domingo, 31 de agosto de 2014

Domingo 22 del Tiempo Ordinario Ciclo "A"

1ª Lectura (Jer 20, 7-9)

Lectura del libro del profeta Jeremías
Me sedujiste, Señor, y me dejé seducir; fuiste más fuerte que yo y me venciste. He sido el hazmerreír de todos; día tras día se burlan de mí. Desde que comencé a hablar, he tenido que anunciar a gritos violencia y destrucción. Para anunciar la palabra del Señor, me he convertido en objeto de oprobio y de burla todo el día. He llegado a decirme: "Ya no me acordaré del Señor ni hablaré más en su nombre". Pero había en mí como un fuego ardiente encerrado en mis huesos; yo me esforzaba por contenerlo y no podía. Palabra de Dios. A. Te alabamos, Señor.

Salmo responsorial (62)

R. Señor, mi alma tiene sed de Tí.
L. Señor, tú eres mi Dios, a ti te busco; de ti sedienta está mi alma. Señor, todo mi ser te añora como el suelo reseco añora el agua. /R.
L. Para admirar tu gloria y tu poder, con este afán te busco en tu santuario. Pues mejor es tu amor que la existencia; siempre, Señor, te alabarán mis labios. /R.
L. Podré así bendecirte mientras viva y levantar en oración mis manos. De lo mejor se saciará mi alma; te alabaré con jubilosos labios. /R.
L. Porque fuiste mi auxilio a tu sombra, Señor, canto con gozo. A ti se adhiere mi alma y tu diestra me da seguro apoyo. /R.

2ª Lectura (12, 1-2)

Lectura de la Carta del apóstol San Pablo a los romanos
Hermanos: Por la misericordia que Dios les ha manifestado los exhorto a que se ofrezcan ustedes mismos como una ofrenda viva, santa y agradable a Dios, porque en esto consiste el verdadero culto. No se dejen transformar por los criterios de este mundo, sino dejen que una nueva manera de pensar los transforme internamente, para que sepan distinguir cuál es la voluntad de Dios, es decir, lo que es bueno, lo que le agrada, lo perfecto. Palabra de Dios. A. Te alabamos, Señor.

Aclamación antes del Evangelio (Ef. 1, 17-18)

R. Aleluya, aleluya.- Que el Padre de nuestro Señor Jesucristo ilumine nuestras mentes para que podamos comprender cuál es la esperanza que nos da su llamamiento. R. Aleluya.

Evangelio (Mt 16, 21-27)

Lectura del santo Evangelio según san Mateo
A. Gloria a ti, Señor.
En aquel tiempo, comenzó Jesús a anunciar a sus discípulos que tenía que ir a Jerusalén para padecer allí mucho de parte de los ancianos, de los sumos sacerdotes y de los escribas; que tenía que ser condenado a muerte y resucitar al tercer día. Pedro se lo llevó aparte y trató de disuadirlo, diciéndole: "No lo permita Dios, Señor. Eso no te puede suceder a ti". Pero Jesús se volvió a Pedro y le dijo: "¡Apártate de mí, Satanás, y no intentes hacerme tropezar en mi camino, porque tu modo de pensar no es el de Dios, sino el de los hombres!" Luego Jesús dijo a sus discípulos: "El que quiera venir conmigo, que renuncie a sí mismo, que tome su cruz, y me siga. Pues el que quiera salvar su vida, la perderá; pero el que pierda su vida por mí, la encontrará. ¿De qué le sirve a uno ganar el mundo entero, si pierde su vida? ¿Y qué podrá dar uno a cambio para recobrarla? Porque el Hijo del hombre ha de venir rodeado de la gloria de su Padre, en compañía de sus ángeles, y entonces le dará a cada uno lo que merecen sus obras". Palabra del Señor. A. Gloria a ti Señor Jesús.


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El mensaje del domingo - XXII Domingo del Tiempo Ordinario Ciclo A

El Evangelio de hoy se sitúa inmediatamente después del relato en el que Simón Pedro reconoce a Jesús como el Mesías. Tratemos de desentrañar el sentido de lo que nos dice Jesús, teniendo en cuenta también las otras lecturas de la liturgia eucarística de este domingo [Jeremías 20, 7-9; Salmo 63 (62); Carta de Pablo a los Romanos 12, 1-2].

 + 1.- Empezó a explicarles que tenía que ir a Jerusalén y padecer allí mucho (…), que iba a ser ejecutado y que resucitaría al tercer día

En el relato evangélico del domingo pasado, inmediatamente después de la confesión de Pedro, quien inspirado por Dios ha reconocido a su Maestro como el Mesías -el Cristo- Hijo de Dios, Jesús mismo les ordena a sus discípulos que no le digan esto a nadie por el momento, para contrarrestar los malentendidos de un falso mesianismo. En el texto de este domingo, Jesús les anuncia su pasión con el fin de despejar estos malentendidos y mostrarles lo que implica precisamente ser el Ungido por Dios su Padre para realizar la salvación de la humanidad.

Y al mismo discípulo a quien poco antes había llamado Pedro (Piedra) para indicar la misión que le encomendaría de ser fundamento de su Iglesia, ahora lo llama Satanás (nombre tomado del hebreo que significa Adversario, Opositor, Enemigo, y es traducido al griego como Diábolos –en español “Diablo”-), mostrando así que su intención de disuadirlo de la pasión era inspirada ya no por Dios, sino por el espíritu del mal.

