domingo, 4 de mayo de 2014

El mensaje del domingo, III Domingo de Pascua - Ciclo A

Las lecturas de este domingo (Hechos 2, 14.22-33), Salmo 16 (15), 1a Pedro 1, 17-21; Lucas 24, 13-35) nos invitan a meditar sobre el mensaje central de nuestra fe: Jesús de Nazaret, el Hijo de Dios, Dios hecho hombre, está vivo después de su muerte en la cruz y actúa por su Espíritu Santo.

 + 1. “Jesús en persona se acercó y se puso a caminar con ellos”

Aquellos dos discípulos que se dirigían a Emaús no formaban parte de los doce iniciales o, mejor dicho, de los once que habían quedado después del suicidio de Judas Iscariote. Entre los seguidores de Jesús durante su vida terrena, además de los doce llamados apóstoles (término procedente del griego que significa enviados), hubo un buen número de hombres y mujeres. El propio Lucas, que no dice su propio nombre pero sí el de su amigo Cleofás, podría haber sido uno de los “otros 72 discípulos” (del latín discípuli que significa aprendices y corresponde al griego mathetoi), mencionados en el capítulo 10 de su Evangelio.

Como a Lucas y Cleofás después de los hechos del Calvario, también a nosotros nos pueden surgir sentimientos de desánimo provenientes de experiencias dolorosas o de la sensación del fracaso, cuando las cosas no nos han salido como esperábamos. En medio de estas situaciones, Jesús resucitado viene a caminar con nosotros. A veces nos resulta inicialmente difícil reconocerlo, y por ello necesitamos de la fe para descubrir su presencia que puede manifestarse de muchas maneras, por ejemplo a través de una persona que nos quiere de verdad o de alguien que solicita nuestra atención. Pero es especialmente al celebrar la Eucaristía cuando Jesús nos sale al encuentro para que podamos escuchar y comprender en comunidad la Palabra de Dios y alimentarnos de ella. Esto es lo que ocurre en la primera parte de la Misa: escuchamos las lecturas bíblicas y Él mismo nos ayuda a entender su sentido en relación con nuestra vida.

 + 2. “Quédate con nosotros...”

Este es el título de la última carta apostólica que escribió el Papa San Juan Pablo II al proclamar el año 2005 -último de su pontificado- como “Año de la Eucaristía”. Como los discípulos que se dirigían a Emaús, también nosotros necesitamos que el Señor permanezca con nosotros. Él ya se hizo presente en la historia humana como Palabra de Dios, mostrándonos con sus enseñanzas y su ejemplo el camino que nos conduce a la verdadera felicidad: el sendero de la vida al que se refiere el Salmo responsorial de este domingo [Salmo 16 (15), 11]. Ahora es necesario que Él mismo llene nuestra existencia alimentándonos con su propia vida resucitada. Por eso le decimos, como los discípulos de Emaús: “Quédate con nosotros”.

Como se acostumbraba hacer con los huéspedes, al detenerse en una posada del camino aquellos dos discípulos le ofrecieron a quien todavía no habían reconocido un poco de pan y de vino. Nosotros, en el ofertorio de la Eucaristía, después de oír la Palabra de Dios, ofrecemos el pan y el vino que representan cuanto ha sido creado por Dios y fabricado por el trabajo humano para compartirlo como hermanos. Como ocurrió con los discípulos de Emaús, nuestra disposición a compartir nos prepara para reconocer la presencia real de Cristo resucitado entre nosotros y alimentarnos con su vida nueva.

 + 3. “Contaron lo que les había pasado y cómo lo habían reconocido al partir el pan”

La fracción el pan era el nombre que los primeros cristianos le daban a lo que nosotros llamamos la Eucaristía o la Santa Misa. Al repetir en la consagración del pan y del vino lo que Jesús dijo que hiciéramos en conmemoración suya, no sólo recordamos lo que Él mismo hizo en la última cena con sus discípulos, sino que se actualiza su sacrificio redentor y su paso de la muerte a la vida, una vida nueva que se hace presente en medio de nosotros, y que en la comunión nos alimenta espiritualmente para que podamos continuar el camino de nuestra vida renovados y plenos de esperanza (1 Pe 1, 21).

Dispongámonos a salir de la Eucaristía reanimados por el Espíritu de Jesucristo resucitado -que es el mismo Espíritu Santo (Hechos 2, 33)- y dispuestos a compartir lo que somos y tenemos, dando así testimonio de su vida nueva y resucitadora, como lo hicieron los apóstoles y los discípulos de Emaús.-


http://www.jesuitas.org.co/homilia.html?homilia_id=1034

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