+ 1.- Jesús rompe las barreras que impiden la comunicación entre los seres humanos
Uno de los rasgos característicos de Jesús en los Evangelios es su capacidad de entrar en contacto con las personas de cualquier condición, superando los obstáculos convencionales. En esta ocasión lo encontramos de paso por la región de Samaria, cuando se dirigía con sus discípulos hacia Jerusalén. Los samaritanos eran enemigos ancestrales de los judíos, por lo cual resultaba inconcebible que se hablaran. Jesús, sin importarle las barreras ni los prejuicios, conversa con una mujer samaritana, y además pecadora, enseñándonos así a tratar a los demás sin discriminaciones. Él muestra con su actitud que Dios nos ama no precisamente porque seamos “buenos”, sino porque necesitamos ser salvados.
Y esto es lo que dice el apóstol san Pablo en la segunda lectura, tomada de su carta a la comunidad cristiana de Roma (Romanos 5, 1-2.5-8): “cuando todavía éramos pecadores, Cristo murió por nosotros”.
+ 2.- Jesús nos indica cómo encontrar a Dios y tener una vivencia profunda de Él
“Si conocieras el don de Dios...”. Esta frase de Jesús se dirige también hoy a cada persona como una invitación a tener una experiencia vital de su acción salvadora, significada en el sacramento del Bautismo. El signo central de este sacramento es el agua, evocada también en el relato de la primera lectura de este domingo acerca del manantial que Dios hizo brotar de una roca en el desierto para calmar la sed del pueblo que caminaba hacia la tierra prometida (Éxodo 17, 3-7). En el encuentro de Jesús con la samaritana, el agua viva a la que Él se refiere simboliza al Espíritu Santo, que hemos recibido en el Bautismo como “el amor de Dios derramado en nuestros corazones” del que nos habla el apóstol san Pablo en la segunda lectura (Romanos 5,5), y que se convierte para nosotros en “un manantial del que surge la vida eterna” (Juan 4, 14).
“Yo soy, el que habla contigo.” En el Evangelio, las palabras Yo soy, dichas por Jesús, nos remiten al nombre con el que Dios se le había revelado a Moisés doce siglos antes: Yahvé, que traducido del hebreo quiere decir precisamente Yo soy, y forma parte del nombre del mismo Jesús, que significa originariamente en hebreo “Yo soy el que salva”. Por ello es especialmente significativo lo que los samaritanos afirman al decirle a su paisana que creen en Jesús ya no por lo que ella les ha contado de Él, sino porque ellos mismos lo han visto y oído: “y sabemos que él es de verdad el Salvador del mundo.”
“Los que quieran dar culto verdadero, adorarán al Padre en espíritu y verdad”. La samaritana comprendió que a Dios, más allá de la materialidad de un monte o de un templo, se le puede encontrar en situaciones tan sencillas como la conversación con alguien que nos invita a que le prestemos atención. También nosotros podemos tener una experiencia profunda del Señor en nuestra vida cotidiana, si buscamos y aprovechamos los tiempos en los que Él nos espera para comunicarse con nosotros, como esperó junto al pozo a la samaritana, y lo hacemos “en espíritu y verdad”, es decir, trascendiendo los ritualismos externos. Un tiempo especial para esta vivencia es precisamente éste de la Cuaresma, en el que Jesús mismo nos invita a revisar nuestra vida y reconocer la necesidad que tenemos de reorientarla hacia Dios.
+ 3.- Jesús hace posible que su Espíritu Santo nos transforme interiormente y nos convierta en testigos de su acción salvadora
“Muchos creyeron... por el testimonio de la samaritana” (Juan 4, 39). Al dejarse interpelar por Jesús y aceptar su invitación a revisar la propia conducta y abrirse a la acción de su Espíritu, esta mujer experimentó una transformación interior que la convirtió en un testimonio viviente ante sus coterráneos, haciendo posible que muchos tuvieran la misma experiencia que ella había vivido al encontrarse con Jesús. También nosotros somos invitados, cada vez que nos encontramos con el Señor, como en la Eucaristía, a dar testimonio de su acción salvadora mediante una conducta que impulse a los demás a encontrarse con Él. Que esto sea una realidad, depende de la forma en que aprovechemos en espíritu y verdad las oportunidades de encontrarnos con Dios, de atender y escuchar lo que nos dice Jesús, para dejarnos renovar y transformar por su Espíritu Santo.-
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