Jesús no sólo anuncia que va a padecer y ser ejecutado por parte de los ancianos, sumos sacerdotes y escribas (las autoridades religiosas que lo entregarían al gobernante romano para que ordenara su muerte de cruz), sino también que resucitará al tercer día. De esta forma se refiere a su misterio pascual, que comprende tres momentos: (1) su pasión que culminará en la crucifixión y muerte, (2) la sepultura de su cuerpo en el lugar de los muertos, y (3) su resurrección, que es el paso a la vida nueva de su humanidad glorificada.

 + 2.- “Si alguno quiere ser mi discípulo, olvídese de sí, cargue con su cruz y sígame”

La primera exigencia de ser discípulo de Jesús es renunciar a toda forma de egoísmo y a todo apego o afecto desordenado, para orientar la vida en función del Reino de Dios, al servicio de los más necesitados, contribuyendo así a la construcción de la civilización del amor. Esta exigencia conlleva la segunda: cargar con la propia cruz, o sea asumir todo lo que implica esa orientación de servicio en términos de una disposición a dar la vida misma. Y la tercera exigencia es seguirlo a Él: adherirse a su Persona e identificarse con sus enseñanzas hasta las últimas consecuencias.

La cruz, que hoy es para nosotros la señal de nuestra identidad como seguidores de Jesús, era hace veinte siglos el patíbulo en el cual el imperio romano hacía morir a quienes se sublevaban contra el poder del emperador. Jesús iba a ser condenado a este patíbulo como consecuencia de haberse puesto al servicio de los oprimidos, los necesitados, los marginados y excluidos, siendo así una persona incómoda para quienes explotaban a los demás en función de sus intereses egoístas.

El profeta Jeremías se nos presenta en la primera lectura como una prefiguración de Jesucristo. Unos seis siglos antes, aquel profeta había tenido que padecer la incomprensión y la persecución por cumplir su misión de proclamar la palabra de Dios, que, como él mismo dice, lo había “seducido”. También nosotros, si queremos ser fieles a esta misma palabra, a la Palabra de Dios hecha carne que es nuestro Señor Jesucristo, tenemos que disponernos a todas las consecuencias que implica la decisión de ser sus discípulos y seguidores.

 + 3.- “¿De qué le sirve al hombre ganar el mundo entero, si arruina su vida?”

La vida eterna es el ideal supremo que debe orientar todas nuestras decisiones. Jesús nos propone revisar nuestras actitudes, de modo que no perdamos el sentido último de nuestra existencia. Otras traducciones de texto bíblico dicen “si pierde su alma”, o “si se pierde a sí mismo”. Se trata, en definitiva, de aquello que constituye nuestro ser sustancial, en comparación con lo cual todo lo demás es accesorio y secundario. ¡Cuántas personas, dejándose llevar por el afán de las riquezas, del prestigio y de la ambición de dominio sobre los demás, pierden el sentido de su vida, reduciéndola a lo caduco de este mundo, y cerrándose así a la posibilidad de ser eternamente felices!

En el texto bíblico correspondiente a la segunda lectura, el apóstol san Pablo les escribe a los primeros cristianos de la comunidad de Roma: “… no se ajusten a este mundo, sino transfórmense por la renovación de la mente, para que sepan discernir lo que es la voluntad de Dios, lo bueno, lo que le agrada, lo perfecto”. Y el autor del salmo responsorial le dice a Dios: “Tu amor vale más que la vida” (más que la vida material y pasajera de este mundo). Al final del Evangelio Jesús anuncia su venida gloriosa: “el Hijo del hombre vendrá entre sus ángeles con la gloria de su Padre, y entonces pagará a cada uno según su conducta”. Dispongámonos a estar siempre preparados para este encuentro definitivo con Cristo Resucitado después de nuestra existencia terrena, y pidámosle su gracia para ser sus verdaderos seguidores cumpliendo como Él la voluntad de Dios Padre, de modo que podamos lograr, desde ahora mismo, la felicidad eterna.


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domingo, 24 de agosto de 2014

Domingo 21 del Tiempo Ordinario Ciclo "A"

1ª Lectura (Is 22, 19-23)

Lectura del libro del profeta Isaías
Esto dice el Señor a Sebná, mayordomo de palacio: "Te echaré de tu puesto y te destituiré de tu cargo. Aquel mismo día llamaré a mi siervo, a Eleacín, el hijo de Elcías; le vestiré tu túnica, le ceñiré tu banda y le traspasaré tus poderes. Será un padre para los habitantes de Jerusalén y para la casa de Judá. Pondré la llave del palacio de David sobre su hombro. Lo que é1 abra, nadie lo cerrará; lo que é1 cierre, nadie lo abrirá. Lo fijaré como un clavo en muro firme y será un trono de gloria para la casa de su padre". Palabra de Dios. A. Te alabamos, Señor.

Salmo responsorial (137)

R. Señor, tu amor perdura eternamente.
L. De todo corazón te damos, gracias, Señor, porque escuchaste nuestros ruegos. Te cantaremos delante de tus ángeles, te adoraremos en tu Templo. /R.
L. Señor, te damos gracias por tu lealtad y por tu amor; siempre que te invocamos, nos oíste y nos llenaste de valor. /R.
L. Se complace el Señor en los humildes y rechaza al engreído. Señor, tu amor perdura eternamente; obra tuya soy, no me abandones. /R.

