietarnos y a salvarnos de nuestra aparente paz. Esa es la Buena nueva de hoy. Que el Señor no se cansa de entrar en nuestras vidas para ofrecernos SU paz. Una paz que nos abre a los demás con el riesgo de ser heridos. Las heridas de las manos y el costado es lo primero que les enseña el Resucitado a los discípulos cuando les anuncia su paz... Se trata, entonces, de una paz conflictiva, ‘agónica’, como diría don Miguel de Unamuno... Es una paz que abre desde fuera nuestros sepulcros para que no sigamos viviendo como muertos, sino para que vivamos una vida plena y auténtica, es decir, llena de preguntas y de problemas, pero iluminada por Dios que es el que nos ofrece la auténtica vida en abundancia.


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domingo, 1 de junio de 2014

Solemnidad de la Ascensión del Señor Ciclo "A"

1ª Lectura (He 1, 1-11)

Lectura del libro de los Hechos de los Apóstoles
En mi primer libro, querido Teófilo, escribí acerca de todo lo que Jesús hizo y enseñó, hasta el día que ascendió al cielo, después de dar sus instrucciones, por medio del Espíritu Santo, a los Apóstoles que había elegido. A ellos se les apareció después de la pasión, les dio numerosas pruebas de que estaba vivo y durante cuarenta días se dejó ver por ellos y les habló del Reino de Dios. Un día, estando con ellos a la mesa, les mandó: "No se alejen de Jerusalén. Aguarden aquí a que se cumpla la promesa de mi Padre, de la que ya les he hablado: Juan bautizó con agua; dentro de pocos días ustedes serán bautizados con el Espíritu Santo". Los ahí reunidos le peguntaban: "Señor, ¿ahora sí vas a restablecer la soberanía de Israel?" Jesús les contestó: "A ustedes no les toca conocer el tiempo y la hora que el Padre ha determinado con su autoridad; pero cuando el Espíritu Santo descienda sobre ustedes, los llenará de fortaleza y serán mis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria y hasta los últimos rincones de la tierra.". Dicho esto, se fue elevando a la vista de ellos, hasta que una nube lo ocultó a sus ojos. Mientras miraban fijamente al cielo, viéndolo alejarse, se les presentaron dos hombres vestidos de blanco, que les dijeron: "Galileos, ¿qué hacen allí parados, mirando al cielo? Ese mismo Jesús que los ha dejado para subir al cielo, volverá como lo han visto alejarse". Palabra de Dios. A. Te alabamos, Señor.

Salmo responsorial (46)

R. Entre voces de júbilo, Dios asciende a su trono. Aleluya.
L. Aplaudan, pueblos todos; aclamen al Señor, de gozo llenos; que el Señor, el Altísimo, es terrible y de toda la tierra, rey supremo. /R.
L. Entre voces de júbilo y trompetas, Dios el Señor, asciende hasta su trono. Cantemos en honor de nuestro Dios, al rey honremos y cantemos todos. /R.
L. Porque Dios es el rey del universo, cantemos el mejor de nuestros cantos. Reina Dios sobre todas las naciones desde su trono santo. /R.

2ª Lectura (Ef. 1, 17-23)

Lectura de la Carta del apóstol San Pablo a los Efesios
Hermanos: Pido al  Dios de nuestro Señor Jesucristo, el Padre de la gloria, que les conceda espíritu de sabiduría y de reflexión para conocerlo. Le pido que les ilumine la mente para que comprendan cuál es la esperanza que les da su llamamiento, cuán gloriosa y rica es la herencia que Dios da a los que son suyos y cual la extraordinaria grandeza de su poder para con nosotros, los que confiamos en él, por la eficacia de su fuerza poderosa. Con esta fuerza resucitó a Cristo de entre los muertos y lo hizo sentar a su derecha en el cielo, por encima de todos los ángeles, principados, potestades, virtudes y dominaciones, y por encima de cualquier persona, no sólo del mundo actual sino también del futuro. Todo lo puso bajo sus pies y a él mismo lo constituyó cabeza suprema de la Iglesia, que es su cuerpo, y la plenitud del que lo consuma todo en todo. Palabra de Dios. A. Te alabamos, Señor.

Aclamación antes del Evangelio (Mt 28, 19-20)

R. Aleluya, aleluya. -Vayan y enseñen a todas las naciones, dice el Señor, y sepan que yo estaré con ustedes todos los días hasta el fin del mundo. R. Aleluya.

Evangelio (Mt 28, 16-20)

Lectura del santo Evangelio según san Mateo
A. Gloria a ti, Señor.
En aquel tiempo, los once discípulos se fueron a Galilea y subieron al monte en el que Jesús los había citado. Al ver a Jesús, se postraron, aunque algunos titubeaban. Entonces, Jesús se acercó a ellos y les dijo: "Me ha sido dado todo poder en el cielo y en la tierra. Vayan, pues, y enseñen a todas las naciones, bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándolas a cumplir todo cuanto yo les he mandado; y sepan que yo estaré con ustedes todos los días, hasta el fin del mundo". Palabra del Señor. A. Gloria a ti Señor Jesús.


