En aquel tiempo, Juan el Bautista en su predicación decía: "Después de mí viene uno más poderoso que yo, que ni siquiera merezco agacharme para desatarle la correa de sus sandalias. Yo los he bautizado a ustedes con agua; pero él los bautizará con el Espíritu Santo." Por aquellos días Jesús salió de Nazaret, que está en la región de Galilea, y Juan lo bautizó en el río Jordán. En el momento de salir del agua, Jesús vio que el cielo se abría y que el Espíritu bajaba sobre él como una paloma. Y se oyó una voz del cielo, que decía: “Tú eres mi Hijo amado, a quien he elegido.” (Marcos 1, 7-11).
Después de las fiestas de la Navidad y la Epifanía, la Iglesia nos invita este domingo, con el cual comienza el llamado “Tiempo Ordinario” de la liturgia, a contemplar los hechos y las enseñanzas de Jesús desde el inicio de su vida pública, inaugurada con su Bautismo en el río Jordán. Tratemos de descubrir el significado de este acontecimiento a la luz de los elementos narrativos que nos presenta el relato del Evangelio (Mt 3,13-17) y relacionándolos con las otras lecturas de este domingo.
+ 1. El bautismo: un rito que adquiere su pleno significado en Jesucristo
El verbo “bautizar” proviene del griego y significa sumergir. El rito del bautismo consiste originariamente en sumergirse o ser sumergida una persona en el agua, elemento imprescindible de la vida, para expresar así el paso a una existencia renovada mediante un nuevo nacimiento: así como el ser humano desde el comienzo de su existencia no puede subsistir sin el agua como medio vital, el bautismo manifiesta el paso a una vida nueva.
Juan invitaba al bautismo en el río Jordán para expresar una sincera voluntad de renovación. Jesús insiste en recibir el bautismo porque “es conveniente cumplir todo lo que Dios ha ordenado”, y de esta forma indica que ha venido a hacer la voluntad de su Padre. En esto se compendia precisamente todo el programa de su vida en la tierra: hacer la voluntad de Dios, la misma que Él nos enseñó a cumplir con una disposición total expresada en la oración que nos iba a enseñar para dirigirnos a nuestro Creador: “hágase tu voluntad, así en la tierra como en el cielo”
Esto quiere decir que Él mismo, siendo inocente, llevaría sobre sí el pecado del mundo para cumplir la voluntad de Dios: hacernos posible el paso a una auténtica vida nueva, a imagen de la suya como Hijo de Dios.
+ 2. “Vio que el Espíritu de Dios bajaba como una paloma y se posaba sobre él”
Al describir el Bautismo de Jesús, el Evangelio utiliza el lenguaje propio de las llamadas teofanías o manifestaciones especiales de Dios. En este pasaje evangélico, la imagen de la paloma evoca dos relatos simbólicos del libro bíblico del Génesis:
Por una parte, el relato de la creación, donde se dice que “el Espíritu de Dios aleteaba sobre las aguas” (Génesis 1, 2). Y por otra el del diluvio universal, cuando al terminar la tempestad Noé soltó una paloma que regresó al arca con una rama de olivo en el pico (Génesis 8, 10-12), significando no sólo que después de la tempestad vino la calma, sino que recomenzaba la vida en la tierra, gracias a una nueva creación.
La figura de la paloma que se posa sobre Jesús en el momento de su bautismo, significa entonces al comienzo de una nueva creación que Dios Padre realiza por medio de Él. Una nueva creación en la cual se manifiesta la acción renovadora del Espíritu Santo, -simbolizado por la paloma-, que hará posible la paz en la existencia humana, gracias a la acción salvadora del amor de Dios. El relato del Bautismo del Señor es así una proclamación del misterio de la Santísima Trinidad.
+ 3. “Este es mi Hijo, el amado, el predilecto”
La fiesta del Bautismo del Señor actualiza para nosotros la manifestación de Jesús como Hijo de Dios, título dado por los profetas al Mesías prometido que iniciaría el reinado de Dios mismo en los corazones de quienes estuvieran dispuestos a dejarse transformar por su acción salvadora. Tal es a su vez el sentido de la profecía de Isaías en la primera lectura: “Este es mi servidor…, mi elegido a quien prefiero. Sobre él he puesto mi Espíritu” (Isaías 42, 1-7).
Resalta aquí la correspondencia entre el título de Hijo de Dios y el de Siervo o Servidor del Señor. Aquél hombre nacido en Belén de Judá, proveniente de una familia humilde y sencilla residente en la pequeña aldea de Nazaret, y que en el momento de su Bautismo en el río Jordán fue proclamado Hijo de Dios, va a presentarse a sí mismo, de palabra y de obra, como quien no vino a ser servido, sino a servir. Toda su vida, desde su nacimiento en una pesebrera hasta su muerte en una cruz, es la manifestación de esta correspondencia entre su condición de Hijo de Dios y su misión de Servidor.
En efecto, Jesús iba a estar siempre en medio de los seres humanos precisamente en calidad de servidor: servidor de Dios mediante el servicio a todos los seres humanos, tal como nos lo describe el discurso del apóstol Pedro en la segunda lectura, “fue ungido por Dios con la fuerza del Espíritu Santo” y “pasó haciendo el bien” (Hechos de los Apóstoles 10, 34-38).