2ª Lectura (Rom. 11, 33-36)

Lectura de la Carta del apóstol San Pablo a los romanos
¡Qué inmensa y rica es la sabiduría y la ciencia de Dios! ¡Qué impenetrables son sus designios e incomprensibles sus caminos! ¿Quién ha conocido jamás el pensamiento del Señor o ha llegado a ser su consejero? ¿Quién ha podido darle algo primero, para que Dios se lo tenga que pagar? En efecto, todo proviene de Dios, todo ha sido hecho por Él y todo está orientado hacia Él. A Él la gloria por los siglos de los siglos. Palabra de Dios. A. Te alabamos, Señor.

Aclamación antes del Evangelio (Mt. 16, 18)

R. Aleluya, aleluya.- Tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia; y los poderes del infierno no prevalecerán sobre ella, dice el Señor. R. Aleluya.

Evangelio (Mt. 16, 13-20)

Lectura del santo Evangelio según san Mateo
A. Gloria a ti, Señor.
En aquel tiempo, cuando llegó Jesús a la región de Cesarea de Filipo, hizo esta pregunta a sus discípulos: "¿Quién dice la gente que es el Hijo del hombre?" Ellos le respondieron: "Unos dicen que eres Juan, el Bautista; otros, que Elías; otros, que Jeremías o alguno de los profetas". Luego les preguntó: "Y ustedes, ¿quién dicen que soy yo?" Simón Pedro tomó la palabra y le dijo: "Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo". Jesús le dijo entonces: "¡Dichoso tú, Simón, hijo de Juan, porque esto no te lo ha revelado ningún hombre, sino mi Padre, que está en los cielos! Y Yo te digo a ti que tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia. Los poderes del infierno no prevalecerán sobre ella. Yo te daré las llaves del Reino de los cielos; todo lo que ates en la tierra, quedará atado en el cielo, y todo lo que desates en la tierra, quedará desatado en el cielo". Y les ordenó a sus discípulos que no dijeran a nadie que Él era el Mesías. Palabra del Señor. A. Gloria a ti Señor Jesús.


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Encuentros con la palabra - XXI Domingo del Tiempo Ordinario Ciclo A

Llaman al teléfono a una casa de familia y contesta una vocecita de unos cinco años... La persona que llama pregunta: – Por favor, ¿está tu mamá? – No, señor, no está. – ¿Y tu papá? – Tampoco. – ¿Estás sola? – No, señor, estoy con mi hermano. El interlocutor, con la esperanza de poder hablar con algún mayor le pide que le pase a su hermano. La niña, después de unos minutos de silencio, vuelve a tomar el teléfono y dice que no puede pasar a su hermano... – ¿Por qué no me puedes pasar a tu hermano? Pregunta el hombre, ya un poco impacientado. – Es que no pude sacarlo de la cuna. – Lo siento, dice la niña...

Al nacer, los seres humanos somos las criaturas más indefensas de la naturaleza. No podemos nada, no sabemos nada, no somos capaces de valernos por nosotros mismos para sobrevivir ni un solo día. Nuestra dependencia es total. Necesitamos del cuidado de nuestros padres o de otras personas que suplen las limitaciones y carencias que nos acompañan al nacer. Otros escogen lo que debemos vestir, cómo debemos alimentarnos, a dónde podemos ir... Alguien escoge por nosotros la fe en la que iremos creciendo, el colegio en el que aprenderemos las primeras letras, el barrio en el que viviremos... Todo nos llega, en cierto modo, hecho o decidido y el campo de nuestra elección está casi totalmente cerrado. Solamente, poco a poco, y muy lentamente, vamos ganando en autonomía y libertad.

Tienen que pasar muchos años para que seamos capaces de elegir cómo queremos transitar nuestro camino. Este proceso, que comenzó en la indefensión más absoluta, tiene su término, que a su vez vuelve a ser un nuevo nacimiento, cuando declaramos nuestra independencia frente a nuestros progenitores. Muchas veces este proceso es más demorado o incluso no llega nunca a darse plenamente. Podemos seguir la vida entera queriendo, haciendo, diciendo, actuando y creyendo lo que otros determinan. Este camino hacia la libertad es lo más típicamente humano, tanto en el ámbito personal, como social.

La fe no escapa a esta realidad. Jesús era consciente de ello cuando pregunta primero a sus discípulos “¿Quién dice la gente que es el Hijo del hombre?” Es, como hemos visto, una etapa necesaria e inevitable de nuestra evolución como personas creyentes. Por allí comienza nuestra primera profesión de fe: “Algunos dicen que Juan el Bautista; otros dicen que Elías, y otros dicen...”

Pero no podemos quedarnos allí. No podemos detener nuestro camino en la afirmación de lo que otros dicen. Es indispensable llegar a afrontar, más tarde o más temprano, la pregunta que hace el Señor a los discípulos: “Y ustedes, ¿quién dicen que soy?” Aquí ya no valen las respuestas prestadas por nuestros padres, amigos, maestros, compañeros... Cada uno, desde su libertad y autonomía, tiene que responder, directamente, esta pregunta. Pedro tiene la lucidez de decir: “Tu eres el Mesías, e Hijo de Dios viviente”. Pero cada uno deberá responder, desde su propia experiencia y sin repetir fórmulas vacías, lo que sabe de Jesús. Ya no es un conocimiento adquirido “por medios humanos”, sino la revelación que el Padre que está en el cielo nos regala por su bondad.