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Pistas para la homilía del domingo - VII Domingo de Pascua Ascención del Señor, Ciclo A

Una nueva presencia del Señor

Hoy celebra la liturgia la fiesta de la Ascensión, que ha de leerse dentro de la totalidad del misterio pascual. En este día, la Iglesia expresa su alegría por la glorificación de Jesucristo, constituido Señor del universo, quien durante su pasión fue sometido a las peores humillaciones. Es la fiesta del triunfo definitivo del Señor sobre la muerte y el pecado, y es también promesa cierta para nosotros, pues Jesucristo nos precede junto al Padre. San Pablo, en el texto de la Carta a los Efesios que acabamos de escuchar, expresa con elocuencia esta glorificación de Jesucristo.

Cuando meditamos en el misterio de la Ascensión debemos tener presentes las grandes limitaciones de nuestro lenguaje, con el que nos referimos, torpe e imprecisamente, a la Pascua del Señor. Nosotros nos movemos dentro de un espacio y de un tiempo determinados, y todo nuestro lenguaje refleja este condicionamiento. Cuando hablamos de Jesucristo resucitado, no podemos perder de vista que Él ya no pertenece al espacio y al tiempo. Su vida glorificada junto al Padre no tiene espacio ni tiempo. Como no tenemos otro lenguaje, utilizamos palabras como cielo (situado arriba) y tierra (situada abajo), y hacemos uso de verbos como subir y bajar; por eso nos referimos al cielo como la morada de Dios y a la tierra como la casa de los hombres; en nuestro lenguaje limitado, decimos que Dios desciende del cielo para visitarnos; decimos que Jesucristo está sentado a la derecha de Dios, pero Él no es un ser físico como nosotros, que tenemos un lado derecho y un lado izquierdo. Todo este lenguaje es tremendamente limitado y con él nos referimos a misterios que nos desbordan.

Es importante que tengamos en cuenta estas limitaciones de las palabras humanas cuando leemos los textos referentes a la Ascensión del Señor. En el libro de los Hechos de los Apóstoles leemos que “dicho esto, se fue elevando a la vista de ellos, hasta que una nube lo ocultó a sus ojos”; luego dos hombres vestidos de blanco les dicen: “ese mismo Jesús que los ha dejado para subir al cielo, volverá como lo han visto alejarse”. Mediante este lenguaje se nos comunica que el Señor resucitado ha cumplido la misión redentora que le confió el Padre y ha sido glorificado. Este texto nos está diciendo que ha concluido el ciclo de las apariciones, ese periodo de diálogos familiares del Resucitado con sus discípulos, y Él inaugura un nuevo modo de presencia en medio de la comunidad. El pueblo de Dios, iluminado por el Espíritu Santo, inicia su peregrinación hasta el encuentro definitivo con Dios.

La fiesta de la Ascensión nos da unas claves de lectura para comprender la riqueza de la espiritualidad cristiana:

 + La vida de los cristianos debe estar impregnada de esperanza, ya que tenemos la certeza de que el triunfo del Señor sobre el pecado y la muerte es nuestro triunfo; sabemos que por el bautismo participamos de la Pascua del Señor y hemos nacido a una vida nueva. Así, pues, la existencia humana no es un camino hacia el abismo de la muerte, entendida como destrucción, sino que es paso hacia la plenitud del amor; para los cristianos, la muerte es un paso del tiempo a la eternidad, de las penumbras a la plenitud de la luz.

 + La fiesta de la Ascensión, con la expectativa que genera el anuncio de la segunda venida del Señor, ilumina la manera como debemos asumir nuestras responsabilidades diarias; en este sentido, son muy inspiradoras las palabras de los dos personajes vestidos de blanco que aparecen en el relato de los Hechos de los Apóstoles: “Galileos, ¿qué hacen allí, mirando al cielo? Ese mismo Jesús que les ha dejado para subir a cielo, volverá como lo han visto alejarse”. Con la certeza de caminar hacia el encuentro definitivo con el Señor, debemos realizar con entusiasmo nuestras tareas diarias, de manera que contribuyamos a hacer visible el Reino de Dios en las estructuras sociales y políticas.

 + Una auténtica espiritualidad cristiana debe comprometerse con la transformación de la sociedad. Equivocadamente, algunas comunidades cristianas asumen una actitud de total pasividad ante las realidades terrenas, y se justifican diciendo que esperan la venida del Señor. Una auténtica espiritualidad pascual integra el presente y el futuro, la transformación social y el crecimiento espiritual; todo esto hace parte de una única historia de salvación.

Debemos, pues, entender la fiesta de la Ascensión como la iniciación de una nueva forma de presencia del Señor resucitado en medio de la comunidad.


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