También nosotros en el sacramento del Bautismo hemos recibido al Espíritu Santo, que hace posible en nuestra existencia una vida nueva como hijos e hijas de Dios para en todo amarlo y servirlo, participando así en su reino de amor y de paz, en esta vida y en la eterna. Que esta posibilidad se haga efectiva depende de nuestra disposición a escuchar y poner en práctica sus enseñanzas, identificándonos con Jesús de Nazaret, el Hijo de Dios y el Servidor por excelencia. Que así sea.-
gperezsj@gmail.com
http://www.jesuitas.org.co/index.php?option=com_content&view=article&id=743:el-mensaje-del-domingo--por-gabriel-jaime-perez-sj-el-bautismo-del-senor-domingo-15-de-enero-de-2012&catid=60:gabriel-jaime-perez-m-sj
Después de las fiestas de la Navidad y la Epifanía, la Iglesia nos invita este domingo, con el cual comienza el llamado “Tiempo Ordinario” de la liturgia, a contemplar los hechos y las enseñanzas de Jesús desde el inicio de su vida pública, inaugurada con su Bautismo en el río Jordán. Tratemos de descubrir el significado de este acontecimiento a la luz de los elementos narrativos que nos presenta el relato del Evangelio (Mt 3,13-17) y relacionándolos con las otras lecturas de este domingo.
+ 1. El bautismo: un rito que adquiere su pleno significado en Jesucristo
El verbo “bautizar” proviene del griego y significa sumergir. El rito del bautismo consiste originariamente en sumergirse o ser sumergida una persona en el agua, elemento imprescindible de la vida, para expresar así el paso a una existencia renovada mediante un nuevo nacimiento: así como el ser humano desde el comienzo de su existencia no puede subsistir sin el agua como medio vital, el bautismo manifiesta el paso a una vida nueva.
Juan invitaba al bautismo en el río Jordán para expresar una sincera voluntad de renovación. Jesús insiste en recibir el bautismo porque “es conveniente cumplir todo lo que Dios ha ordenado”, y de esta forma indica que ha venido a hacer la voluntad de su Padre. En esto se compendia precisamente todo el programa de su vida en la tierra: hacer la voluntad de Dios, la misma que Él nos enseñó a cumplir con una disposición total expresada en la oración que nos iba a enseñar para dirigirnos a nuestro Creador: “hágase tu voluntad, así en la tierra como en el cielo”
Esto quiere decir que Él mismo, siendo inocente, llevaría sobre sí el pecado del mundo para cumplir la voluntad de Dios: hacernos posible el paso a una auténtica vida nueva, a imagen de la suya como Hijo de Dios.
+ 2. “Vio que el Espíritu de Dios bajaba como una paloma y se posaba sobre él”
Al describir el Bautismo de Jesús, el Evangelio utiliza el lenguaje propio de las llamadas teofanías o manifestaciones especiales de Dios. En este pasaje evangélico, la imagen de la paloma evoca dos relatos simbólicos del libro bíblico del Génesis:
Por una parte, el relato de la creación, donde se dice que “el Espíritu de Dios aleteaba sobre las aguas” (Génesis 1, 2). Y por otra el del diluvio universal, cuando al terminar la tempestad Noé soltó una paloma que regresó al arca con una rama de olivo en el pico (Génesis 8, 10-12), significando no sólo que después de la tempestad vino la calma, sino que recomenzaba la vida en la tierra, gracias a una nueva creación.
La figura de la paloma que se posa sobre Jesús en el momento de su bautismo, significa entonces al comienzo de una nueva creación que Dios Padre realiza por medio de Él. Una nueva creación en la cual se manifiesta la acción renovadora del Espíritu Santo, -simbolizado por la paloma-, que hará posible la paz en la existencia humana, gracias a la acción salvadora del amor de Dios. El relato del Bautismo del Señor es así una proclamación del misterio de la Santísima Trinidad.
+ 3. “Este es mi Hijo, el amado, el predilecto”
La fiesta del Bautismo del Señor actualiza para nosotros la manifestación de Jesús como Hijo de Dios, título dado por los profetas al Mesías prometido que iniciaría el reinado de Dios mismo en los corazones de quienes estuvieran dispuestos a dejarse transformar por su acción salvadora. Tal es a su vez el sentido de la profecía de Isaías en la primera lectura: “Este es mi servidor…, mi elegido a quien prefiero. Sobre él he puesto mi Espíritu” (Isaías 42, 1-7).
Resalta aquí la correspondencia entre el título de Hijo de Dios y el de Siervo o Servidor del Señor. Aquél hombre nacido en Belén de Judá, proveniente de una familia humilde y sencilla residente en la pequeña aldea de Nazaret, y que en el momento de su Bautismo en el río Jordán fue proclamado Hijo de Dios, va a presentarse a sí mismo, de palabra y de obra, como quien no vino a ser servido, sino a servir. Toda su vida, desde su nacimiento en una pesebrera hasta su muerte en una cruz, es la manifestación de esta correspondencia entre su condición de Hijo de Dios y su misión de Servidor.
En efecto, Jesús iba a estar siempre en medio de los seres humanos precisamente en calidad de servidor: servidor de Dios mediante el servicio a todos los seres humanos, tal como nos lo describe el discurso del apóstol Pedro en la segunda lectura, “fue ungido por Dios con la fuerza del Espíritu Santo” y “pasó haciendo el bien” (Hechos de los Apóstoles 10, 34-38).
También nosotros en el sacramento del Bautismo hemos recibido al Espíritu Santo, que hace posible en nuestra existencia una vida nueva como hijos e hijas de Dios para en todo amarlo y servirlo, participando así en su reino de amor y de paz, en esta vida y en la eterna. Que esta posibilidad se haga efectiva depende de nuestra disposición a escuchar y poner en práctica sus enseñanzas, identificándonos con Jesús de Nazaret, el Hijo de Dios y el Servidor por excelencia. Que así sea.-
gperezsj@gmail.com
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