La pregunta que debe quedar flotando en nuestro interior este domingo es si todavía seguimos repitiendo lo que ‘otros’ dicen de Jesús o, efectivamente, podemos responder a la pregunta del Señor desde nuestra propia experiencia de encuentro con aquél que es la Palabra y el sentido último de nuestra vida. Mejor dicho, la pregunta es si somos capaces de pasar al teléfono cuando él nos llama o si todavía dependemos de alguien para responder a su llamada...


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domingo, 17 de agosto de 2014

Domingo 20 del Tiempo Ordinario Ciclo "A"

1ª Lectura (Is 56, 1.6-7)

Lectura del libro del profeta Isaías
Esto dice el Señor: "Velen por los derechos de los demás, practiquen la justicia, porque mi salvación está a punto de llegar y mi justicia a punto de manifestarse. A los extranjeros que se han adherido al Señor para servirlo, amarlo y darle culto, a los que guardan el sábado sin profanarlo y se mantienen fieles a mi alianza, los conduciré a mi monte santo y los llenaré de alegría en mi casa de oración. Sus holocaustos y sacrificios serán gratos en mi altar, porque mi casa será casa de oración para todos los pueblos". Palabra de Dios. A. Te alabamos, Señor.

Salmo responsorial (66)

R. Que te alaben, Señor, todos los pueblos.
L. Ten piedad de nosotros y bendícenos; vuelve, Señor, tus ojos a nosotros. Que conozca la tierra tu bondad y los pueblos tu obra salvadora. /R.
L. Las naciones con júbilo te canten porque juzgas al mundo con justicia; con equidad Tú juzgas a los pueblos y riges en la tierra a las naciones. /R.
L. Que te alaben, Señor, todos los pueblos, que los pueblos te aclamen todos juntos. Que nos bendiga Dios y que le rinda honor el mundo entero. /R.

2ª Lectura Rom (11, 13-15.29-32)

Lectura de la Carta del apóstol San Pablo a los romanos
Hermanos: Tengo algo que decirles a ustedes, los que no son judíos, y trato de desempeñar lo mejor posible este ministerio. Pero esto lo hago también para ver si provoco los celos de los de mi raza y logro salvar a algunos de ellos. Pues, si su rechazo ha sido reconciliación para el mundo, ¿qué no será su reintegración, sino resurrección de entre los muertos? Porque Dios no se arrepiente de sus dones ni de su elección. Así como ustedes antes eran rebeldes contra Dios y ahora han alcanzado su misericordia con ocasión de la rebeldía de los judíos, en la misma forma, los judíos, que ahora son los rebeldes que fueron la ocasión de que ustedes alcanzaran la misericordia de Dios, también ellos la alcanzarán. En efecto, Dios ha permitido que todos cayéramos en la rebeldía, para manifestarnos a todos su misericordia. Palabra de Dios. A. Te alabamos, Señor.

Aclamación antes del Evangelio (Mateo 4,23)

R. Aleluya, aleluya.- Jesús predicaba el Evangelio del Reino y curaba las enfermedades y dolencias del pueblo. R. Aleluya.

Evangelio (Mateo 15, 21-28)

Lectura del santo Evangelio según san Mateo
A. Gloria a ti, Señor.
En aquel tiempo, Jesús se retiro a la comarca de Tiro y Sidón. Entonces una mujer cananea le salió al encuentro y se puso a gritar: "Señor, hijo de David, ten compasión de mí. Mi hija está terriblemente atormentada por un demonio". Jesús no le contestó una sola palabra; pero los discípulos se acercaron y le rogaban: "Atiéndela, porque viene gritando detrás de nosotros". El les contestó: "Yo no he sido enviado sino a las ovejas descarriadas de la casa de Israel". Ella se acercó entonces a Jesús, y postrada ante Él, le dijo: "¡Señor, ayúdame!" Él le respondió: "No está bien quitarles el pan a los hijos para echárselo a los perritos". Pero ella replicó: "Es cierto, Señor; pero también los perritos se comen las migajas que caen de la mesa de sus amos". Entonces Jesús le respondió: "Mujer, ¡qué grande es tu fe! Que se cumpla lo que deseas". Y en aquel mismo instante quedó curada su hija. Palabra del Señor. A. Gloria a ti Señor Jesús.


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El mensaje del domingo - XX Domingo del Tiempo Ordinario Ciclo A

 + 1.- La fe logra lo que a primera vista parece imposible

Lo primero que se destaca en aquella mujer “cananea” -es decir descendiente de los antiguos habitantes paganos de la región de Canaán que habitan los hebreos después de su liberación de la esclavitud de Egipto- es la fe que la impulsa a dirigirse a Jesús, de cuya fama como obrador de milagros se había enterado, para pedirle que libere a su hija de “un demonio muy malo”-en otras palabras, de lo que hoy llamaríamos una “energía negativa”, que es lo que significa originariamente el término griego “daimon”, traducido al castellano como “demonio”-. Su petición es totalmente insólita en boca de una persona no judía: “Ten compasión de mí, Señor Hijo de David”, un reconocimiento de Jesús como el Mesías anunciado por los profetas, descendiente del rey que diez siglos atrás había iniciado la edad de oro de la historia de Israel.

