domingo, 9 de septiembre de 2012

Mensaje del Domingo - Septiembre 09 de 2012 Por: Gabriel Jaime Pérez Montoya, S.J.

Los relatos de milagros de Jesús contados por sus primeros discípulos nos muestran que en Él se cumplían las profecías referentes a una intervención de Dios portadora de un nuevo porvenir para todos los que se reconocieran necesitados de salvación, y por lo mismo liberadora de todo cuanto les impedía realizarse plenamente como seres humanos, como se deja entrever en la primera lectura y el salmo responsorial de este domingo [Isaías 35, 4-7; Salmo 146 (145)], empezando por los marginados y excluidos, víctimas de la discriminación social que vivamente describe el apóstol Santiago en la segunda lectura [Carta de Santiago 2, 1-5].

El Evangelio de este domingo nos presenta un milagro que, como todos los obrados por Jesús en favor de quienes no se cierran a su acción sanadora, y especialmente en beneficio de los más pobres y oprimidos, contiene un significado que va más allá de la curación de una enfermedad, sea ésta física o psicológica. Meditemos, pues, sobre el sentido trascendente del relato que hoy nos trae el Evangelio según san Marcos.

 + 1.- Jesús nos invita a apartarnos del bullicio para que seamos trasformados por Él

Lo primero que resalta en el relato evangélico es cómo Jesús, ante la petición que le hacen para que sane a aquel sordo y tartamudo, lo aparta de la gente y a solas con él, realiza el milagro. Al destacar este detalle, el evangelista quiere decirnos que necesitamos espacios y momentos de silencio interior para que el Señor, en un encuentro personal con Él -que viene en persona, como escuchamos en la primera lectura que había escrito el profeta Isaías- , realice en cada uno de nosotros el milagro de disponernos a escuchar su palabra y de capacitarnos para proclamarla.

Todos necesitamos que Dios mismo abra nuestras mentes y nuestros corazones, nuestros oídos interiores, para poder escucharlo. Desde los tiempos de la vida terrena de Jesús, el gesto de la imposición de las manos significa la comunicación del Espíritu Santo, que precisamente nos hace posible oír, comprender, acoger y poner en práctica lo que Dios nos dice.

 + 2.- Jesús abre nuestros oídos para que podamos escuchar

 
Qué difícil es escuchar, sobre todo en medio del ruido ensordecedor del ajetreo cotidiano, y más todavía en el de las grandes ciudades, cuyo ritmo acelerado impide encontrar espacios y momentos de silencio y de soledad para oír la voz del Señor que nos habla de múltiples formas, muchas veces desapercibidas por nosotros. Por eso es necesario un esfuerzo constante para buscar y hallar esos espacios y momentos en los cuales podamos percibir lo que Dios nos dice y disponernos así a escuchar a las personas que nos rodean, especialmente a las más necesitadas de atención.

En el ámbito de las familias, es necesario que el Señor abra los oídos de todos sus integrantes para que se dispongan a escucharse unos a otros, en un ambiente de diálogo que haga posible la comprensión y la ayuda mutua en todos los aspectos de la relación del esposo con la esposa, del padre y la madre con sus hijos e hijas, de los hermanos y las hermanas entre sí.

Y en el ámbito social, también es preciso que Jesús nos disponga a escucharnos unos a otros, saliendo cada cual de sí mismo para trabajar todos juntos en la búsqueda de la convivencia pacífica mediante una disposición constante al diálogo constructivo. La verdadera comunicación, como condición necesaria para la convivencia en paz, supone y exige la disposición de cada persona a escuchar a las demás, haciendo silencio en su interior para dejarse interpelar por el otro.

 + 3.- Jesús destraba nuestra lengua para que podamos hablar

Jesús no solamente abre los oídos de quienes se dejan transformar por Él, sino también les hace posible hablar. La Palabra de Dios que escuchamos no podemos dejarla sólo para nosotros mismos, estamos llamados a proclamarla, a comunicarla a nuestro alrededor, dando así testimonio de lo que el Señor ha obrado en cada uno de nosotros.

Sintamos pues hoy como dicha a cada uno, a cada una, aquella palabra pronunciada por Jesús en arameo: Effatá: Ábrete. Con ella Él quiere comunicarnos su Espíritu, no sólo para abrir nuestros sentidos de modo que podamos percibir y comprender sus enseñanzas, sino además para que nos movamos a compartirlas con los demás, empezando por aquellos que pueden estar más necesitados de ellas.

Es preciso que nos animemos a hablar de Dios. Pero “hablar de Dios” no es andar echando sermones aburridos, sino expresando con nuestra alegría, con nuestro testimonio constructivo y con nuestras buenas obras, que Aquél que todo lo ha hecho bien -como dice al final texto evangélico de hoy- sigue actuando a través de nuestra disposición efectiva a colaborar con Él, para hacer de este mundo un lugar donde los sordos oigan y los mudos hablen, es decir, donde se escuche y se proclame la Palabra de Dios, que es Amor.-
 
http://jesuitas.org.co/homilia_119.html

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