domingo, 15 de septiembre de 2013

El mensaje del domingo - Domingo XXIV del tiempo ordinario - Ciclo C - 15 de septiembre de 2013

 + 1. Jesús revela con sus hechos y palabras a un Dios compasivo

La primera de estas narraciones llamadas “parábolas de la misericordia” -la de la oveja perdida y rescatada-, inspiró a los cristianos que se refugiaban en las catacumbas de las afueras de Roma durante las persecuciones desatadas contra ellos. En una de esas catacumbas, la de San Calixto, fue encontrada la imagen figurativa más antigua que se conoce de Jesús: la de un joven pastor que carga una oveja sobre sus hombros. Con esta parábola, como también con la segunda, la de la moneda perdida y hallada, Jesús quiso mostrar la misericordia infinita de Dios que busca al pecador para que se convierta.
Y con la tercera, conocida como la parábola del “hijo pródigo” (o derrochador), pero que en su sentido completo debería llamarse más bien la parábola del “padre misericordioso y del hijo arrepentido”, nos muestra el amor infinito de Dios a quien, reconociendo y confesando su pecado, le pide perdón: sin dejarle terminar la confesión que había preparado, el Padre recibe con un abrazo a su hijo que ha vuelto y le celebra una fiesta.

 + 2. Jesús nos invita a ser compasivos como Dios es compasivo

Los fariseos y escribas o doctores de la ley, que se consideraban a sí mismos santos,  rechazaban a Jesús porque dejaba que se le acercaran los “publicanos” o recaudadores de impuestos del imperio romano, que eran considerados pecadores por trabajar para los opresores y enriquecerse a costa de los contribuyentes. Y murmuraban contra él  porque no sólo acogía a los pecadores, sino incluso comía con ellos.

La actitud farisaica, soberbia e incapaz de compasión, que existe también actualmente en no pocas personas que se creen superiores a los demás, corresponde a la del hijo mayor de la tercera parábola.  Jesús, en cambio, con su actitud misericordiosa, no sólo nos muestra cómo se comporta el Dios verdadero, totalmente distinto del falso dios rencoroso y vengador en el que creen los fanáticos religiosos, sino que además nos invita a tener nosotros la misma actitud de compasión y la misma disposición a perdonar que Él nos ha enseñado con su propio ejemplo como Dios hecho hombre. En otro pasaje del mismo Evangelio (Lucas 6, 36), Jesús nos dice: “Sean ustedes compasivos, como también su Padre es compasivo”. Esta frase corresponde a la que nos trae el Evangelio según san Mateo (5, 48), dicha también por Jesús en el mismo contexto: “Sean ustedes perfectos, como su Padre que está en el cielo es perfecto”, lo cual quiere decir que la perfección de Dios consiste precisamente en su compasión.

 + 3. Perdonar como Dios perdona y pedir perdón como el hijo arrepentido

El Dios verdadero, tal como nos lo presenta la primera lectura  (Éxodo 32, 7-11.13-14), es un Dios que “se arrepiente” de la amenaza que le había hecho a su pueblo. Así, ya desde el Antiguo Testamento se nos va mostrando una evolución en la forma de reconocer al Dios verdadero, al que Jesús iba a revelar como un padre infinitamente misericordioso. Y ese mismo Dios compasivo es el que nos presenta el apóstol San Pablo en la segunda lectura (I Timoteo 1, 12-17): “Dios tuvo compasión de mí (...)”. “Jesús vino al mundo para salvar a los pecadores, y yo soy el primero (...)”.

En medio de la situación de violencia que viene padeciendo nuestro país, como también otros países, tenemos el peligro de endurecernos como los fariseos y doctores de la ley, simbolizados en el hijo mayor, al creernos nosotros los buenos y juzgar a los demás como los malos o pecadores a quienes hay que eliminar. Si esta es nuestra actitud, revisémosla y miremos cómo podemos cambiarla por la del Dios compasivo que Jesús nos ha revelado. Y al concluir la “Semana por la Paz” que hemos venido celebrando desde el domingo pasado, desarmemos nuestros espíritus disponiéndonos a perdonar y a pedir perdón. A perdonar como el Dios misericordioso que se nos manifiesta personalmente en Jesús de Nazaret, y a pedir perdón como el hijo menor arrepentido, con una sincera voluntad de conversión.-


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