Este anuncio tenía como primeros destinatarios a los propios judíos, pero se extendía a toda la humanidad, como dice la primera lectura (Isaías 56, 1.6-7): “a los extranjeros… los atraeré a mi monte santo” (el monte Sión, en Jerusalén). Desde el inicio de su predicación, Jesús había experimentado el rechazo progresivo de los escribas o doctores de la ley (fariseos), y de los sacerdotes del templo de Jerusalén (saduceos). Por eso es significativo que el episodio de la cananea, una mujer pagana, no judía, se presente después de la crítica de Jesús al ritualismo hipócrita de sus opositores. En este sentido las otras lecturas bíblicas de este domingo son también muy significativas. La primera se refiere a “los extranjeros que se han dado al Señor, para servirlo, para amar el nombre del Señor y ser sus servidores”. Y la segunda, de la Carta del apóstol san Pablo a los Romanos (11, 13-15.29-32), se refiere a la actitud de los gentiles o provenientes del paganismo que creyeron en Jesús como Mesías esperado: “Hermanos: les digo a ustedes, los gentiles: en otro tiempo ustedes eran rebeldes a Dios, pero ahora, al rebelarse ellos, ustedes han obtenido misericordia”. En el Nuevo Testamento estos “gentiles” son representados por personajes llenos de fe, como aquella mujer cananea del relato que hoy nos trae el Evangelio, a quien Jesús finalmente le dice: “Mujer, qué grande es tu fe, que se cumpla lo que deseas”.

 + 2.- La constancia supera las dificultades que parecen invencibles

La respuesta de Jesús a sus discípulos que le piden que atienda a aquella mujer o que le diga que se vaya (según las distintas versiones del texto bíblico), hace referencia precisamente a lo que en la mentalidad de aquél tiempo pensaban del Mesías los doctores de la ley: que su misión salvadora sería sólo para los judíos. Pero, precisamente porque el contexto de este relato es el de la acogida que entre los primeros cristianos iban a tener los convertidos del paganismo pertenecientes a pueblos extranjeros, esta misma respuesta de Jesús puede ser interpretada como una introducción a lo que Él va finalmente a realizar en contra de la mentalidad excluyente de quienes se consideraban los únicos destinatarios de las promesas de Dios.

En este contexto resalta la constancia, la persistencia de aquella mujer que no se arredra ante las dificultades. A pesar de ser consciente de su condición de extranjera y de la aparente indiferencia de Jesús ante su petición, insiste hasta lograr que Jesús no sólo la atienda, sino que la felicite por su fe.

Qué gran enseñanza para nosotros, especialmente cuando en nuestras situaciones difíciles nos dirigimos a Dios. Él parece ser indiferente a nuestras plegarias, pero no es así. El Señor nunca se desentiende de nuestras necesidades, sino que espera de nosotros una perseverancia activa en la oración.

 + 3.- La humildad atrae la atención misericordiosa de Dios

La frase de Jesús a la mujer cananea parece bastante dura: “No está bien tomar el pan de los hijos y echárselo a los perritos”. Los estudiosos de los Evangelios nos dan pistas interesantes para entenderla y asimilarla. La nota de la Biblia de Estudio - Dios habla hoy dice que los judíos llamaban “perros” a los extranjeros, y que Jesús parece emplear aquí el término con una sutil ironía, en vista de la reacción de los discípulos (“dile que se vaya”: otra posible traducción del texto en griego), y no como un rechazo a aquella mujer, que se anima a seguir insistiendo en su petición. Y otro comentario, el de la Biblia de Jerusalén, anota que la forma diminutiva empleada por Jesús (“los perritos”) atenúa lo que el epíteto podría tener de despectivo.

En todo caso, la mujer cananea demuestra con su réplica no sólo su inteligencia para sacar lo positivo de la metáfora, sino una actitud de humildad que, junto con su fe y su constancia, le atrae la misericordia del Señor. Todo lo contrario de la actitud orgullosa de los escribas y fariseos, cuya soberbia los cerraba a la fe.

Dispongámonos nosotros a renovar nuestra fe en el Dios revelado en Jesucristo con su mensaje universal de salvación sin discriminaciones, y a dejarnos llenar de su Espíritu Santo pidiéndole por la intercesión de María santísima, cuya asunción cuerpo y alma a los cielos -o sea su vida gloriosa ya resucitada- acabamos de celebrar, que nos conceda la fe, la constancia y la humildad requeridas para que su acción salvadora obre efectivamente en cada uno de nosotros.-


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domingo, 10 de agosto de 2014

Domingo 19 del Tiempo Ordinario Ciclo "A"

1ª Lectura (1R 19, 9a.11-13a)

Lectura del Primer Libro de los Reyes
Al llegar al monte de Dios, el Horeb, el profeta Elías entró en una cueva y permaneció allí. El Señor le dijo: "Sal de la cueva y quédate en el monte para ver al Señor, porque el Señor va a pasar". Así lo hizo Elías, y al acercarse el Señor, vino primero un viento huracanado, que partía las montañas y resquebrajaba las rocas; pero el Señor no estaba en el viento. Se produjo después un terremoto; pero el Señor no estaba en el terremoto. Luego vino un fuego; pero el Señor no estaba en el fuego. Después del fuego se escuchó el murmullo de una brisa suave. Al oírlo, Elías se cubrió el rostro con el manto y salió a la entrada de la cueva. Palabra de Dios. A. Te alabamos, Señor.

Salmo responsorial (Sal 84)

R. Muéstranos, Señor, tu misericordia.
L. Escucharé las palabras del Señor, palabras de paz para su pueblo santo. Está ya cerca nuestra salvación y la gloria del Señor habitará en la tierra. /R.
L. La misericordia y la verdad se encontraron, la justicia y la paz se besaron, la fidelidad brotó en la tierra y la justicia vino del cielo. /R.
L. Cuando el Señor nos muestre su bondad nuestra tierra producirá su fruto. La justicia le abrirá camino al Señor e irá siguiendo sus pisadas. /R.

2ª Lectura (Rm 9, 1-5)

Lectura de la Carta del apóstol San Pablo a los romanos
Hermanos: Les hablo con toda verdad en Cristo; no miento. Mi conciencia me atestigua, con la luz del Espíritu Santo, que tengo una infinita tristeza y un dolor incesante tortura mi corazón. Hasta aceptaría verme separado de Cristo, sí esto fuera para bien de mis hermanos, los de mi raza y de mi sangre, los israelitas, a quienes pertenecen la adopción, la gloria, la Alianza, la Ley, el culto y las promesas. Ellos son descendientes de los Patriarcas; y de su raza, según la carne, nació Cristo, el cual está por encima de todo y es Dios bendito por los siglos de los siglos. Palabra de Dios. A. Te alabamos, Señor.

Aclamación antes del Evangelio (Sal 129, 5)

R. Aleluya, aleluya.- Confío en el Señor, mi alma espera y confía en su palabra. R. Aleluya.

Evangelio (Mt  14, 22-33)

Lectura del santo Evangelio según san Mateo
A. Gloria a ti, Señor.
En aquel tiempo, inmediatamente después de la multiplicación de los panes, Jesús hizo que sus discípulos subieran a la barca y se dirigieran a la otra orilla, mientras el despedía a la gente. Después de despedirla, subió al monte a solas para orar. Llegada la noche, estaba Él solo allí. Entretanto, la barca iba ya muy lejos de la costa y las olas la sacudían, porque el viento era contrario. A la madrugada, Jesús fue hacia ellos, caminando sobre el agua. Los discípulos, al verlo andar sobre el agua, se espantaron y decían: "¡Es un fantasma!" Y daban gritos de terror. Pero Jesús les dijo enseguida: “Tranquilícense y no teman. Soy Yo". Entonces le dijo Pedro: "Señor, si eres Tú, mándame ir a ti caminando sobre el agua". Jesús le contestó: "Ven". Pedro bajó de la barca y comenzó a caminar sobre el agua hacia Jesús; pero al sentir la fuerza del viento, le entró miedo, comenzó a hundirse y gritó: “¡Sálvame, Señor!" Inmediatamente Jesús le tendió la mano, lo sostuvo y le dijo: "Hombre de poca fe, ¿por qué dudaste?” En cuanto subieron a la barca, el viento se calmó. Los que estaban en la barca se postraron ante Jesús, diciendo: "Verdaderamente Tú eres el Hijo de Dios". Palabra del Señor. A. Gloria a ti Señor Jesús.


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Encuentros con la palabra - XIX Domingo del Tiempo Ordinario Ciclo A

Es frecuente que sólo nos acordemos de Dios en tiempos de crisis y dificultad. Cuando navegamos por aguas tranquilas y nuestra vida transcurre sin particulares sobresaltos, podemos ir perdiendo la referencia fundamental al Señor. Podríamos decir, utilizando el lenguaje de san Ignacio de Loyola para referirse a los estados del alma, que en tiempos de desolación buscamos con más insistencia a Dios; y que en tiempos de consolación nos olvidamos de él, como la fuente de toda gracia.

Juan Casiano (ca. 360-435), uno de los padres de la Iglesia, cuyos escritos marcaron definitivamente el monaquismo de Occidente, nos presenta, en una de sus obras, algunas causas por las cuales las personas vivimos momentos de desolación. En primer lugar, dice Casiano, "de nuestro descuido procede, cuando andando nosotros indiferentes, tibios y empleados en pensamientos inútiles y vanos, nos dejamos llevar de la pereza, y con esto somos ocasión de que la tierra de nuestro corazón produzca abrojos y espinas, y creciendo éstas, claro está que habemos de hallarnos estériles, indevotos, sin oración y sin frutos espirituales" (Conlationes IV,3).

La segunda causa por la cual Dios permite que tengamos estas experiencias de abandono, según Casiano, es “para que desamparados un poco de la mano del Señor (...) comprendamos que aquello fue don de Dios, y que la quietud, que puestos en esta tribulación le pedimos, únicamente la podemos esperar de su divina gracia, por cuyo medio habíamos alcanzado aquel primer estado de paz, de que ahora nos sentimos privados” (Conlationes IV,4).

Ignacio de Loyola, en el siglo XVI, explicará esto mismo diciendo que Dios permite que vivamos momentos de desolación “por darnos vera noticia y conocimiento para que internamente sintamos que no es de nosotros traer o tener devoción crecida, amor intenso, lágrimas ni otra alguna consolación espiritual, mas que todo es don y gracia de Dios nuestro Señor; y porque en cosa ajena no pongamos nido, alzando nuestro entendimiento en alguna soberbia o gloria vana, atribuyendo a nosotros la devoción o las otras partes de la espiritual consolación” (EE, 322).

Pedro, junto con los demás discípulos, vive un momento de crisis profunda, cuando en medio de la noche, y sintiendo que “las olas azotaban la barca, porque tenían el viento en contra”, ve a Jesús caminando sobre las aguas; dice san Mateo que los discípulos “se asustaron, y gritaron llenos de miedo: – ¡Es un fantasma!”. La respuesta de Jesús los tranquilizó: “– ¡Tengan valor, soy yo, no tengan miedo!”

Pedro, entonces, con la seguridad que le daban estas palabras, dice: “– Señor, si eres tú, ordena que yo vaya hasta ti sobre el agua”. A lo que Jesús, ni corto ni perezoso, le respondió: “¬– Ven”. Entonces, “Pedro bajó de la barca y comenzó a caminar sobre el agua en dirección a Jesús. Pero al notar la fuerza del viento, tuvo miedo; y como comenzaba a hundirse, gritó: – ¡Sálvame, Señor! Al momento, Jesús lo tomó de la mano y le dijo: – ¡Qué poca fe tienes! ¿Por qué dudaste?”

Como Pedro, cuando caminamos sobre aguas tranquilas guiados y conducidos por el Señor, tenemos la tentación de sentirnos dueños de lo que hacemos y nos olvidamos de aquel que hace posible nuestra existencia. De manera que, “para que en cosa ajena no pongamos nido”, es precisamente en las crisis y en los momentos de turbulencia, cuando reconocemos la verdadera fuente de nuestra seguridad y, como los discípulos, después de la tormenta, nos postramos en tierra para decirle al Señor: “–¡En verdad tú eres el Hijo de Dios!”


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domingo, 3 de agosto de 2014

Domingo 18 del Tiempo Ordinario Ciclo "A"

1ª Lectura (Is 55, 1-3)

Lectura del libro del profeta Isaías

Esto dice el Señor: "Todos ustedes, los que tienen sed, vengan por agua; y los que no tienen dinero, vengan, tomen trigo y coman; tomen vino y leche sin pagar. ¿Por qué gastar el dinero en lo que no es pan y el salario, en lo que no alimenta? Escúchenme atentos y comerán bien, saborearán platillos sustanciosos. Préstenme atención, vengan a Mi, escúchenme y vivirán. Sellaré con ustedes una alianza perpetua, cumpliré las promesas que hice a David". Palabra de Dios. A. Te alabamos, Señor.

Salmo responsorial (144)

R. Abres, Señor, tu mano y nos sacias de favores.

L. El Señor es compasivo y misericordioso, lento para enojarse y generoso para  perdonar. Bueno es el Señor con todos y su amor se extiende a todas sus creaturas. /R.
L. A ti, Señor, sus ojos vuelven todos y Tú los alimentas a su tiempo. Abres, Señor tus manos generosas y cuantos viven quedan satisfechos. /R.
L. Siempre es justo el Señor en sus designios y están llenas de amor sus obras. No está lejos de aquellos que lo buscan; muy cerca está el Señor, de quien lo invoca. /R.

2ª Lectura (Rom  8, 35.37-39)

Lectura de la Carta del apóstol San Pablo a los romanos

Hermanos: ¿Qué cosa podría apartarnos del amor con que nos ama Cristo? ¿Las tribulaciones? ¿Las angustias? ¿La persecución? ¿El hambre? ¿La desnudez? ¿El peligro? ¿La espada? Ciertamente de todo esto salimos más que victoriosos, gracias a Aquel que nos ha amado; pues estoy convencido de que ni la muerte ni la vida, ni los Angeles ni los demonios, ni el presente ni el futuro, ni los poderes de este mundo, ni lo alto ni lo bajo, ni creatura alguna podrá apartarnos del amor que nos ha manifestado Dios en Cristo Jesús. Palabra de Dios. A. Te alabamos, Señor.

Aclamación antes del Evangelio (Mateo 4, 4)

R. Aleluya, aleluya.-
No sólo de pan vive el hombre, sino también de toda palabra que sale de la boca de Dios. R. Aleluya.

Evangelio (Mt 14, 13-21)

Lectura del santo Evangelio según san Mateo
A.
Gloria a ti, Señor.
En aquel tiempo, al enterarse Jesús de la muerte de Juan el Bautista, subió a una barca y se dirigió a un lugar apartado y solitario. Al saberlo la gente, lo siguió por tierra desde los pueblos. Cuando Jesús desembarcó, vio aquella muchedumbre, se compadeció de ella y curó a los enfermos. Como ya se hacía tarde, se acercaron sus discípulos a decirle: "Estamos en despoblado y empieza a oscurecer. Despide a la gente para que vayan a los caseríos y compren algo de comer". Pero Jesús les replicó: "No hace falta que vayan. Denles ustedes de comer". Ellos le contestaron: "No tenemos aquí más que cinco panes y dos pescados". El les dijo: "Tráiganmelos". Luego mandó que la gente se sentara sobre el pasto. Tomó los cinco panes y los dos pescados, y mirando al cielo, pronunció una bendición, partió los panes y se los dio a los discípulos para que los distribuyeran a la gente. Todos comieron hasta saciarse, y con los pedazos que habían sobrado, se llenaron doce canastos. Los que comieron eran unos cinco mil hombres, sin contar a las mujeres y a los niños. Palabra del Señor. A. Gloria a ti Señor Jesús.


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El mensaje del domingo - XVIII Domingo del Tiempo Ordinario Ciclo A

El mismo evangelista que nos trae hoy el relato de la primera multiplicación de los panes y pescados, narra más adelante otro milagro similar; en cada uno de los evangelios de Marcos y Lucas hay también dos relatos parecidos, y el de Juan presenta sólo uno. Así pues, son en total siete las veces que en los evangelios se cuentan relatos de multiplicación de panes y peces obrados por Jesús, lo que nos muestra la importancia que tuvo este hecho milagroso en la memoria de sus primeros discípulos. Veamos cómo podemos aplicarlo a nuestra vida, teniendo en cuenta también las otras lecturas [Isaías 55, 1-3; Salmo 145 (144); Romanos 8, 35-39].

 + 1.- Se fue solo en una barca a un lugar apartado

Lo primero que nos trae el relato es algo que igualmente encontramos en otros pasajes de los evangelios: Jesús busca espacios de soledad que le permitan descansar y alejarse del ajetreo cotidiano para meditar y orar. En esta ocasión se acaba de enterar de una noticia humanamente difícil de asimilar: la muerte de su pariente y precursor Juan Bautista, a quien ha asesinado el rey Herodes mandándolo decapitar.

También nosotros necesitamos el silencio interior para disponernos al encuentro personal con Dios y ser confortados por Él en medio de las situaciones que constantemente tenemos que afrontar, especialmente en los momentos difíciles. Necesitamos buscar y encontrar espacios para nosotros mismos, para nuestro descanso y renovación personal, en los que podamos escuchar la palabra de Dios que nos reconforta. Este es el sentido del domingo o día del Señor, como también el de los espacios de recogimiento que es importante buscar cada día.

 + 2.- Vio la multitud, tuvo compasión de ellos y curó a los enfermos que le llevaban

Todas las personas que buscaban a Jesús ávidas de sus enseñanzas y sus acciones sanadoras, al encontrarlo experimentaban su actitud disponible especialmente para los más necesitados. Era una actitud de com-pasión, en el sentido más pleno de lo que significa com-padecer: sentir-con, padecer-con. Y varias veces cuentan los evangelios que Jesús “tuvo compasión”, empleando en griego un verbo que significa “se le revolvieron las tripas”. Así quiso Dios sentir humanamente con nosotros.

Por eso, si queremos ser auténticos discípulos y seguidores suyos, debemos disponernos a reproducir en nuestra vida la misma actitud. Todos podemos realizar esta com-pasión contribuyendo a sanarnos y ayudarnos unos a otros con una disponibilidad solidaria de servicio y de ayuda mutua.

 + 3.- Partió los panes y los pescados, los dio a sus discípulos y ellos los repartieron

El milagro de la multiplicación de los panes y pescados expresa el cumplimiento de las promesas que Dios había anunciado en el Antiguo Testamento a través de sus profetas acerca de la abundancia de un alimento renovador que él mismo haría posible para todas las personas que acogieran su Palabra y lo invocaran sinceramente. Tal es el sentido de la primera lectura y del salmo responsorial. Pero detengámonos en algunos aspectos del relato del Evangelio de hoy.

- La multiplicación de los panes y pescados es una imagen del sacramento de la Eucaristía, al que los primeros cristianos llamaron fracción del pan como signo de la presencia de Jesús que nos alimenta con su propia vida entregada y resucitada. Y él mismo iba a ser representado también desde los comienzos de su Iglesia con la imagen del pez, “ICTUS” en griego, cuyas letras son las iniciales del nombre y los títulos de Jesús: Iesous, Christos, Theos, Uios, Soter (Jesús, Cristo, Dios, Hijo, Salvador).

- La multiplicación de los panes y pescados es una acción comunitaria. Jesús no los da directamente a todos, sino que los entrega a los discípulos para que los repartan entre la gente. Esto significa que la tarea de contribuir a la alimentación de todos no le corresponde sólo a Él; es una tarea colaborativa en la que cada cual debe aportar.

- La multiplicación de los panes y pescados no es un acto de magia como los trucos de los prestidigitadores –sin demeritar el ingenio recreativo de los profesionales de la llamada “magia blanca”–. Por el contrario, la enseñanza de este milagro podría resumirse así: donde existe una sincera voluntad de compartir, aunque haya poco alcanza para todos y hasta sobra; en cambio, donde no existe esa voluntad, aunque haya mucho, unos pocos acaparan todo y las mayorías padecen hambre. Esto último es lo que a sucede cuando las estructuras injustas hacen que unos pocos se enriquezcan cada vez más a costa de muchos cuyo número crece y que se empobrecen cada día más. Por eso, para ser coherentes, debemos llevar a la práctica lo que realizamos en la Eucaristía: compartir entre nosotros la mesa de la creación, significada en el pan y el vino, para que se realice en nuestra vida la presencia de Dios, que es Amor, revelado en su Hijo Jesús.

Dispongámonos a ser alimentados constantemente con este Pan de Vida que es el mismo Jesucristo resucitado, para que, como escribe el apóstol Pablo en la segunda lectura de hoy, nada nos aparte de su amor a pesar de las dificultades que tengamos que afrontar en nuestra existencia cotidiana.-


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